Inter-nos
No hay suficiente conocimiento en el mundo de lo que está pasando en Afganistán, un país ocupado y en guerra desde octubre de 2001, justo después del 11 de septiembre. Poco más de seis años de conflictos, y el día final del año 2007 se llevó las vidas de 22 soldados y policías afganos en ataques del talibán, sobre el que la invasión estadounidense hace mucho que proclamó victoria.
En Mewand, provincia de Kandahar; en el distrito Usa Kala, provincia de Helmand; y también en Uruzgán, Paktia y Maydan Wardak, sucedieron esos acontecimientos, que muestran cómo alcanza niveles récord la violencia (con este apelativo le gusta a los medios estadounidenses, y aquellos que le siguen la rima, llamar a la guerra y a la resistencia).
El diario británico The Independent comentaba este primer día de 2008 que las muertes de militares estadounidenses (110), las bombas puestas por suicidas y la producción de opio (93 por ciento del estimado mundial) están entre las marcas del año que concluyó.
A ello hay que unirle los más de 995 policías afganos que fueron bajas mortales, los 41 soldados británicos, 30 canadienses y 40 uniformados de otras naciones de la OTAN muertos en combates, emboscadas y atentados con bomba.
Tampoco olvidemos un número no definido, pero cada vez más alto, de civiles víctimas de los ataques aéreos o de los asaltos por tierra de las fuerzas de la OTAN, cuyo mando y el de EE.UU. insisten que 4 500 eran militantes del talibán o de Al-Qaeda... sin embargo, las autoridades norteamericanas insisten en que las cosas marchan bien.
Para no pocos analistas, la situación es compleja, sobre todo porque sigue haciéndose notar la incapacidad del Gobierno afgano para tomar el control y, mucho menos, enfrentar y solucionar las necesidades esenciales de la población.
Algunos han llegado a decir que, comparativamente, en 2007, la situación en Afganistán fue peor que lo acontecido en Iraq donde, a pesar del optimismo desplegado por la propaganda de la Casa Blanca acerca de la seguridad de su reforzamiento de las tropas en Bagdad y otros puntos calientes, la cuenta final hizo de 2007 el año más letal de la guerra.
El futuro inmediato para Afganistán pinta sombrío, a tenor de las declaraciones de Zabiullah Mujahid, un vocero talibán, quien aseguró que en 2008 van a incrementar los ataques suicidas, las bombas camineras y las emboscadas contra las tropas ocupantes, ya sean estadounidenses u otanianas.
Pero Estados Unidos en su campaña de prensa para adormecer al pueblo estadounidense, echa mano a la escoba y barre esta guerra, escondiéndola bajo las alfombras, quizá porque desde tiempos inmemoriales sean los afganos distinguidos fabricantes de tapices.
Prefieren tejer una historia para cuentos de Las Mil y Una Noches, y hablan entonces de la fantástica exposición de alfombras afganas en el Museo San José de Edredones y Textiles, en California, donde una «impresionante» colección muestra «la más grande tradición de arte de guerra del Siglo XX» —y que, por cierto, ya fue expuesta en la Universidad de Miami hasta mediados de diciembre.
Las mantas, obra de los habilidosos artesanos afganos, traen imágenes de la guerra, pero no de esta actual, dolorosa y mortal, sino de otra ya pasada y ajena, la de la invasión soviética de finales de los 70 y la reacción popular. ¿Habrá en algún momento otra gama de tapices con diseños de esta guerra?