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No podía ser otra que una respuesta emprendedoramente mercantilista, buscadora de ganancias, creadora de necesidades consumistas: compre una mochila antibalas para su pequeño escolar. Negocio redondo que no pierde la ocasión.
La protección ante las mentes criminales de una sociedad enferma se le ocurrió a empresas avispadas como Amendment II, cínica respuesta desde su mismísimo nombre —Enmienda II, la que permite en la Constitución de Estados Unidos la tenencia de armas en manos privadas: 300 millones en un país de 350 millones de habitantes.
Hace seis meses, esa compañía sacó al mercado tres modelos diferentes de estos bolsos —una para adolescente, con la sobriedad de los colores negro y gris, casi rememorando un ataúd—, otra lleva las imágenes de Los Vengadores, un episodio de violencia, y la tercera una de las princesas de Disney para los más pequeños.
Dicen que Amendment II ha triplicado sus ventas luego de la matanza de Newton, en que 20 niños de seis y siete años de edad perdieron la vida cuando cada uno de ellos fue baleado varias veces, así como seis adultos.
No es esta empresa la única dedicada a «proteger» a los escolares, por supuesto que no está sola en aprovecharse de la conmoción nacional. Tras la masacre de Columbine, por ejemplo, nació Bullet Blocker, de un corte similar a la Enmienda II.
Por pura curiosidad ahí les van los precios, que dependen de la marca y el modelo: 199 dólares la más económica y hasta 300. Y no se llame a engaño, las más caras son precisamente los modelos infantiles. Dicen que por eso de las figuritas de princesas, duendecillos y graciosos animalitos. Tenga en cuenta que proteger a los más pequeños, «no tiene precio».
Sin embargo, a la par que ellos engrosan capitales «protegiendo» con sus chalecos antibalas, otros hacen también su Agosto o su Navidad —según sea la época del año— aumentando las ventas, pero en ese caso de… armas.
En una cultura de violencia nada más «normal» que buscar esas dos soluciones: mochilas antibalas y más balas, cuando los padres enseñan a sus hijos a disparar para «protegerse», y en eso los entrenan.
Así hizo Nancy Lanza, y fue una víctima de su propio comportamiento. Fue una de los adultos asesinados por su propio hijo, Adam Lanza, junto a los 20 pequeñines de la escuela Sandy Hook. Las tres armas empleadas por el joven de 20 años, y con las que disparó casi a quemarropa varias veces contra cada una de sus víctimas, estaban registradas a su nombre.
Mientras Estados Unidos conmocionado sigue las reglas del caos, otros de sus hijos disparan también a mansalva, pero entonces caen niños afganos o paquistaníes, cadáveres que nadie ve, como no sean sus familiares en alguna aldea perdida en la montaña donde los drones no tripulados hacen de las suyas, mientras en un cuarto repleto de tecnología digital de avanzada, jóvenes militares aprietan los botones de la muerte como si fuera un juego de computadora.
En este caso es el terror desde el Estado, el otro es particular…
De qué se trata ese caos, de crear la paranoia de la inseguridad, y de la guerra, ganancia absoluta de estos pescadores del complejo militar-industrial-mediático, llevado de los escenarios de guerra a sus propias calles en guerra.
Nancy Lanza era seguidora de un movimiento estadounidense que está en auge: el «preparacionista». Su casa era una fortaleza y en ella acaparó cinco armas y víveres, porque se avecinaba el caos social con el colapso de la economía.
Estados Unidos se estremece, pero todavía no se ha presentado, en las circunstancias actuales, una ley que modifique esa tenencia de armas. Por el contrario, un congresista republicano dijo por ahí que la tragedia de Sandy Hook se hubiera evitado si el personal de la escuela hubiera tenido armas para proteger el centro, a sí mismos y a los alumnos.
Así prosigue la locura, la oficial y la privada, con una mochila y un arma.