La tecla del duende
«Amante de la poesía que encierra cualquier pequeño detalle»... Así se define en su blog Poesía de Isla la joven periodista Liudmila Peña Herrera, tunera aplatanada en Holguín. Husmeando en la red la descubrí. Aquí les van algunos de sus ensueños...
El retorno de las musas. Cuando las musas llegan, calladitas, disfrazadas, a tocar en mi inconsciente, no siempre soy capaz de escucharlas, de entender qué dicen. «¿Conmigo?», me atrevo a preguntar y ellas ni mueven la cabeza. «Bueno, no será conmigo», pienso indecisa de mí misma y las ignoro. Entonces se van, desaladas, a regalar su inspiración en otra parte. A veces, como anoche, son tan poderosas, tan insistentes, que aunque no tome yo la decisión de hacerles caso, ellas persisten, me halan de los cabellos, aparecen en los sueños y yo, dormilona, tardo en desperezarme; pero son tan persistentes que apago el ventilador, bostezo, hago café y sin más compañía que esos seres fantásticos e increíbles, inundo las cuartillas como una poseída. Ahora, cuando se han ido, puedo contarlo.
Una fiera y un amor. Ella agarró el teléfono y se puso a hilvanar chismes, amenazas, furias, estallidos de cólera… Su voz, como un chirrido incesante, atormentaba mis oídos. Me daban ganas de colgar, de gritarle, de decirle lo estúpido que es ofenderle los sueños a la gente, que es perder el tiempo vivir el tiempo de los otros, preocuparse más por el aire que respira el de más allá, sin saber si uno mismo respira todavía. Tuve ganas de gritarle, de dejarle ver que su vida ha sido así, un involucrarse sin ser invitada; pero quedé en silencio, triste. Con pena de mí también. Evitándole a ella la verdad. Alejándola de la molestia y tomándola para mí. Casi siempre lo hago. Le evito el amargo sabor de un «estás equivocada». Y ahora soy yo la que me quedo sin palabras, o con ganas de no hablar, molesta; pero sorteando el camino del tiempo que no habla para no atormentar otra existencia. Esto es una cadena: es mejor no levantar el teléfono.
La soledad... o cómo nacen las perlas. A veces, cuando los días son muy extraños, muy grises, muy tristes, me pregunto cómo será la vida de una ostra. Así, toda encerrada en la oscuridad de unas paredes solitarias, guardando un tesoro que casi nadie ve, o casi nadie aprecia. Supongo que la posibilidad de ver nacer la perla, de protegerle en el interior de esas compuertas clausuradas, es su mayor tesoro. O al menos, eso he imaginado desde niña.
Pero cuánto silencio habrá dentro de esa ostra que ni una perla guarda. Vacía de belleza, según las convenciones de algunos. Jamás he visto una perla verdadera. Ni estoy enterada siquiera de cuánto vale algo como ellas. Pero ¿y si cerrara las ventanas, las puertas, las rendijas? ¿si apagara el teléfono, el televisor, las luces? ¿si intentara no escuchar los ruidos de la calle, ni las llamadas de los vecinos, ni las dudas de mis propios pensamientos?
Si me alejara de todo lo humanamente posible, ¿podré saber cómo nace una perla? Quizá después pueda contarlo.
En una botella rota/ guardé un cocuyo para ti... Teresita Fernández