Los que soñamos por la oreja
Entre los discos de producción internacional que más he disfrutado en el 2011, uno de los que mayor impacto ha causado en mí es el álbum The living tree, trabajo acreditado a los británicos Jon Anderson y Rick Wakeman, y que viera la luz en septiembre de 2010. Por mucho tiempo se estuvo hablando del proyecto de los dos ex colegas de Yes y en distintos medios se especuló acerca de las características que tendría el material.
Hay quienes llegan a afirmar que las raíces del CD The living tree deben buscarse a fines del decenio de los 70, tras la aparición del álbum Tormato, momento en que Chris Squire, Steve Howe y Alan White se pronunciaron por hacer una música más enérgica que la realizada hasta entonces en Yes, con lo que canciones místicas y etéreas propuestas por Jon Anderson quedaron fuera del repertorio de la banda. No es de extrañar entonces que al asumir la grabación de un fonograma como el presentado en el 2010, tanto Anderson como Wakeman optaran por entregarle al público algo diferente a lo llevado a cabo por ellos en su antigua agrupación y ofrecer un puñado de composiciones en las que prevalece un mensaje en defensa de la naturaleza y en particular de la Madre Tierra.
Lo primero que me llamó la atención al escuchar el disco fue que el mismo nada tenía que ver con las texturas progresivas de Yes ni con las propuestas de corte psicodélico realizadas por Wakeman en algunos de sus trabajos como solista. Igualmente, con el objetivo de brindarnos un fonograma diferente a lo ya conocido de este par de músicos, tampoco encontramos aquí la carga experimental que se aprecia en varias de las grabaciones efectuadas por Anderson con el teclista griego Vangelis.
The living tree es un álbum acústico, en el que se rinde culto a la canción como estructura musical, a partir del desempeño de la voz y el piano. Armado en torno a sencillas, pero muy hermosas líneas melódicas, compuestas inicialmente por Rick, los textos de las nueve piezas aquí recogidas son escritos por Jon, en un proceso creativo llevado a cabo gracias a la maravilla de las posibilidades de comunicación de Internet, pues Wakeman reside en Londres y Anderson en California.
El CD abre con el tema Living tree (Part 1), donde nos topamos con un Wakeman en extremo moderado en su ejecución pianística, apoyada por unos sutiles teclados, que proporcionan una atmósfera ideal para escuchar el suave canto de Jon, quien a decir verdad me da la impresión de que por él no pasaran los años, pues sigue con esa inconfundible voz con la que se diera a conocer hace ya cuatro décadas. Aquí, la línea melódica desarrollada por el vocalista (quien además se hace cargo de los coros) es reforzada por unísonos del piano.
Sigue a continuación el corte denominado Morning star, que es en el fonograma el que pudiera considerarse más cercano a la sonoridad de Yes, claro que sin bajo, guitarra y batería. La pieza sirve para demostrar cómo con un mínimo arsenal instrumental, también es posible hacer música dentro de los códigos expresivos que identifican al rock como género. Por su parte, House of freedom, tercer track de la grabación, es un retorno a la atmósfera con la que se inició el álbum.
Living tree (Part II), como su nombre indica, es una continuación de la pieza de presentación del fonograma y resulta algo así como un tema con variaciones. Hallamos en el corte un mayor desarrollo instrumental de los teclados, en comparación con el material precedente, lo cual le proporciona a la canción cierto aire sinfónico. El sentido de calma, paz y tranquilidad que anima de conjunto la grabación, vuelve a corroborarse en Anyway always, que da paso a 23/24/11, valorado por la crítica internacional como uno de los temas mejor logrados por el dueto, criterio que yo no comparto.
Forever, concebido como otra variación del leitmotiv del CD, es uno de los instantes de lujo del disco y de esos que lo llevan a uno a dar gracias por la existencia de la música. Algo por el estilo cabría decir de Garden, joyita escrita en compás de 3 por 4 y que nos lleva a la coda del material, Just one man, perfecto final para un fonograma que me reafirma en la idea de que la melodía es la reina de la música.