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Llegó al quinquenio con rechazo y escasez. La guerra de Estados Unidos contra Iraq «celebra» aniversario cuando una pesquisa de los londinenses ORB/Channel 4 News revela que siete de cada diez iraquíes quiere que se vayan ya las fuerzas extranjeras que están en su país desde aquel 19-20 de marzo de 2003, en que invadieron el territorio mesopotámico al amparo de mentiras y arrastrando tras de sí muerte, dolor, sufrimientos, crímenes de guerra, prácticas corruptas y profundas divisiones que afloraron en la violencia sectaria que desangra al país.
Uno de cada cuatro encuestados ha perdido al menos a un miembro de su familia; si los indagados residen en Bagdad, entonces el 45 por ciento carga ese luto impuesto desde Washington.
El 81 por ciento de quienes respondieron la investigación sufren cortes de la energía eléctrica y escasez de agua para beber; incluso, en el último mes, más del 28 por ciento de la población careció de alimentos.
La investigación se puede complementar con un sobrio informe del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), donde se dice que, a cinco años de la invasión liderada por EE.UU., millones de personas carecen de cuidados médicos. En vastas zonas de ese país de 27 millones de habitantes, los hospitales carecen de camas suficientes para la atención, tampoco alcanzan las medicinas ni el personal médico (afirma el Premio Nobel Joseph Stiglitz que la mitad de los galenos han muertos o han abandonado el país); no hay suministro de agua ni servicios de sanidad, por tanto, algunas familias, aquellas que pueden darse ese «lujo», se ven forzadas a gastar un tercio de sus ingresos mensuales en agua limpia para beber.
«A cinco años del estallido de la guerra en Iraq, la situación humanitaria en la mayor parte del país se mantiene entre las más críticas del mundo», puntualizó el CICR, al tiempo que describía con estas palabras el sistema de salud: «Ahora está en peores condiciones que nunca».
Ese panorama aterrador tiene otras aristas no menos impresionantes: entre el 25 y el 60 por ciento de los iraquíes están desempleados, entre 4 y 6 millones se encuentran desplazados de sus hogares en desesperado intento de escapar a la violencia, y entre los grupos en extremo vulnerables por esa circunstancia están niños, mujeres, ancianos y discapacitados.
Al mismo tiempo, decenas de miles de hombres permanecen detenidos, y la Cruz Roja incluye en esa cifra, cuyo monto exacto se desconoce, a 20 000 prisioneros en la más grande instalación carcelaria de Iraq, Camp Bucca, cerca de Basora, por supuesto, administrada por Estados Unidos.
Decenas de miles permanecen detenidos. Foto: AP Pero los sufrimientos y los muertos iraquíes no interesan; y los cadáveres de los norteamericanos como llegan a cuentagotas tampoco se exhiben. Otros males provocados por heridas físicas y mentales profundas todavía no asoman con fuerza suficiente, aunque ya hay 52 000 veteranos de regreso a sus hogares que llevan sobre sus hombros el síndrome de stress postraumático.
Tampoco exhiben los costos monetarios. Cuando ordenó la invasión, George W. Bush prometió que gastaría solo 50 000 millones de dólares, y esa es la cantidad que despilfarra cada tres meses, por tanto, tiene una gran mentira más en su saco de falsedades.
Pero el extenso rosario de calamidades se escabulle ahora de los titulares y primeras planas de los medios estadounidenses, más interesados por mandato expreso de la autorregulación que salva su sistema en el espectáculo electoral.
Como afirma Stiglitz, «la guerra ha tenido solo dos vencedores: las compañías petroleras y los contratistas para la defensa». Solo para ellos: ¡Felicidades!