Acuse de recibo
El pasado 3 de noviembre, y desde Sibanicú, en la provincia de Camagüey, Alfredo Oro Moreno contaba aquí que tras 42 años de trabajo se jubiló como médico veterinario de una UBPC, por demás rentable desde su fundación. Y estaba inconforme con el monto de su pensión. Por ello, hacía casi un año que había reclamado al Instituto Nacional de Seguridad Social (Inass), y aún no tenía respuesta.
En su carta a esta sección, Alfredo reprodujo los montos de sus ingresos en la UBPC en cada uno de los últimos 15 años. Y se preguntaba cómo es posible que simultáneamente se hayan jubilado allí otros trabajadores que percibieron menos que él y reciban chequeras con pensiones de más de 900 pesos mensuales, mientras que la suya asciende a 705 pesos.
«El 19 de agosto de 2019 me pidieron el expediente laboral para tramitarlo en el proceso de reclamación, y hasta el día de hoy no he recibido respuesta», concluía.
Al respecto, responde Hortensia Montenegro Capote, directora de la filial provincial del Inass, que en septiembre de 2018, por Resolución No. 1976, y haciendo uso de las facultades que le otorga la Ley de Seguridad Social, la Ministra de Trabajo y Seguridad Social concedió pensión por edad ordinaria a Alfredo Oro Moreno ascendente a 705.00 pesos mensuales.
E inconforme con la cuantía, Alfredo aportó nuevas pruebas de los salarios percibidos y estableció recurso de revisión en agosto de 2019, del cual, cuando Hortensia respondió el pasado 11 de noviembre aún no había recibido respuesta. Con las pruebas aportadas él probó los ingresos recibidos, ante lo cual el recurso debe disponer pago por la diferencia desde la fecha que se le concedió la pensión.
Agradezco la respuesta, la cual, a todas luces, sugiere que la decisión del MTSS no había llegado aún el 11 de noviembre. Sería saludable conocer por qué demoran esas centralizadas respuestas, y qué instancia en la cadena del proceso de jubilación fue la que hizo los cálculos erróneos de la pensión de Alfredo.
Maritza López Pérez (avenida Lenin No. 101, entre Agramonte y Gonzalde, reparto Hechevarría, Holguín) vive frente al hospital Vladimir Ilich Lenin de esa ciudad, y se cuestiona por qué las autoridades permiten que en esa zona, a altas horas de la noche, pasen bicitaxis y coches con equipos de música a altos volúmenes molestando a quienes duermen.
La remitente señala que se deben tomar medidas severas con quienes portan por la calle, a altos volúmenes, los modernos equipos portátiles de música, e incluso se estacionan en cualquier esquina, y depositan la hiperdecibelia en el vecindario sin distinción de hora.
Ojalá los ruegos de Maritza y de muchos ciudadanos que carenan aquí sean verdaderamente escuchados. Hasta ahora, lo cierto es que la contaminación sonora anda a sus anchas por todo el país, sin nada que la detenga. ¿Estarán ya sordos quienes deben hacer respetar la paz auditiva?
Amelia Montero Hernández (edificio A-13, apartamento 18, zona 2, Alamar, La Habana del Este, La Habana) cuenta que vivió en la zozobra y la desesperación al tener a su hijo en un salón de operaciones del cardiocentro infantil del hospital William Soler.
Y ahora, cuando lo ve jugar y llevar una vida normal, no puede olvidar el esfuerzo, el compromiso y la entrega con que los médicos cubanos atienden a nuestros niños pese a las dificultades que vivimos, y sin que medie un solo centavo.
Amelia felicita a todos los médicos cubanos, y en especial a los del cardiocentro del William Soler. «Gracias a ellos, afirma, mi niño José Julián González Montero, con tan solo tres años de edad, goza de vida y esperanza», concluye.