Acuse de recibo
El capitalino Rolando Almaguer Ramírez (calle 5ta. No. 108, e/ Norte y 10, Rpto. Alkázar, Arroyo Naranjo) ya no soporta «la maldita circunstancia del agua por todas partes». Y no es que, como el célebre Virgilio Piñera, ahonde con espíritu poético en la condición de insularidad. Aquí se trata de un agua menos global y lírica, tal vez más pedestre, pero que provoca perjuicios cotidianos a quienes la padecen.
Resulta que en el Consejo Popular Güinera, del municipio donde vive, se encuentran unos tanques de acueducto cuyas tuberías de drenaje pasan muy cerca de la escuela primaria Cesáreo Fernández, del reparto Capri.
«El problema estriba en que esas tuberías deben ser limpiadas periódicamente, solo que con las tupiciones de más de 30 años que presentan, justo en el medio de la calle principal del reparto que rodea este centro escolar, el agua se derrama, dejando a dicho plantel prácticamente aislado. Tómese en consideración que se trata de una corriente que brota (…) de un diámetro de 800 milímetros aproximadamente», sostiene Rolando.
Esta agua, detalla el remitente, corre calle abajo en un tramo de más de 150 metros; dificulta el acceso de los niños procedentes de los repartos Capri y Alkázar a la institución docente y constituye un peligro enorme.
«También bloquea el acceso a la bodega, puesto de vianda, carnicería, el punto de expendio de las balitas del gas, una pequeña tienda de la cadena TRD y a todas las personas que necesitan transitar por ese populoso barrio. De hecho, hay anécdotas de varios accidentes provocados por esta situación», relata el lector.
A esto debe sumarse que el agua ha dañado la vía pública, al extremo de que, según afirma el remitente, ya no es posible el paso por la intersección en la que coinciden los repartos Alkázar y Capri.
Él espera, y confía, en que las autoridades pertinentes, de una vez y por todas, contribuyan a que se seque al fin el penoso dilema. «Se trataría no solo de contribuir a elevar la calidad de vida de estos pobladores (...) sino, sobre todo, de cuidar de su seguridad, lo cual se revierte finalmente en más bienestar...
«Desventurado aquel que no sepa agradecer», nos recuerda, con José Martí, Juan Miguel Pérez Guzmán (centro penal Las Canaletas, Perico, Matanzas). Resulta que en el tratamiento de la úlcera que le afecta su pie derecho Juan Miguel ha visto esa sustancia divina que mezcla la generosidad y la virtud profesional y no quiere dejar de agradecerlo.
El buen cuidado, evoca el remitente, comenzó en el mismo centro penal, cuando su jefe, el mayor Jorge Luis Vegas García, se mostró muy humano y se encargó de que el personal de salud de la institución lo atendiera de inmediato. Aquí se destacan la doctora Adriana y el enfermero Adrián.
Luego fue remitido el paciente al hospital Mario Muñoz Monroy, del municipio de Colón, en la misma tierra matancera. «Allí fui atendido maravillosamente por el angiólogo David Campbell Brown, el cual hizo derroche de ética médica, profesionalismo y humanismo. Después de atenderme me dio un turno para el mes de mayo (la carta está fechada el 23 de abril), aconsejándome en reiteradas ocasiones que hiciera reposo y cumpliera estrictamente el tratamiento médico».
Y ante quienes contribuyeron a salvar su pierna, Juan Miguel no tiene más que un honrado e inmenso: Gracias.