Los que soñamos por la oreja
José Raúl García debuta con su primera producción discográfica Estamos próximos a celebrar una nueva edición del concurso Adolfo Guzmán. Al margen de cualquier crítica que pudiera hacérsele, creo que todo el mundo relacionado con el arte musical en nuestro contexto ha de reconocer que dicho evento propicia que se conozca la obra de numerosos compositores, los cuales, muy probablemente, de no haber intervenido en la nómina de los finalistas del certamen, habrían visto transcurrir sus vidas como creadores sin mayores penas ni glorias.
Lo que resulta lamentable es que por las veleidades de nuestros medios de comunicación y por la falta de una política que trate de preservar la memoria, los trabajos escogidos en cada encuentro del Guzmán, en su mayoría solo se escuchan en las fechas cercanas al certamen, y en la medida que va transcurriendo el tiempo se pierden de la programación radial. Así, casi nada de lo que se conserva en fonoteca de los temas galardonados en los 80, hoy se difunde en las emisoras. Justo eso es lo sucedido con la pieza Madre, que en su momento dio a conocer al trovador José Raúl García, quien hizo que en casi toda Cuba se tarareara aquel canto que, de una forma poética y melancólica, narraba las incomprensiones entre un hijo y su madre. Una bella metáfora de las lógicas divergencias generacionales, que como sucedía en el caso de la pieza de José Raúl, no impedían el más fuerte amor entre ambas partes.
Quienes en la segunda mitad de la penúltima década del pasado siglo acostumbraban a moverse por las numerosas peñas culturales que proliferaron en Ciudad de La Habana —sobre las cuales va siendo hora de que alguien se anime a escribir su historia—, recordará de seguro la que se efectuaba los lunes por la noche y que, bajo el nombre de Cuento, tenía por sede el Museo de Artes Decorativas, en la esquina de 17 y E, en el Vedado.
Aquellas veladas eran uno de los espacios de culto alternativo de mayor poder de convocatoria de la etapa en cuestión , que hoy muchos jóvenes ni siquiera han oído mencionar. No defraudaban, por muy poco audio que hubiese, por precaria que fuese la divulgación o los medios, o por poco preparadas que estuviesen esas descargas. La mixtura y riqueza creativas que flotaban en el aire de la peña organizada de inicio por José Raúl García y Leonardo Eiriz, narrador oral y escritor especializado en el minicuento —a quienes luego se les sumó el cantautor y pintor Adrián Morales—, eran algo incontenible y allí tremendamente contextual.
Concuerdo con varios analistas que han señalado que la sociedad de creadores gestada por entonces, al paso de los años quizá nos resulte como un animal salvaje, primitivo, vigoroso y recién nacido, que se sacudía y convulsionaba por erguirse con ademanes pueriles pero cabríos, ingenuos y a la vez brillantes.
El tiempo ha transcurrido y muchos no saben de la existencia de un artista como José Raúl García, quien en estos años no ha dejado de hacer fábulas y canciones, a veces como integrante de un dúo con el también trovador José Antonio Quesada, el mismo que hiciese Hoy mi Habana, tema que tanto se difunde en los aniversarios de la capital y que sirve como música de reconocimiento de la emisora Habana Radio. José Raúl se ha centrado más últimamente en la ejecución del tres y así, bajo el sobrenombre de Compay Gallo, lo encontramos como instrumentista en discos como el álbum Nómada, de Adrián Morales. Empero, él sigue aferrado a componer canciones de corte contemplativo, lírico y filosófico.
Ahora, para fortuna suya y de quienes hemos admirado su trabajo, a pesar de que por el estilo de su propuesta continúa siendo uno de los tantos músicos desconocidos en nuestro universo, por fin José Raúl García edita su debut fonográfico, el CD La luna, la hoguera y yo. Con dicho material, como ha afirmado nuestro común amigo Julio Fowler, «inicia su aventura discográfica uno de los grandes cultores de la guitarra en la tradición trovadoresca insular y tal vez una de esas «rarezas» musicales que, en un mundo de sonidos estandarizados y a contracorriente de las modas, nos ofrece respirar un aire sonoro diferente y personal».