En los debates juveniles de estos días se manifiesta la disposición de cumplir cualquier misión revolucionaria Foto: Roberto Morejón
GUISA, Granma.— La dicotomía planteada por Fidel en su más reciente mensaje a los jóvenes ha estimulado el debate sobre el papel de los pinos nuevos en el presente y el futuro de la nación.Ese «ser o no ser» de Shakespeare, retomado ahora por el líder de la Revolución, va más allá de esbozarnos la encrucijada entre el «existir por existir» y el vivir para hacer obras buenas, perdurables.
Es, también, una alerta máxima: o nos preservamos como seres humanos con las mejores ideas —sostenidas por las generaciones más bisoñas— o nos hundimos mañana, huérfanos de cerebro, hechizados por los metales brillosos y el consumismo destructor y enajenante.
«Ser» equivale a pensar en el «todos» por encima del «yo», a aferrarse a la virtud cuando el camino se nos antoje lleno de escollos; a amar siempre, en tiempos de cólera o de calma. «No ser» equivale a fallar, a «echarse a perder», a nadar en la marea del egoísmo, a disfrazar los sentimientos y pensamientos, a creer en el «sálvese quien pueda».
Reseño estos conceptos porque precisamente unas horas después de la publicación del texto del Comandante en Jefe, escuché en la asamblea de balance de la UJC de este municipio la vieja pregunta que hace tiempo no oía: ¿La juventud está perdida?
No resulta, aunque parezca, una incógnita fuera de lugar; su enunciación ayuda a mover neuronas y nos remite al conocimiento de la historia, de las circunstancias de cada tiempo, de cada época. Su respuesta no es tampoco una simpleza y se enlaza de cierto modo con los párrafos de Fidel.
Casi todos contestaron para sus adentros y afueras que no, especialmente por la atmósfera de compromiso con la Patria y Fidel, nacida al calor de esas letras del líder de la Revolución. Sin embargo, en cualquier circunstancia, tendríamos que formular la posibilidad remota u oculta: pero la juventud puede echarse a perder, puede fallar.
Es como aquella verdad gigante como un molino, del 17 de noviembre en la Universidad de La Habana: nuestro proceso puede ser reversible si nosotros mismos extraviamos la brújula.
Eso de que la juventud se fermentaría de antivalores sucedería, como bien se planteó en la asamblea, si creemos que todo se lo debemos dejar a la escuela y descuidamos la formación en la familia; si somos unas «fieras» en el trabajo y apenas movemos un dedo en el CDR, si nos echamos para atrás, si creemos que los valores son cosas abstractas y no los llevamos a la práctica...
A esto debería añadirse: si caemos en el triunfalismo desmedido, en el «consignismo» de ocasión, en la campaña para quedar bien, en el «anotarnos una pata» con hipocresía; o creemos que ese futuro del que nos habla Fidel en su mensaje está lejano, extraviado en la lejanía de los astros.
La generación lozana no defraudará al Comandante en Jefe ni al futuro en la medida en que sepa interpretar, como dijo un dirigente en la reunión, que cualquier sacrificio es mínimo comparado con el de los jóvenes que hicieron la Revolución o el de quienes se levantaron contra España casi sin armas y sin balas.
Esa obligación moral de «ser» de los jóvenes conlleva a revisar las distorsiones ideológicas de algunos, las apatías de otros, la vagancia y la vida fácil de una minoría y la rendición a los cantos de sirena de unos pocos.
Ese «ser» (virtuosos, valientes, fuertes en ideas) nos conduce a reflexionar cuando del Norte nos tiren un anzuelo enganchando una zanahoria; a armarnos de argumentos para combatir cuando aquí mismo se asomen el parásito torcido, el burócrata, el inflaglobos, el retrógrado, el vende patrias...