Lecturas
Fue José María de la Torre quien primero se ocupó de precisar el origen de los nombres de las calles habaneras. Recogió el fruto de su investigación en el libro que tituló Lo que fuimos y lo que somos o La Habana antigua y moderna, que vio la luz en 1857. Muchos años después, y siguiendo la ruta y la letra de De la Torre, Emilio Roig volvía sobre el tema y daba a conocer por última vez los resultados de su pesquisa en el libro La Habana; Apuntes históricos, de 1963. A partir de ahí no son pocos los que abordaron el asunto, con mayor o menor fortuna, aunque sin el rigor y la extensión con que lo hicieron los dos autores citados. Sin ir más lejos, y salvando las distancias, son numerosas las veces que el escribidor ha aludido en este espacio a calles de la ciudad, su nombre, características e historia.
Ahora, mi buen amigo el doctor Ismael Pérez Gutiérrez, profesor de la Facultad de Medicina del hospital Diez de Octubre, se metió de lleno en el tema con el libro Calles y barrios de La Habana, en cuyas páginas, dice el historiador René González Barrios, se hace un viaje imaginario por la urbe para mostrar figuras y espacios emblemáticos de la vida habanera y recrear con un lenguaje fresco y juvenil, pese a la provecta edad del autor, «la vibra de una ciudad llena de vida, en la que cada piedra y centímetros de su suelo guarda un secreto o una historia que contar», como expresa, en su introducción al volumen, González Barrios, quien recuerda que no se trata de un libro para historiadores, sino una narración literaria no exenta de humorismo, con informaciones que a veces son conocidas y otras, verdaderas novedades que posibilitarán el redescubrimiento de la ciudad. Aclaremos que se trata de un libro todavía inédito. La generosidad de su autor lo puso en mis manos.
Ruedo hacia atrás la máquina del tiempo. Tengo 12 años de edad y asisto a mi primer día de clases en la escuela secundaria básica Félix Varela, de Lawton. El profesor Borroto, de cuello, corbata y chaqueta, y, con botas de miliciano, sin embargo —era la época—, llega al aula para impartir la asignatura de Ciencias Sociales y comienza la clase pidiéndonos una tarea que implica una pequeña investigación. Para el próximo día debemos traer por escrito una composición en la que abordaremos el porqué del nombre de la calle en que vivimos.
Quise pasarme de listo. Como vivía en la calle Diez, escribí que el nombre de mi calle obedecía a la numeración que le correspondía en la planificación del reparto. Borroto, que era un maestro en todo sentido de la palabra, me dio la razón y me pidió entonces que me refiriera al nombre de las entrecalles. Uno de ellos me fue relativamente fácil. Era el nombre de un santo: San Francisco, aunque no pude —ni puedo— precisar si era el de Asís, el de Sales, el de Paula, San Francisco Javier o San Francisco Solano, que, nacido en España, vivió en Cuba y por su labor misionera en el continente es considerado el Apóstol de la América del Sur. El otro nombre no me fue nada fácil. Benito Lagueruela, aunque en los recibos de la Compañía de Electricidad esa calle aparecía con el nombre de P. Consuegra.
El reparto Lawton tenía y tiene esas cosas. Calles con nombres. Calles con números. Calles con letras. Si, por ejemplo, se baja por la avenida Camilo Cienfuegos —antigua Dolores— desde la Calzada de Diez de Octubre hasta la avenida Porvenir, deja atrás el caminante Delicias, Buenaventura, San Lázaro, San Anastasio, Lawton y Armas; todas paralelas a dicha Calzada. Perpendiculares a ella son San Mariano, Santa Catalina, Milagros, San Francisco, Concepción, Dolores y Pocito. Aparecen calles identificadas con números si se baja por la avenida Acosta y calles con letras después de Tejar.
Dice Pérez Gutiérrez en su libro que uno de los nombres más repetidos entre las calles habaneras es el de San Francisco. Nueve calles llevan ese nombre. Otras cinco llevan el de San Martín, y San José y San Carlos aparecen cuatro veces cada uno. San Cristóbal, pese a ser el patrón de la villa, aparece solo dos veces. Santa Catalina se reitera en cinco calles, seguidas por Santa Ana y Santa Teresa, tres veces cada una.
Devela asimismo otras curiosidades. Tiempo hubo durante buena parte del siglo XVIII en que para trasladarse desde La Habana Vieja hasta la Esquina de Tejas había que hacer parte del camino en un pontón sobre las aguas de la bahía
En la llamada Ensenada de Atarés, el mar, entre manglares, penetraba por una caleta hasta cerca de Infanta. La calle Manglar debió su nombre a la vegetación de ese tipo que existió en la zona, un área que se rellenó por la basura y los escombros de la ciudad que allí se vertían. Arroyo es el nombre oficial de esa calle. Es así por el que desembocaba en esa ensenada.
Aguacate debe su nombre a la frondosa mata de ese fruto que se encontraba en el huerto del convento de Belén, árbol cortado en 1837, según José María de la Torre que decía haber visto un atril confeccionado con su madera. Galiano es Avenida de Italia. La Calzada de Monte (Máximo Gómez) se llamó Guadalupe y luego Príncipe Alfonso, por Alfonso XII de Borbón, hijo de Isabel II y nieto de Fernando VII. La calle Oquendo, por don Martín Oquendo, propietario de una estancia asentada en la zona. Bernaza, por el dueño de una panadería que existió en dicha calle. Línea existe desde el siglo XIX. En 1918 se le dio el nombre de Presidente Wilson, por ese mandatario norteamericano. Después de 1952 se llamó General Batista, en tanto que Calzada, que llevó el nombre de Carlos Miguel de Céspedes, ministro de Obras Públicas de Machado, pasó a llamarse Martha Fernández, por la esposa de Batista, nombres que desaparecieron con la dictadura. Dice Pérez Gutiérrez que desde 1936, Línea es Línea desde el Malecón hasta la calle E, y se llama calle 9 desde su confluencia con la calle 7 y hasta el río Almendares.
Palatino fue Cosme Blanco Herrera. La Calzada de Luyanó, Manuel Fernández de Castro; 23, General Machado; Cocos, Alfredo Martín Morales; Santa Emilia, Antonio de Piedra; Melones, José Antolín del Cueto… Ninguno de esos nombres perduró.
El primer barrio con que contó La Habana fue el de Campeche, escribe Pérez Gutiérrez en su libro inédito Calles y barrios de La Habana. Su origen se remonta a 1564. Era un conjunto de chozas de guano y yaguas habitado por indios traídos de esa región mexicana para laborar en la construcción de las fortalezas, y se extendía desde las calles Merced y Paula hasta los bordes interiores de la bahía.
Con la construcción de las murallas, la ciudad queda dividida en dos grandes zonas: Intramuros y Extramuros. La Habana antigua desde la orilla izquierda de la Bahía hasta la calle Egido-Monserrate, por donde pasaba la Muralla, y La Habana nueva, desde el lado externo de esta hasta el Torreón de San Lázaro, el cementerio de Espada y la Esquina de Tejas, primero, y luego en sus expansiones sucesivas.
En 1763, el Conde de Ricla, gobernador de la Isla, divide La Habana en cuatro cuarteles. Más tarde, en 1779, el gobernador Bucareli reduce esos cuarteles a dos: La Punta, con los barrios de Dragones, del Ángel, de la Estrella y de Monserrate, y Campeche, con los de San Francisco, Santa Teresa, Paula y San Isidro.
En 1807 la zona de Intramuros se dividió en 16 barrios, lo que duró hasta 1851 en que se acometió la otra división en distritos y barrios, modificada en 1855 y que perduró hasta la República. Extramuros quedó dividida en tres capitanías: San Lázaro, Guadalupe y Jesús María. En 1841 se dividió en seis barrios. Diez años más tarde los llamados «nuevos pueblos» del Cerro, Jesús del Monte y Arroyo Apolo, así como Regla y Casablanca se consideraron parte integrante de la capital. En 1912 Regla se constituyó como municipio independiente.
Aunque Pérez Gutiérrez no entra en este detalle, el escribidor dirá por su parte que, en 1959, La Habana era todavía un solo municipio que se dividía en 43 barrios: Casa Blanca, San Juan de Dios, Santo Ángel. Templete, San Felipe, Santo Cristo, San Francisco, Santa Clara y Paula. También San Isidro, Punta, Colón, Tacón, Arsenal, Ceiba, Jesús María, Marte, San Nicolás, Vives, Chávez, Peñalver, Monserrate y San Leopoldo. Se sumaban los barrios de Guadalupe, Dragones, San Lázaro, Cayo Hueso, Pueblo Nuevo, Pilar, Atarés, Villanueva, Cerro, Vedado, Medina, Príncipe, Puentes Grandes, Jesús del Monte, Manuel de la Cruz, Luyanó, Arroyo Apolo, Arroyo Naranjo y Calvario. Marianao era otro municipio. Todavía a comienzos de la Revolución se pensaba fusionar el municipio habanero con el de Marianao a fin de dar vida a lo que se llamaría La Gran Habana. La creación de las regiones, primero, y luego la división político-administrativa de 1976 canceló esa posibilidad.
Digamos por último que Calles y barrios de La Habana es un libro que agradecerán los lectores. Un bello regalo para los que amen la capital de todos los cubanos.