Lecturas
Con motivo de la serie sobre los terrenos del Capitolio, publicada en este diario los días 13, 20 y 27 de septiembre pasados, no pocas personas me han interceptado en la calle para preguntar cuántos obreros y técnicos laboraron en la construcción de ese edificio.
El dato, interesante de por sí, está matizado por la anécdota. Sucede que Carlos Miguel de Céspedes, secretario (ministro) de Obras Públicas del presidente Gerardo Machado y máximo impulsor de la edificación, «quiso reunir en la escalinata a todos los constructores que día a día, con su esfuerzo creador, levantaron esa obra faraónica y retratarlos a todos juntos como documento y recuerdo».
La escena en cuestión fue captada al mismo tiempo por unos 30 fotorreporteros de la prensa nacional, algún que otro corresponsal extranjero y algunos fotógrafos profesionales. La imagen atrapada por las cámaras se considera la fotografía «donde mayor número de personas ha posado en Cuba», escribe José Oller en El multitudinario retrato de los constructores del Capitolio, que hace ya bastante tiempo dio a conocer en su columna del sitio digital cubaperiodistas.cu.
Recuerda Oller que Rafael Pegudo, que había sido reportero gráfico del periódico El Mundo y profesor de Fotografía de la Escuela de Periodismo Manuel Márquez Sterling, le contó en 1980 que cuando la construcción del Capitolio estaba a punto de finalizar, «el Dinámico», que era como apodaban a Carlos Miguel, pidió al arquitecto Eugenio Rayneri, director técnico y artístico de la obra, que tomara las medidas pertinentes para que la fotografía se realizara según sus indicaciones. Quería Carlos Miguel la disposición ordenada en la escalinata de todos los trabajadores. Rayneri y su equipo entonces levantaron un plano, precisaron el número de trabajadores que prestaba servicio en cada área y calcularon a partir de ahí el espacio que ocuparía en la escalinata cada sector o frente de trabajo. En el centro habría un lugar de honor para Carlos Miguel y el presidente Machado.
«El estudio previo realizado por el equipo de Rayneri indicó que había unos cinco mil obreros cubanos, españoles y de otras nacionalidades trabajando a pie de obra como capataces, carpinteros, canteros, electricistas, albañiles, jardineros, mecánicos, escultores, cerrajeros, cocineros, peones y personal de apoyo. Se incluía a unos cientos de trabajadores que ya habían concluido sus tareas y a los especialistas de una veintena de empresas cubanas y extranjeras contratadas para el acabado. Sin embargo, otros tres mil trabajadores no podían retratarse porque trabajaban en talleres de Italia, Francia e Inglaterra creando las esculturas y cuadros o fabricando herrajes, cortinas y decorados que enviaban a La Habana», escribe José Oller en El multitudinario retrato de los constructores del Capitolio.
Rayneri y Manuel Martínez Illa, jefe de Fotografía de la Secretaría de Obras Públicas, estudiaron la posición del Sol en los distintos horarios y determinaron que la foto debía hacerse entre las 10 y las 11 de la mañana. Acordaron también la altura y ubicación de una plataforma que situarían frente a la escalinata para que los fotógrafos y camarógrafos tuvieran una mejor visualización. Los ejecutivos de la empresa Purdy&Henderson, encargada de la construcción del edificio, ofrecieron un premio al fotógrafo que captara la mejor imagen del grupo.
El sábado 9 de febrero de 1929 fue el día escogido para la foto; el Capitolio se inauguraría el 20 de mayo siguiente. Muy temprano en la mañana, obreros, técnicos y dirigentes fueron ocupando las posiciones que tenían asignadas en la escalinata. Arribó también la prensa. Pegudo, que trabajaba entonces para la revista Carteles, rememoraba en su conversación con José Oller la presencia de los reporteros gráficos de El Mundo, Bohemia, Diario de la Marina, Heraldo de Cuba, Excélsior, La Prensa… Federico Gilbert, jefe de Fotografía del periódico El País, llegó con todo el personal de su departamento. Al pie de la plataforma los saludaba el jefe de Fotografía de Obras Públicas a quien Carlos Miguel confiara la atención de los periodistas. Llegó además el fotógrafo de la Secretaría de Obras Públicas y Arturo Martínez Illa, hermano del jefe del departamento, que recorría la Isla con su cámara panorámica y atrapaba imágenes de industrias y centrales azucareros y grandes concentraciones de personas. Manuel lo había invitado a participar de la megafoto porque la Secretaría carecía de una cámara como la suya. Todos los fotógrafos subían a la plataforma e instalaban sobre trípodes sus enormes cámaras, preparados para captar el acontecimiento.
Escribe Oller en cubaperiodistas.cu:
«A las 10 y 30 de la mañana un locutor anunciaba por unos altavoces colocados en los alrededores de la escalinata la llegada del presidente Machado y Carlos Miguel de Céspedes. Después de los saludos y aclamaciones se situaron todos en sus posiciones. De nuevo se escuchó la voz del locutor indicando que los fotógrafos estaban listos para fotografiarlos y debían permanecer quietos y mirando a las cámaras. De inmediato los obturadores de unas 30 cámaras comenzaron a funcionar. Diez minutos después Machado alzó los brazos para saludar a los fotógrafos y después a los obreros que estaban a los lados y al fondo. En medio de aplausos y aclamaciones se marcharon y en unos 20 minutos la escalinata quedó vacía; en la plataforma algunos fotógrafos rezagados recogían sus cámaras y placas».
El premio a la mejor foto (150 pesos y diploma) correspondió a Octavio de la Torre, fotógrafo de Obras Públicas, y el segundo (75 pesos y diploma) fue para la panorámica de Arturo Martínez Illa. Cada uno de los fotografiados recibió una copia de la fotografía, como recuerdo y homenaje por haber dedicado unos tres años a la construcción del Capitolio. Una tarea enorme cayó sobre Manuel Martínez Illa y su ayudante Octavio de la Torre por las numerosas fotocopias que Carlos Miguel pedía para regalar.
Precisa José Oller que cinco trabajadores perdieron la vida mientras laboraban en la construcción del Capitolio, y concluye:
«El talento de todos estos hombres se recuerda en una sencilla y honrosa placa situada en una de sus paredes: Una plegaria para los que dieron su vida. Un recuerdo para todos los que pusieron en estas piedras brazos, ciencia y espíritu».
Información sobre la embajada norteamericana en La Habana inquiere el lector Félix León Pérez, jefe del Grupo de Aseguramiento y Gestión de la Calidad de Cubana de Acero.
Esa sede diplomática no siempre radicó donde ahora. El escribidor no tiene una idea precisa de todos los lugares donde estuvo emplazada —no ha conseguido la información por más que la ha buscado—, pero sabe que en una época radicó en el llamado Palacio de Echarte, en la calle Santa Catalina (en la calle, no en la avenida) en el Cerro. También en Avenida de las Misiones número 5, que fue, vísperas de la caída de la dictadura de Machado, el escenario de la mediación que libró Benjamín Sumner Welles, enviado del presidente Roosevelt, para frustrar la revolución del 33 y prorrogar el machadato sin Machado.
La representación norteamericana en la capital cubana estuvo también en el edificio Horter, en Obispo entre Oficios y Baratillo, frente a la Plaza de Armas. No en todo el edificio, que daba cabida además a bufetes y oficinas, entre estas la de la Cámara Americana de Comercio.
Eso fue en los años 40. Me dicen que en otros tiempos estuvo en Galiano esquina a Malecón, donde ahora está el hotel Deauville, y en Prado y Trocadero, residencia que fuera del mayor general José Miguel Gómez. No puedo asegurarlo.
En 1953 la embajada inauguró su nuevo edificio enmarcado por las calles Calzada, Malecón, L y M. Es obra de los arquitectos estadounidenses Max Abramovitz (1908-2004) y Wallace Harrison (1895-1981) de la firma Harrison&Abramovitz, la misma que proyectó el Lincoln Center y el edificio de la Organización de Naciones Unidas. Otro arquitecto, también norteamericano, de California, Thomas D. Church, asumió los jardines, y el mobiliario estuvo a cargo de Knoll Associates.
Pregunta un lector sobre este palacio.
Es uno de los edificios emblemáticos de Marianao; se ubica en la Avenida 51 esquina a 118. Construido en 1858 por Francisco Durañona, rico empresario español, dueño del central Toledo y socio de la empresa del ferrocarril Marianao-Habana. El nombre del central obedece al de la ciudad natal de su propietario.
En la guerra del 95, el Palacio fue hospital militar. Y al finalizar la contienda, cuartel general del Ejército norteamericano y residencia del general Lee, gobernador militar de La Habana.
Tras la ocupación militar norteamericana de 1906, sede del Gobierno interventor, y el 29 de junio de 1913 Menocal lo convirtió en Palacio Presidencial de verano.
Fue además academia de artes manuales, internado de varones Claudio Dumas y sede de una tabaquería.
Alberga hoy la academia de ballet Pro Danza, que dirige Laura Alonso.