Esa vetusta planta funcionó ininterrumpidamente durante más de seis décadas. Apenas 15 días después de que recibiera los los latigazos del huracán Ike, sus trabajadores la mantienen produciendo de manera manual
CAMAGÜEY.— La vieja tecnología de la Fábrica de Pienso Tato Rodríguez Vedo vio pasar por su entorno el desarrollo de otras maquinarias, el crecimiento paulatino de una localidad que le dejó atrás en varios kilómetros, y los caprichos de la naturaleza, que nunca consiguieron tocarla. Ni el afamado ciclón Flora llegó a afectarla.
Fundada aquí en 1947 y comprada por un adinerado ganadero —cuando sus enormes motores ya tenían más de diez años de explotación en Estados Unidos—, la industria más antigua de este tipo en toda América tuvo que parar por vez primera su producción, no por falta de materia prima, sino por el derrumbe total de sus monumentales norias (elevadores), tras el paso del huracán Ike.
«Aguantaron toda la noche el azote de los vientos, pero al amanecer las paredes se movieron y el suelo llegó a vibrar, porque los tres elevadores, de 34 metros cada uno y sujetos por tensores, se desplomaron estremeciendo hasta el alma», comentó Francisco Estévez, director de la institución.
El eco del estruendo llegó hasta el reparto Puerto Príncipe, a más de 200 metros, y a zonas aledañas del alejado reparto Lenin. «Sabíamos que había pasado algo muy grande. Varios de por aquí llegamos a pensar que era un edificio derribado, pero después confirmamos que fueron los altos elevadores de pienso», afirmó un lugareño.
«Yo estaba solo dentro de los almacenes de aseguramiento. Tuve que cerrar las puertas corredizas varias veces y cuidar las mezclas del agua. Pasé la noche en vela luchando contra el viento, cuando a las 6 y 45 de la mañana sentí el estallido. Vi por una rendija cómo las tres norias se reclinaron a los silos y después rebotaron contra el suelo», recordó Eloy Victoria Moya, chofer de camión.
Por desdicha, en la antigua industria no fue solamente la línea de producción C2, la de mayor capacidad productiva, la que sufrió daño. En la C1 se anegaron los fosos de siete metros de profundidad; el techado de la fábrica voló casi en su totalidad y los motores del sinfín de la granelera, del elevador de productos terminados y del elevador del molino también se afectaron.
«Restablecimos unos 1 200 metros de la cubierta del área fabril y reiniciamos la producción a los 15 días del desastre, al restituirse el fluido eléctrico», afirmó el Director.
A mano limpiaLos cerca de 300 trabajadores de esta institución desde entonces no han tenido descanso, pues con el restablecimiento de una parte de la producción también la fábrica ha tenido que enfrentar la complejidad de echarla a andar sin tecnología.
«Todo el proceso de producción se realiza manualmente. No hay equipamiento que pueda hacerlo, pues con Ike se derrumbó el principal sistema de alimentación de la fábrica», valoró Enrique Rodríguez, quien actualmente es jefe de Producción de la planta.
Las monumentales norias suministraban toda la materia prima que se requería para las más de 200 toneladas de pienso que producía diariamente la fábrica.
«Ahora todo el traslado de la soya hacia los molinos se realiza en carretilla y hasta el pesaje de toda la materia prima es manual», dijo el joven Eider Matos. Mientras, su compañera Alina Ruth, jefa de control y calidad, destacó cómo el pesaje, moledura y mezcla de la materia prima en proporciones exactas, exigen de mayor control, limpieza e higiene en el proceso tecnológico.
«Con la tecnología adecuada lo único que se manipulaba eran los micros (premezclas para los diferentes tipos de pienso). Ahora se suman la soya, parte del maíz, más todo el carbonato de calcio», enfatizó la especialista.
Infinito esfuerzo el de los trabajadores, que ya manufacturan cien toneladas del apreciado alimento animal de las 210 que se producían tecnológicamente.
«El pienso creado en nuestra fábrica garantiza el alimento para el Complejo Avícola de Camagüey y de otros sectores agropecuarios del territorio», evaluó el Director.
Ingenio y perspicaciaNo fueron pocos los que pronosticaron el restablecimiento de la fábrica en meses; otros incluso certificaron su cierre temporal.
El ingenio de muchos, la creatividad de una brigada de mantenimiento y la perspicacia del fundador Noel González Villegas, hicieron posible una fábrica de pienso «sin tecnología».
«Desde antes del Ike este colectivo innova cuanto puede. Gracias a muchas modificaciones pudimos enfrentarnos al desastre dejado por el ciclón», expresó Villegas, quien ahora piensa junto a los mecánicos en cómo echar a andar uno de los elevadores pequeños de la línea C1.
Mientras tanto, alerones enormes sirven de cerca perimetral a cientos de toneladas de grano sobre un sinfín transformado, que envía el maíz hacia los tanques del molino.
A su vez, perforaciones en las mezcladoras justo a la medida de 2,5 toneladas, indican que hay que vaciarlas manualmente. Y mediante una pesa cercana a la soya se calcula el peso exacto de cientos de carretillas de materia prima cargadas por los obreros durante 13 horas diarias.
«Entregamos el alma para salir adelante con el pienso. No ha sido fácil, pero por lo menos tenemos asegurado el alimento para las gallinas y así los huevos de la población», afirmó el antes silero Vismar Escalona, quien ahora está reubicado, pala y carretilla en mano, echando adelante la producción.