Los que soñamos por la oreja
La más reciente emisión del espacio A guitarra limpia, ciclo de presentaciones a cargo de trovadores de todo el país y desarrollado mes tras mes desde hace años en la sede del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, tuvo como protagonista al cienfueguero Ariel Barreiros. Cuando el día de la función llegué a la instalación ubicada en Muralla no. 63, lo hice con la idea de que sería muy escaso el público asistente, pues a decir verdad los últimos conciertos a los que he ido, se han caracterizado por una reducida participación de personas, fenómeno que va tornándose preocupante y para el que no encuentro explicación alguna.
Unido a lo anterior, en la tarde sabatina en que se produjo la presentación de Ariel, llovió a cántaros en La Habana. Empero, como la vida nos demuestra constantemente, las cosas son mejores o peores, pero nunca como uno las piensa. Para mi sorpresa, poco a poco y bajo la protección de capas, sombrillas o paraguas, fue llegando público al Centro Pablo y al momento de comenzar la función había una cantidad respetable de personas, sobre todo teniendo en cuenta las inclemencias del tiempo.
Una de las primeras cosas que me llamó la atención del concierto de Barreiros fue que en el mismo él solo se acompañó por su guitarra. Aunque alguien pudiera pensar que ello debería de ser lo obvio dado el nombre del espacio, quienes concurren frecuentemente a dicho ciclo de presentaciones saben que en los últimos tiempos, resulta común que el trovador protagonista de la función actúe con algún tipo de formato de respaldo, por lo que presentarse únicamente con el apoyo del instrumento de las seis cuerdas en la actualidad es inusual.
Un segundo aspecto que me pareció atípico en el reciente concierto de Ariel Barreiros, fue su decisión de armarlo en lo fundamental con piezas de estreno. Por lo general, muchos trovadores (así como otros músicos) prefieren no interpretar en una función todo el repertorio nuevo que han montado, sino guardarlo con la aspiración de mostrarlo después que —en su inmensa mayoría— haya sido grabado. Tal estrategia promocional resulta lógica, pero sucede que en virtud de la crisis que vive la industria fonográfica, son contados los artistas que pueden planificar con certeza la puesta en circulación de un disco y por ende, quienes no difunden obras suyas en espera del anhelado CD, no pocas veces ven pasar el tiempo sin que se haga realidad el sueño.
En correspondencia con la situación antes descrita, Ariel optó por compartir con los asistentes al Centro Pablo sus más recientes composiciones. Así, como parte del repertorio interpretado en la ocasión, disfrutamos de 12 canciones escritas por Barreiros y que hasta la fecha no había cantado aquí en La Habana, lugar donde él no es visitante asiduo. De ahí surge justo el nombre de la función, denominada Limpieza de escritorio, y que en breves palabras yo definiría como una presentación que fue hermosa muestra de la intensidad y el lirismo que signan la obra de este genuino cantautor, sin discusión alguna uno de los de mayor madurez en su generación de trovadores.
No sin razón, en el catálogo de mano entregado a los asistentes y contentivo de una de las más hermosas notas escritas a propósito de estos conciertos, Fidel Díaz expresó: «Quien sienta la necesidad de llevar la poesía a cada paso para desentrañar los insondables misterios de su tiempo, quien sienta la imperiosa necesidad de apreciar el arte, descubriendo, creando, en interacción espiritual con otro ser que se le entrega; quien se alimenta de sufrir y soñar, vibrando ante la ofrenda sagrada que coloca en el umbral de su alma un creador; en fin, quien guste del arte de trovar en su expresión más auténtica, este es su día, pues Ariel Barreiros lleva la canción hasta su médula expresiva».
Hacedor de títulos imprescindibles a la hora de historiar la Canción Cubana Contemporánea (piénsese por ejemplo en Niña o en Quinto regimiento), con su Limpieza de escritorio Ariel Barreiros volvió a demostrar que, al margen de ser un desconocido para las mayorías en Cuba, escucharle es asistir a una fiesta innombrable, al decir de Lezama Lima.