Lecturas
El buque Neptuno llegó a Cuba en 1819, y fue la primera embarcación a vapor que circuló en los dominios españoles. Era propiedad de don Juan de O’Farrill y hacía viajes entre La Habana y Matanzas. Una imagen de ese barco fue reproducida en una de las paredes de una casa de comidas que abría sus puertas en Galiano esquina a Dragones, en lo que sería el Mercado de Tacón, actual Parque del Curita. Por aquella imagen se llamó a dicho mercado la Plaza del Vapor, nombre por el que todavía muchos conocen al parque.
Fue en 1844 cuando se estableció en La Habana el primer servicio de las llamadas pompas fúnebres; carros o coches especiales que conducían los ataúdes al cementerio. El servicio incluía al cochero y a varios individuos que se encargaban de manipular el féretro y que vestían uniformes de lacayos con profusión de galones dorados y sombreros de tres picos. Eran los llamados zacatecas.
Antes, en 1841, se inhumó en el cementerio de Espada el primer cadáver que fue embalsamado en Cuba. Fue el de Isabel Herrera de La Barrera, esposa del marqués de Almendares. La embalsamó el gran médico habanero José Nicolás Gutiérrez, primer cirujano de Cuba, fundador de la Academia de Ciencias.
En los albores del siglo XX existía en Cuba y en otros países el criterio, generalizado entre los directores de publicaciones, de que los periódicos dominicales no funcionaban. De hecho, los diarios habaneros más importantes de la época —La Discusión y La Lucha— no circulaban los domingos, y los que lo hacían, aunque a veces daban cabida a folletines, en poco diferenciaban su edición dominical de la del resto de la semana.
Pero Manuel María Coronado, director de La Discusión, tenía una idea opuesta. Pensaba que un periódico elaborado especialmente para ser leído en la calma del domingo, movido, con materiales extensos y bien escritos e ilustraciones en colores, sería todo un éxito, y puso a su gente a trabajar.
Su idea marcó un paso de progreso en la prensa nacional y pronto fue imitada por otras publicaciones cubanas y de otras naciones.
La también llamada «carretera de terciopelo» fue considerada en su momento el tramo de carretera pavimentado más largo del mundo.
Recorre 1 139 kilómetros y tiene un ancho de seis metros. Se dice que no es más ancha porque funcionarios del Gobierno de Machado se robaron el dinero que le hubiera permitido una extensión mayor de orilla a orilla. De no haber existido esa malversación colosal, se asegura, dicha carretera tendría dos metros más de ancho, uno a cada lado. No hay fundamento alguno en esa aseveración. Esa vía fue construida con la misma anchura con que se concibió en los planos. Ni un centímetro menos.
Es obra del ingeniero Manuel A. Coroalles. Su construcción comenzó en el poblado de San Francisco de Paula el 1ro. de marzo de 1927, y concluyó el 14 de febrero de 1931. Quedó lista en menos de cuatro años.
Resaltar la importancia de la Carretera Central resulta ocioso. Demeritarla carece de sentido. Ninguna obra acometida en la Isla durante la primera mitad del siglo XX la supera. Acortó el tiempo y la distancia entre un lugar y otro del país, y su beneficio redundó en todos los órdenes de la vida social y económica de la nación.
Es una de las siete maravillas de la ingeniería civil cubana.
Cuba fue el primer país de América Latina que contó con el servicio aéreo postal, forma rápida y eficiente de distribuir la correspondencia pública y privada. Para hacerlo posible, Cubana de Aviación, fundada en 1929, se valía del anfibio Sikorsky S38B, que le permitía llegar a lugares tan distantes de La Habana como Baracoa.
En 1939 Cubana contaba ya con diez aeropuertos de destino distribuidos en el territorio nacional, y recién finalizada la II Guerra Mundial inauguraba el servicio nocturno de pasajeros, carga y correo valiéndose del DC-3, el llamado avión-leyenda.
Es con el DC-3 que, en 1945, queda establecido el itinerario Habana-Miami como primera ruta internacional de la compañía. En septiembre de 1953 abre la de México, y tres años más tarde se inaugura el vuelo directo diario Habana-Nueva York. En 1958 se establece el servicio Habana-Madrid, con lo que Cubana se ubica entre las primeras líneas mundiales que abren la era de las rutas trasatlánticas. En la década de los 50 se consolidan los vuelos nacionales: llegan a 18 los destinos domésticos de la compañía.
Después de 1959, el bloqueo y la ruptura de relaciones de naciones latinoamericanas condujeron a la supresión de varias rutas, en Norte, Centro y Sudamérica. Se abrieron sin embargo nuevos itinerarios hacia Europa del Este.
La necrópolis habanera de Colón se destaca por su majestuosidad y ofrece, desde todos los ángulos, su aspecto monumental. Por sus valores artísticos y arquitectónicos es la muestra más amplia y meritoria del arte funerario en la Isla, y en orden de importancia, la tercera necrópolis del mundo. En más de cien millones de dólares se valoraba hace unos 20 años su patrimonio artístico. Cincuenta y tres mil propiedades se asientan sobre sus 56 hectáreas.
Llama la atención del visitante su gran portada monumental. En la capilla central atraen las pinturas de Miguel Melero. El Panteón de los Veteranos luce cuatro bellísimos bajorrelieves, obra de Juan José Sicre. Impacta, por su serena sobriedad, la tumba del cardenal Manuel Arteaga. Hay obras de escultores como Boada, Longa y Ramos Blanco en numerosos sepulcros particulares, y en otros todo un desbordamiento de escultura comercial con profusión de ángeles, imágenes de santos y cruces.
Más de dos millones de pesos se invirtieron en la construcción del Gran Stadium del Cerro o de La Habana, actual estadio Latinoamericano. Podía alojar a 35 000 espectadores y cuando se inauguró, el 26 de octubre de 1946, solo lo superaban en capacidad cinco instalaciones norteamericanas: el Yankee Stadium (75 000 personas); el de Detroit (58 000); el Polo Grounds, de Nueva York (56 000); el Wrigley Field, de Chicago (50 000), y el Fenway Park, de Boston (40 000).
En ese tiempo, cuatro equipos disputaban en la liga nacional profesional: Habana, Almendares, Cienfuegos y Marianao. Al Habana lo simbolizaba el león y su color era el rojo, mientras que el color del Almendares era el azul y su símbolo, el alacrán. Verde era el color del Cienfuegos, y gris primero, y anaranjado después, el del Marianao, en tanto que sus símbolos eran el elefante y el tigre, respectivamente. Todos, salvo el Marianao, tenían su lema. «La leña roja tarda, pero llega», decían los habanistas, y los almendaristas ripostaban: «El que le gane al Almendares se muere», y los cienfuegueros se consolaban con decir: «El paso del elefante es lento, pero aplastante».
El Latinoamericano fue ampliado considerablemente después de 1959.
En el momento de su inauguración, en 1949, el Teatro Blanquita, el coliseo de 1ra. esquina a 10, en Miramar, fue el más grande del mundo en atención al número de sus lunetas. Tenía capacidad para 6 600 personas, 500 espectadores más que el Radio City Hall, de Nueva York. Su cafetería podía dar servicio al mismo tiempo a 200 personas sentadas. Disponía además de una pista de hielo. Es el actual teatro Karl Marx, escenario de los más importantes actos políticos y culturales del país tras el triunfo de la Revolución.
Con 121 metros de altura sobre el nivel de la calle, el edificio Focsa fue en el momento de su inauguración (junio de 1956) el inmueble de hormigón más alto del mundo, superado solo por el edificio Marinelli, de Sao Paulo, en Brasil, con sus 144 metros de alto.
Dispone de 373 apartamentos y se concibió para que vivieran y laboraran en sus áreas 5 000 personas. Se trata de una unidad vecinal que pasó a ser el primer exponente habanero de una ciudad dentro de la ciudad, una isla habitada y autosuficiente equipada con todos los servicios sociales.
Su construcción demoró 28 meses y representó una inversión de diez millones de pesos.
Ernesto Gómez Sampera, el arquitecto de la obra, tenía 28 años de edad cuando la acometió.
Es otra de las maravillas de la ingeniería civil cubana.