Los que soñamos por la oreja
Dada mi no formación como musicólogo, he tratado de acercarme a los fenómenos musicales en sintonía con la perspectiva sociocultural manejada en los estudios de corte culturológico. Por dicha razón, he evitado caer en las discusiones sobre género y estilo, porque a fin de cuentas ese es un terreno donde no me muevo y en el que, además, no existe consenso entre los especialistas de la materia. Así, hasta hace poco, yo estaba convencido de que el metal era un estilo dentro del género rock como tal. Sin embargo, hoy no estoy tan seguro de ello.
Es sorprendente la cantidad de estudios académicos que internacionalmente se han llevado a cabo en torno al metal y sus diversas variantes, por ejemplo, thrash, speed, death metal (con sus derivaciones de death metal melódico y death metal técnico), brutal death, black metal, deathrash, hardcore, grindcore, thrashcore y deathcore, entre otras. Semejante gama de corrientes surgidas a partir de la sonoridad heavy moderna, impuesta a fines del decenio de los 70 por nombres como Iron Maiden, y que en los 80 con la aparición del thrash comenzara el proceso que ha originado tendencias como las antes mencionadas, es lo que ha llevado a que en el presente el metal sea valorado a partir de sus propios códigos, que no tienen por qué coincidir con los de su progenitor, el rock.
Como parte de la movida metalera producida en todo el mundo y que tuviese su momento de mayor esplendor comercial durante la década de los 90, en América Latina han surgido numerosas bandas afiliadas a esta escena. Tomemos por caso lo ocurrido con el death metal en nuestro continente, como simple botón de muestra. Así, en un país como Colombia, y en buena medida gracias al festival Rock al parque, ya desde fines de los 80 nos topamos con un grupo como Masacre, con base de operaciones en la ciudad de Medellín.
Entrado el último decenio del siglo XX, en distintos puntos de la geografía colombiana aparecen agrupaciones que defienden la estética de las voces guturales, un tempo rápido a cargo de la batería y el bajo, y guitarras con riffs densos. Surgen así ensambles como Purulent e Internal Suffering, a los que después le siguen los nombres de Carnal, Saproffago y Mindly Rotten.
El grupo brasileño de rock Vulcano. Otro país al sur del Río Bravo que ha tenido una escena metalera harto atractiva es Brasil. Recientemente, por acá tuvimos la oportunidad de disfrutar del quehacer de Sepultura, uno de los principales representantes de esta corriente sonora en tierras cariocas. Pero ellos no son los únicos. Bandas como Vulcano, Holocausto, Sarcófago, han sobresalido por el dominio técnico que poseen sus integrantes, en algunos casos con trabajos que persiguen hibridar los aires del death con los ritmos tradicionales brasileños y con textos que hablan no solo de los tópicos recurrentes en la manifestación, sino también de los problemas existenciales del ciudadano de a pie de aquella nación hermana.
Aunque entre nosotros apenas ha existido circulación de lo hecho en Venezuela dentro de las expresiones englobadas en la música popular urbana, dicho país tiene un movimiento muy activo en ese sentido, cuyas raíces hay que buscarlas tres décadas atrás. En los años 90, época dorada del death metal a nivel mundial, en urbes venezolanas como Caracas, Maracay o San Cristóbal se crean numerosas agrupaciones interesadas en abordar la sonoridad metalera. Aparecen de ese modo ensambles como Stratuz, Baphomet, Noxious, Epitafio, Natastor, Metalepsia, Ritual Metal, Crucifixión, hasta otros aparecidos en tiempos más cercanos, como son los casos de Fening, Agresión y Cultura Tres.
Una de las escenas con mayor dinamismo en el campo del death en Latinoamérica es, sin duda, la de México. Allí encontramos bandas al corte de Shub Niggurath, Prohibitory, Cenotaph, The Chasm, Ignis Autrum, Agony Lords, Zamak, Foeticide, Rapture y otras muchas más. Por último, en esta incompleta lista, no quiero soslayar el caso de Paraguay, donde se han fundado excelentes grupos como Funeral, Motorized, The Profane y UnderHell, proyectos que, como sus similares de otros países de la región (incluido Cuba), han defendido la idea de que el metal no es solo asunto de los angloparlantes.