Los que soñamos por la oreja
La actuación de Pedro Aznar fue, sencillamente, mágica.
Aunque parezca un dislate o las primeras señales de que el buen señor nombrado Alzheimer ya ha comenzado a apoderarse de mi cerebro, hay momentos en los que me recrimino por no poseer el don de la ubicuidad. Justo eso me ocurrió el fin de semana del 10 y 11 de febrero ante el cúmulo de opciones culturales que estaban a disposición de quienes vivimos en Ciudad de La Habana. Pero ni modo, por más que lo deseé, tuve que elegir, aunque siempre tratando de disfrutar del mayor número de ellas.Por supuesto que lo primero fue darme una vuelta por la Feria Internacional del Libro, lugar del que, ante la cantidad de personas que por allí estaban el sábado, salí bastante aturdido. De la Fortaleza de la Cabaña, me dirigí al Centro Hispanoamericano de Cultura, sitio escogido por el cantautor Rubén Moro para efectuar un concierto, tras mucho tiempo de no presentarse en público. La ocasión fue propicia para evocar la peña que él, al frente del proyecto Cora, mantuviese en la Casa Comunal de Cultura de Plaza, el recordado espacio del otrora Patio de María.
Moro es alguien que, como hacedor de canciones, en lo fundamental se ha decantado por concebir su obra para un formato vocal, donde el eje de la propuesta recae en el montaje de las voces de un trío. En esta presentación él volvió a apostar por dicho modo de hacer, que le concede una singularidad en el actual panorama de los cantautores locales. La función, en la cual se hizo acompañar por varios instrumentistas, demostró que Rubén es alguien que tiene lo suyo para decirnos con su música y que, por tanto, no debería perderse de los escenarios, como a veces él ha hecho.
El sábado por la noche fue también el concierto de Pedro Luis Ferrer, a quien en este 2007 se le debiese rendir algún homenaje, porque el venidero 17 de septiembre arriba a los 55 años de edad. En el teatro Amadeo Roldán, él entregó una función de lujo, diseñada para interpretar de su extenso repertorio aquel de corte más guitarrístico. Fue un concierto donde se presentó solo (salvo en unos pocos temas en los que intervino su hija Lena) y devino otra ocasión para demostrar que el creador, nacido en Yaguajay y al quien de niño nombraban Menelao, es uno de los más grandes trovadores cubanos de las últimas cuatro décadas.
La presentación transcurrió matizada por ese humor de que hace gala Pedro Luis, quien además de hacernos reír a mandíbula batiente con décimas de alta factura, lo pone a uno a pensar. Las canciones interpretadas, en su mayoría, fueron pertenecientes al disco Ciento por ciento cubano, a no dudar uno de los álbumes capitales en la discografía grabada por nuestros compatriotas durante los 90. Pero todo no fue repasar temas ya conocidos y hubo algunos estrenos, como uno dedicado a las bellas mujeres españolas que andan por las calles de Madrid, ciudad en la que Ferrer estuviese varios meses en el 2006 para promocionar sus dos últimos discos, Rústico y Natural. De la función, también hay que resaltar el desempeño de Lena Ferrer, quien con la pieza Mariposa evidenció ser una intérprete que debería tener su propia carrera individual.
Ahora bien, el concierto que en lo personal me dejó levitando, fue el ofrecido el domingo en la sala teatro de Bellas Artes, a cargo del argentino Pedro Aznar. Yo lo había admirado desde que conocí de sus trabajos como parte de Serú Girán, en el Pat Metheny Group, como solista al frente de sus propios proyectos y, sobre todo, cuando lo vi actuar en la García Caturla durante su primera visita a Cuba. Pero lo de este domingo sencillamente para mí fue algo mágico, que me impidió escuchar música en las siguientes 24 horas, a fin de no contaminar en mi memoria el impacto de la presentación. De esta, lo más importante no está en decir que Aznar es un vocalista y un bajista como pocos, capaz de armar por sí solo un espectáculo memorable, sino que él resulta un ejemplo de que la buena música no establece fronteras genéricas ni de lugar de origen. Por eso, en una misma función y con igual maestría, se pueden interpretar para el disfrute de los melómanos tanto piezas del rock anglosajón, como otras del folclor sudamericano. ¡Ojalá que por aquí muchos aprendieran la lección!