Los que soñamos por la oreja
Leonardo García. Foto: Ibrahim Bollón Ramírez De paso por el sol, tantos y tantas veces / Perdidos en el norte de cada señal / Jugando a la bebida que aparece / Nacidos del placer: hablamos casi siempre de nacer / Ay, ay, ay, ay / Me duele el cuello de tanto mirar atrás / Hoy, hoy, hoy, hoy / Voy a poner las frutas en la mesa / Y en el televisor una grata sorpresa / Anuncian que habrá un miércoles mayor.
He reproducido un fragmento de la canción que dio nombre a la reciente emisión del espacio A guitarra limpia, un concierto protagonizado por Leonardo García. Conozco la obra de este creador desde sus inicios, allá por 1997, cuando aún era estudiante de la universidad de Santa Clara, y desde entonces no me oculto para decir que él resulta uno de mis cantautores favoritos. Por eso, disfruté en grado sumo su reciente presentación en el Centro Pablo, una función de lujo donde Leo (como se le suele llamar) hizo un equilibrado repaso por las que, al decir de Alexis Castañeda (sin lugar a duda, un experto en el devenir de la canción de origen trovadoresco en la capital villaclareña durante los últimos 20 años), son las tres etapas por las que en dos lustros ha transitado la cancionística de García.
Fueron 18 piezas las planificadas para el concierto, pero por solicitud del público Leo tuvo que interpretar otras dos más. De conjunto, el repertorio evidenció que él trasciende las fronteras convencionales con las que se identifica a un trovador o un cantautor. Su verdadera clasificación (si al fin y al cabo uno se viese obligado a tener que encasillar su quehacer) es la de un músico que sabe lo que se trae entre manos, a partir de que domina las reglas que rigen el universo melódico y armónico.
Así, en sus canciones —orquestadas por el propio creador— todo está pensado y el oído atento percibe de inmediato que hay un regodeo en matices, detalles singulares tanto en la composición como en la interpretación de la voz y de la guitarra. La academia guitarrística se nota en esas introducciones que, por momentos, parecen preludios en los que la mano derecha no se limita a simples rayados sino que maneja cualquier clase de arpegios, mientras que la izquierda, además de armar acordes naturales e inversiones acordales, con total limpieza apela a recursos como los arrastres, ligados, apoyaturas, en fin, al amplio conjunto de posibilidades que ofrece el instrumento de las seis cuerdas, cuando se conoce su técnica.
Sobre los valores letrísticos del discurso de Leonardo, yo tendría que repetir lo afirmado por Yamil Díaz Gómez en la nota de presentación al programa del concierto De paso por el sol, y que —justo es reconocer— me parece una de las mejores que se han hecho para estos catálogos, así pues reproduzco algo de lo mucho y bueno escrito por Yamil:
«En Leonardo no nos resulta exagerado, como en otros, el cómodo cliché de llamar al trovador “poeta con guitarra”. De verdad esos textos traducen a un lenguaje de alto vuelo el ademán sentencioso tan propio de la oralidad cubana. (...) Es tal la fuerza estremecedora de su verbo que, aunque a menudo abuse de la primera persona, se nos torna imposible dejar de reconocernos en esas canciones, al cabo de las cuales nos parece haber mirado por dentro el amor, los dolores, la ternura y la nostalgia».
Temas como Solo quiero ver, Emigro (una composición ya capital en la canción cubana contemporánea), 37 versos para una mujer, Días corriendo, Entre la luna y yo y Pobre gente, son algunas de sus piezas conocidas que le volvimos a escuchar y que sirven para identificarlo como hacedor de una de las obras de mayor madurez hoy entre nuestros cantautores. No faltaron composiciones recientes como Alerta, El demagogo, Niño mío, El ron o Hipertensito, precioso divertimento que tuvo el respaldo de un fagot a cargo de Niuris Moreno. Porque en su concierto Leo no estuvo solo, sino que, además de Niuris, invitó a que le acompañaran el trío de cuerdas Alter Ego, el percusionista David Hernández y los trovadores Alain Garrido, Inti Santana, Samuell Águila y Yaíma Orozco. Todos ellos aportaron lo suyo para el disfrute pleno de una cancionística en la que, más que respuestas, prevalecen las interrogantes que muchos nos hacemos por estos tiempos.