Acuse de recibo
Con la previsión que su oficio médico reclama, el doctor Santiago Zas Norat (calle Prensa No. 270, entre San Cristóbal y Pezuela, Las Cañas, Cerro) alertó en esta columna de los posibles daños epidemiológicos que se cernían sobre la panadería de su comunidad, sita en Prensa esquina a Daoiz.
En la misiva, publicada aquí el 21 de enero último, el galeno describía en detalle los riesgos higiénicos de la instalación: manipulación del pan a mano limpia —simultáneamente al manejo de dinero o a la acción de fumar—; mostrador que desprendía restos de pintura; pisos y paredes sucios... Y en el entorno cercano contenedores de basura desbordados, vertederos de aguas albañales, moscas y otros vectores al acecho...
Afirmaba Santiago que varias veces había sido planteado el problema en reuniones del Poder Popular, y lo más que habían conseguido eran explicaciones de las dificultades de Comunales para la recogida de desechos sólidos.
Al respecto contesta Yanio Santiesteban Traba, director de la Unidad Básica Municipal de la Industria Alimentaria en el Cerro. Lo expresado en la queja del capitalino —afirma Yanio— «se corresponde (…) con los problemas constructivos y tecnológicos dadas las malas condiciones del equipamiento (…), dígase sobadora, estufa, horno, clavilleros, tarteras…». Esta situación —sostiene el funcionario— demanda un mayor esfuerzo en la elaboración y manipulación de los productos, aunque añade que las violaciones y cambios en los índices de consumo y en las normas atentan contra la terminación y calidad del servicio que se brinda.
Dentro de las acciones que se deben desarrollar en las panaderías se tiene establecida la protección del producto que se expende, en aras de evitar la penetración de cualquier tipo de vector, argumenta el directivo.
En esta panadería, específicamente, se han venido aplicando diversas medidas a partir de las inspecciones realizadas por instancias de control interno de la propia Unidad Básica Municipal de la Industria Alimentaria y de otras entidades del ramo.
El funcionario las detalla: «Traslado para plazas de menor remuneración por seis meses a: maestro panadero Adonis Bequer Roque, que como jefe de brigada no controló la calidad de las producciones; dependiente Carlos Alberto San Judo, por manipular alimentos y cobrar a la vez, fumar en esa área y no utilizar las pinzas como exige la ley; operario auxiliar B (contador) Rosa María Irizar Gómez, por no cumplir con sus funciones y verificar la calidad de las producciones para la venta al consumidor. A la auxiliar general de servicio Mirtha Castellano se le aplicó una multa de hasta el 25 por ciento del salario por higiene deficiente en el taller. Al administrador Edgardo Rivero Rosell y a Joaquín Sotto Gener, jefe de taller, amonestación ante el Consejo de Dirección por no controlar estas violaciones».
La panadería en cuestión —señala el ejecutivo— fue seleccionada por la Empresa Provincial de la Industria Alimentaria como una de las primeras en la provincia para acometer su reparación capital. Las actividades reconstructivas comenzaron desde noviembre de 2013 e incluyen reparación de los servicios sanitarios para los trabajadores, del área del patio, de las cubiertas (impermeabilización) y del salón de producción; reconstrucción total de la estufa, y otras acciones en el almacén, área de venta, oficinas y paredes exteriores; también sustitución de la carpintería.
Confía el Director de la Unidad Básica Municipal de la Industria Alimentaria en que, tras los ajustes materiales, dicha entidad «dará un cambio total desde el punto de vista constructivo y tecnológico». Y concluye su misiva informando que se visitó al doctor Santiago Zas Norat en su domicilio y «quedó convencido de las acciones».
Agradezco la misiva, y solo apunto dos cuestiones. Primero: ante un grupo notable de violaciones, ¿cómo se sopesa la responsabilidad de los jefes máximos del centro, quienes debían controlar y no lo hicieron? ¿Dónde estaban cuando todo esto sucedía?
Y por último, lo que es casi un lugar común: se puede sancionar a personas y cambiar inmuebles, pero si no se transforman —con buen fijador— los métodos, rutinas y estilos de trabajo, a la vuelta de muy poco tiempo estaremos hablando de los mismos problemas. Ojalá los vectores de la nueva mentalidad puedan más que los de las epidemias.