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Según The Observer, recientemente hubo una reunión en la residencia del primer ministro israelí Ehud Olmert que no debió conocerse públicamente, pues el hombre invitado a la casa de Jerusalén era Aviam Sela, el arquitecto de la Operación Opera de 1981, cuando Israel lanzó un ataque aéreo con 16 F-15 y F-16 contra el reactor nuclear iraquí de Osirak. El tema en el encuentro se resumía en una pregunta de Olmert y la posible respuesta de Sela: ¿sería igual de efectiva una acción similar ahora, pero contra Irán?
Advierten a Irán que no cierre las rutas del petróleo, pero son los portaviones yanquis los que campean por sus fueros en las aguas del Golfo Pérsico. Los analistas citados por The Observer eliminaban cualquier posibilidad de repetir la historia: Irán ha dispersado sus estructuras nucleares —el reactor de agua ligera está en Bushehr y el controversial procesador de uranio enriquecido en Natanz, donde 23 metros de duro concreto protegen la centrífuga, por lo que necesitarían más de 80 bombas penetrantes de 5 000 libras para abrir un cráter y luego lanzar en él una segunda bomba a fin de destruir la instalación.
El tema está peligrosamente sobre la mesa, Israel flexiona sus músculos y multiplica amenazas y advertencias, al punto que el viceprimer ministro Shauel Mofaz ha dicho que no tienen otra alternativa que atacar a Irán. El régimen de Tel Aviv quiere la compañía de su principal socio, Estados Unidos, donde el vicepresidente Dick Cheney, y otros más, tienen prurito por lanzarse a una operación semejante...
Mientras tanto, un desmentido realizado por el embajador de Washington en Iraq, Ryan Crocker, pone sobre aviso respecto a la peligrosa posibilidad de que desaten otra desventura bélica. En declaraciones al programa Late Edition de la CNN aseguró: «Puedo decirle rotundamente que las fuerzas de EE.UU. no están operando a través de la frontera iraquí hacia Irán». Reaccionaba a un enjundioso artículo que, bajo el título de Preparando el campo de batalla, acaba de publicar Seymour Hersh en la edición digital de la revista The New Yorker, y que saldrá en blanco y negro en el número del 7 de julio próximo.
La denuncia del ganador del Premio Pulitzer de periodismo investigativo, formulada hace ya más de un año y ahora reiterada, con el objetivo de impedir que los estadounidenses sean nuevamente conducidos como corderos a una guerra en el Golfo Pérsico, tiene como base el Presidencial Finding firmado por George W. Bush, los 400 millones de dólares destinados por él —y aprobados por el Congreso— para la guerra sucia o encubierta contra Irán, y la escalada significativa en el último año de las operaciones de la CIA (Agencia Central de Inteligencia) y el Comando Conjunto de Operaciones Especiales, destinadas a desestabilizar a la nación persa, sobre todo a su liderazgo religioso.
Hersh describe que entre las acciones está el apoyo a la minoría árabe Ahwazi, a los grupos Baluchi y otras organizaciones disidentes, además de recoger información sobre el programa nuclear iraní, el principal caballito de batalla del aspecto mediático de esta guerra. No importa, por supuesto, que en diciembre pasado el Estimado Nacional de Inteligencia (NIE) reconociera que Irán había detenido en 2003 los trabajos que le posibilitarían tener armas nucleares.
El modus operandi del equipo de Bush, el hijo, contra cualquiera que tengan catalogados entre los «estados enemigos», es copia al carbón: dinero, grupos opositores y campaña de mentiras ampliamente divulgadas por la prensa internacional. Y quieren aderezarlo con un buen golpe militar que les puede conducir a una nueva catástrofe. Y esto de los 400 millones de Bush se me asemeja a la novela de Julio Verne, Los 500 millones de la Begún, donde se habla del poder que el dinero y la tecnología pueden ejercer en la sociedad moderna.
El siniestro hombrecillo del imperio emula con el personaje del doctor Schultze que dedica los millones que hereda en construir Stahlstad, una ciudad-fortaleza de acero, llena de secretos y donde las usinas producen todo tipo de armas cada vez más potentes y mortíferas...
Con la filosofía del poder imperial, ciega, sorda y muda ante el raciocinio, que no olvide Bush el final de Schultze: encontró la muerte congelado por el estallido de uno de sus propios proyectiles, encerrado en el búnker de su propia ciudad...