No tengo noticias de la existencia de otra organización similar a la Asociación Hermanos Saíz en el resto del mundo. Tampoco la tuve, en su momento, de las que fueron sus antecesoras inmediatas; me refiero a la Brigada que también llevaba el nombre de Sergio y Luis Saíz Montes de Oca, asesinados por la tiranía batistiana cuando apenas se despedían de la adolescencia; al Movimiento de la Nueva Trova, que tanto contribuyó —y contribuye, pues se trata de un sentimiento y de una actitud ante la vida— a fijar un paradigma no solo en nuestra música, sino en la amplitud de nuestra cultura; y la Brigada Raúl Gómez García, donde se agrupaban los instructores de arte formados durante los primeros años de la Revolución. De tal experiencia, en la que rebeldía, aprendizaje y compromiso social iban de la mano; de aquella cofradía de soñadores; en fin, de aquellos idus de otro siglo que muchos aquí evocamos con nostalgia y complicidad, emerge esta asociación cuyo vigésimo aniversario festejamos ahora, cuando todo es distinto porque, entre otras razones, resulta infinitamente superior.
La singularidad de la AHS, estriba no solo en el alcance de sus proyecciones y en los resultados de una obra que ya la trasciende en lontananza, sino en que su devenir no puede desligarse de lo que ha significado la Revolución en el ámbito de nuestra cultura. Sus casi 3 000 integrantes no son los elegidos de una época para conquistar la gloria, sino los continuadores de una práctica histórica donde la conjunción entre vanguardia política y vanguardia artística, garantiza mucho más que la armonía intelectual, garantiza el afán creador de un tipo de sociedad, la nuestra, donde ningún sector es ajeno a esa identificación esencial y, por lo mismo, determinante.
Sin la obra educacional de la Revolución, es imposible imaginar la existencia de organizaciones como esta. Difícilmente encontraremos uno de sus integrantes que no provenga del sistema de enseñanza artística o no sea un egresado de cualquier otra rama del saber. En contraste con aquellos primeros años fundacionales, cuando los jóvenes intelectuales cubanos empezaban a organizarse para poder reconocerse y así brindar una contribución de manera más efectiva al proyecto social, los avances son ostensibles, verdaderamente incomparables.
Yo recuerdo que, aún a finales de la década de los años 60, en las hojas de vida de muchos colegas se leía que eran autodidactas o que habían sido alfabetizados en 1961. Habían transcurrido poco menos de dos lustros y todavía pesaba el fardo de la exclusión anterior al 1ro. de enero de 1959; sin embargo, como prueba del alcance de la Revolución, ya teníamos poetas, músicos y pintores cuyo origen jamás les hubiera permitido acceder no ya a la cultura, sino a su creación.
Y recuerdo también que, cuando solíamos desentrañar en qué radicaba el magisterio de la obra de Thomas Mann, James Joyce o Marcel Proust, no faltaba la dolorosa confesión acerca del otro «tiempo perdido», el de la infancia transcurrida en una época de esclavitud y sombras, cuando eso que llamamos cultura profunda ni siquiera era imaginable en muchos de nosotros. La luz del mundo terminaba en la noche. Aun más, sé que llenar aquel vacío se ha convertido en una obsesión para no pocos de los jóvenes escritores y artistas de entonces, o, para ser más precisos, de los que son conscientes de sus limitaciones y no se conforman con la rutina de una celebridad más o menos pasajera, ni con el éxito fácil de una fórmula predeterminada, troquelada diría yo, algo demasiado extendido entre nosotros últimamente. También, por supuesto, entre los más jóvenes.
Si algo conviene a la cultura cubana, vista en la integralidad a que nos convocara Fidel, es un exorcismo permanente. El demonio del triunfalismo, perceptible más allá del arte y la literatura, y la consiguiente ausencia de una crítica sistemática y realmente especializada —incluso en las peculiaridades de la propia crítica—, han provocado la ilusión de que las jerarquías artísticas son irrelevantes.
Sorprende el espacio que ocupa la estulticia entre nosotros. Y sorprende porque resulta paradójico, además de inexplicable, que en una sociedad como la nuestra, en posesión de todas las herramientas necesarias para fomentar el juicio estético a escala social, encuentren cobija fácil los artificios de la banalidad y la mala costumbre de la pereza intelectual. Están los efectos de la globalización —o del imperialismo, que es como merece llamarse este frenesí de las trivialidades en ciertas zonas del entretenimiento—, y está nuestra propia cosecha de tolerancia y mimetismo.
Esta batalla, que es de ideas dentro de la Batalla de Ideas, se gana en la cotidianidad, en el día a día de los programadores y promotores del arte, en la superación constante de los difusores, en el rigor consciente y en el acceso del conocimiento, y no de la solícita mediocridad, a todos los espacios relacionados con la imagen de nuestra cultura, que es, verbigracia, la imagen más eficaz de nuestro pueblo.
Los jóvenes escritores y artistas de la Asociación Hermanos Saíz, han hecho del combate a la banalidad la prioridad fundamental de su labor institucional. En esencia, se trata de una respuesta al llamado que nos hiciera el compañero Fidel en el pasado Congreso de la UNEAC, cuando el tema de la propia globalización y su impacto en el terreno de la cultura, fuera ampliamente debatido, de manera tal que a partir de entonces numerosas ideas y proyectos han sido puestos en práctica como parte de la batalla que ha librado y libra nuestro pueblo bajo su imperecedera conducción. En este sentido, la Asociación ha venido cumpliendo un importante papel, tanto nacional como internacionalmente.
Eventos como el Foro Social Mundial en sus diversas convocatorias, el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes y los diferentes encuentros de la Red En defensa de la Humanidad, de cuyo Capítulo Cubano forma parte activa y dirigente, son algunos de los espacios donde se ha escuchado la voz de los jóvenes creadores cubanos, junto a la de otros intelectuales, científicos y activistas sociales de la Isla y del resto del mundo.
Si en la Cuba revolucionaria los jóvenes nunca han sido invisibles, hoy son omnipresentes e imprescindibles en todos los frentes de batalla. Imagino a Sergio y Luis en las actuales circunstancias, ellos que lo ofrecieron todo por esta libertad.
Mas la Asociación también ha probado su lealtad a lo esencial de sus orígenes en el difícil escenario del día tras día. La vitalidad que la distingue en la promoción cultural, que es su razón de ser, se deriva de una trayectoria ajena a los desvaríos éticos y a las consecuencias de otras tentaciones en su funcionamiento; ello sin excluir los difíciles años del período especial, cuando sobrevivir era la resistencia. En esa conducta, justo es decirlo, ha sido determinante su estrecha relación con la Unión de Jóvenes Comunistas y su vinculación sincera y constructiva con las numerosas instituciones culturales, incluyendo el ICRT, la UNEAC y la Unión de Periodistas de Cuba.
No ha sido la suya una mirada excluyente, sino participativa e, incluso, crítica ante lo que reclama mejoría o precisa de reprobación tácita. Tal comportamiento, si bien todavía discreto en algunas esferas de nuestra vida cultural, la han convertido en una organización estable, madura y realmente imprescindible en el contexto de la sociedad.
En la medida en que la Asociación Hermanos Saíz se fortalezca y consolide en todas las manifestaciones artísticas, mayor será la influencia de las nuevas generaciones en la dinámica sociocultural del país y mayor será también su representatividad como espejo de los nuevos hacedores del arte y la literatura. Crecerá el espacio, al igual que el diálogo y la confrontación estética, tan necesaria para la formación de un público capaz de discernir y actuar con criterio propio.
Ejemplos de lo útil que ha resultado esta práctica involucrativa y combatiente son los festivales dedicados al rap, al rock y a la trova, donde la experimentación artística es favorecida por una estrategia de promoción que no se limita a los eventos, sino que halla continuidad en numerosas acciones concertadas con el Instituto Cubano de la Música y el Ministerio de Cultura. De igual modo sucede con El almacén de la imagen, que se efectúa anualmente en Camagüey, y con la presencia de la Asociación en la Muestra de Nuevos Realizadores, ambos en el campo audiovisual, donde, dicho sea de paso, acaba de estrenarse el primer largometraje realizado en coproducción con el ICAIC. Mas, entre todos los eventos que promueve esta organización, el que mejor simboliza su capacidad de convocatoria y su influencia social es las Romerías de Mayo, que cada año concita la participación de centenares de artistas de todo el país y la asistencia de miles de espectadores en la ciudad de Holguín.
El otorgamiento de premios, becas y la publicación de libros y revistas por las editoriales Sed de Belleza (Villa Clara), Reina del Mar (Cienfuegos), La Luz (Holguín), Aldabón (Matanzas) y Áncora (Isla de la Juventud), así como otros proyectos similares, complementan este programa de estímulo a la creación y a la visibilidad del quehacer de los nuevos talentos cubanos. Son de destacar, por su pertinencia y anticipación, los foros virtuales habitualmente organizados en las mismas Romerías, así como el Primer Encuentro de Radios Comunitarias Alternativas, al que asistieron representantes de Latinoamérica y Estados Unidos.
La Asociación Hermanos Saíz, de cuya fortaleza nadie sería capaz de dudar en estos momentos, tiene expresión institucional en todas las provincias y en varios municipios, y cuenta con una red de Casas del Joven Creador que le permitiría sistematizar aún más su trabajo y aplicar políticas de promoción cultural más abarcadoras y personalizadas. Dicho de otro modo: está en condiciones de afrontar los desafíos que tiene ante sí y que se corresponden con el imperativo de elevar su insoslayable papel en nuestra sociedad. Algunos de estos objetivos serían:
• Profundizar sus vínculos con el sistema de Enseñanza Artística, incluyendo las escuelas de instructores de arte y sus egresados.
• Incrementar su participación en la Red En defensa de la Humanidad y trabajar por una mejor y mayor utilización de las nuevas tecnologías aplicadas a la creación artística y a la información cultural.
• Reforzar su presencia en los medios de difusión, particularmente en el sector audiovisual, y
• Contribuir más activamente a la formación de un espectador crítico, participante, no solo entre las jóvenes generaciones, sino a escala de nuestra sociedad.
Queridos compañeras y compañeros:
Para mí ha sido una sorpresa y, lógicamente, un motivo de callada alegría, que dos amigos —cada uno en su estilo— me pidieran que hablara hoy ante ustedes, nada menos que en el vigésimo aniversario de la Asociación Hermanos Saíz. De uno y de su persecución implacable por los techos del mundo, casi me libro; del otro, instigado por el primero, no me pude escapar. Así que heme aquí, agradecido por una designación que me ha permitido rememorar y compartir con ustedes instantes y reflexiones acerca de una etapa de nuestras vidas en la que la imaginación iba también a la zaga de la realidad. Entonces éramos menos, cabíamos en un puño, el de la pelea; hoy somos tantos que semejamos un torrente, y no nos falta el vigor de la mano ni la fuerza de nuestro mismo corazón.
Una organización que lleve el nombre de Luis y Sergio Saíz Montes de Oca, no puede conocer descanso en una sociedad como la nuestra. Cada día que pasa, sus integrantes tienen ante sí el desafío de preservar lo hecho y superarse a sí mismos. Sin la mácula del olvido y sin la estridencia banal de lo superfluo. En el arte y en la vida. Todo programa de la Revolución ha de ser un escenario para nuevas batallas. Porque, tratándose de jóvenes escritores y artistas, nada más fértil que la imaginación comprometida con los destinos del pueblo. Créanme que ustedes son, en su humildad salvadora, privilegiados de este tiempo. De lo que hagan, dependerá, ni más ni menos, el futuro de la cultura cubana. Y yo no tengo dudas de que ese futuro está en manos de quienes mejor lo encarnan entre nosotros. Será, más allá de los siglos, el mejor tributo a la Patria, a la Revolución que nos hace posibles y a Fidel y a Raúl, siempre en nosotros.
Sí, ha pasado el tiempo, pero estamos aquí como una estrella, y donde hubo una flor, ahora crecen los árboles e, infaltables, otra vez las flores.
Muchas gracias, y nuestra felicitación a la Asociación Hermanos Saíz en su vigésimo cumpleaños. Sean felices que motivos no faltan.
La Habana, 18 de octubre de 2006.