Los que soñamos por la oreja
Como parte del ciclo de conferencias La política cultural del período revolucionario: memoria y reflexión, que desde enero de 2007 ha venido organizando el Centro Teórico-Cultural Criterios, el pasado 31 de octubre el periodista e investigador Ernesto Juan Castellano presentó su ponencia El diversionismo ideológico del rock, la moda y los enfermitos. En algún momento futuro ese texto verá la luz en letra impresa, aunque desde hace rato circula profusamente a través de la red digital.
He leído en repetidas ocasiones el trabajo de Ernesto Juan, para interiorizar mejor detalles, informaciones y comentarios que en lo personal me motivan a indagar en disímiles puntos de la dinámica cultural vivida en el país durante el decenio de los 60 y 70, a fin de comprender mejor la raíz de un proceso que ya es historia y que no solo guarda relación con el mundo del rock sino en general con distintas expresiones de lo musical que, al emerger en nuestro contexto, han generado enconadas polémicas.
Cuando este 7 de enero recibía en casa la noticia de que al amanecer de ese día el baterista Héctor Barreras —más conocido entre los amantes del rock en Cuba como Ringo—, había muerto de manera repentina, un montón de recuerdos afloraron a mi mente. Junto a esas evocaciones en torno a la personalidad del fallecido, pensé en más de un pasaje de la conferencia de Castellano y que nos hacen ver la complejidad de la época en que Ringo defendió, contra viento y marea, su derecho como individuo, músico y representante de una generación, que también en Cuba encontró en el rock no solo un lenguaje artístico sino un modo de vida.
Creo que si me preguntasen cómo catalogar a este baterista, yo diría que él fue gente noble y sincera, a la hora de expresar sus ideas. Sempiterno rebelde, no fue un músico de formación académica, sino que su escuela resultó la calle, desde que a los 15 años de edad se vinculó a la primera banda en la que tocó. Por su parecido a Ringo Star, de The Beatles, dejó de ser Héctor Barreras para pasar a llamarse simple y llanamente Ringo. Fue con Los Hanks —grupo de cierto renombre en la escena rockera habanera de los 60—, que muchos seguidores de la corriente empiezan a poner sus ojos en aquel ejecutante del bombo, la caja, los tontones y los platillos, personaje que era puro nervio y con un especial gusto para hacerse parecer, tanto en el modo de tocar, de vestir, como de peinarse, a los grandes bateristas anglosajones de rock.
Tras el paso por distintas agrupaciones de las muchas que pulularon por la capital cubana de hace cuarentitantos años, un momento significativo en la carrera de Ringo fue cuando se incorpora a las filas de Los Barbas. Todavía nuestra radio pasa a cada rato temas del aludido ensamble que fueron muy populares en su momento, y donde uno escucha la batería de Ringo, en la que sobresale (pese a lo elemental de la técnica de los equipos con los que se registraron los temas) su fuerte pegada de caja y que le distinguía entre sus colegas de instrumento. Tiempo después, por mutuo acuerdo, se produce un intercambio de músicos entre Los Dada y Los Barbas, y Ringo se va a integrar la nómina de los primeros, mientras que su puesto es ocupado por Jorgito, quien lamentablemente falleció poco después en el accidente que Los Barbas sufriesen en Pinar del Río.
Del largo período de estadía de Ringo en Los Dada es que en lo particular más lo recuerdo. Me parece estarlo escuchando ahora mismo, en compañía de Alfredo y Oliva en los teclados, Chano en la guitarra, Raúl en el bajo y Lázaro Morúa o Víctor Valdés como vocalistas. No se trata de que Ringo fuese un virtuoso ni algo por el estilo. Quienes como yo lo vimos tocar en repetidas ocasiones, concordarán conmigo en que su técnica era limitada, lo cual compensaba con su buen gusto y el swing que impregnaba a la ejecución. Tales carencias pudo arreglarlas en cierta medida, gracias a los talleres que recibió de Alan White, mítico integrante de la formación británica Yes.
Como se ha dicho, Ringo fue un forjador de proyectos e idealista empedernido, centro de comunicación entre músicos de una época que, pese a trabas e incomprensiones múltiples, es para muchos memorable.