Acuse de recibo
EL pasado 24 de enero reflejé la denuncia de Frank Pacheco (Edificio 1303, calle 35, entre Colón y 24, Plaza de la Revolución, Ciudad de La Habana) sobre la contaminación que representa una fábrica de granito contigua para los vecinos del área, quienes sufren el polvo de cemento, piedra y arena, otras emanaciones y ruidos.
También solicité el esclarecimiento de la empresa de la Construcción a la cual supuestamente debía pertenecer la industria. Y he aquí la aclaración de René Guerra, director adjunto de la Industria de Materiales del Ministerio de la Construcción, quien recalca que dicha fábrica no pertenece a ese organismo.
Por otra parte, responde Mariana Hechavarría, especialista en Comunicación Institucional de la Dirección Provincial de Servicios Comunales de Ciudad de La Habana. Ella precisa que el referido centro productivo es una dependencia de esa entidad.
Informa asimismo que, tal como se le explicó a Frank, la fábrica construye elementos cementeriales como marcos, contramarcos, tapas y cajas de restos mortales para abastecer a las necrópolis de la capital. Y además garantiza producciones colaterales para el mantenimiento, reparación y construcción del mobiliario urbano: principalmente parques, paradas de ómnibus, señalizaciones peatonales, textos en hormigón, losas hexagonales, bancos, celosías, balaustres y jardineras, entre otros renglones.
La industria, precisa, se construyó antes del triunfo de la Revolución.
De ello, este redactor deduce que las urbanizaciones a su alrededor fueron posteriores, y en tal sentido de alguna manera se infringieron normas elementales de la planificación física.
Añade Hechavarría que el traslado de la misma en estos momentos se torna difícil, pero se valorará. Por ahora, de conjunto con Higiene y Epidemiología se determinó mover algunos materiales del patio central al fondo de la instalación, rociar los mismos y regar diariamente la mayor parte de las áreas donde se produzcan derrames, para que sea mínima la afectación.
Una vez más, alguien se rebela por los oídos, ante la incontinente «hiperdecibelia» que nos azota sin miramientos; esa pandemia que vocifera algo así como: ¡Vaya, coge aquí tu música y zúmbatela sin protestar!
Desde la calle José Antonio Saco 157, entre Martí y Mármol, en Bayamo, escribe Manuel Aveledo para denunciar el maremagnum sonoro en que viven los habitantes de esa cuadra. Cuenta que los fines de semana, sitúan en uno y otro extremo de la misma una orquesta y un equipo de música a todo volumen: en apenas 50 metros. «Un infierno», así lo califica.
El lector no se considera ni mucho menos un enemigo de ese tipo de presentaciones y actividades, pero sí considera que es un irrespeto hacerlo así: torturando los oídos de los vecinos, ahí bien pegadito; desconociendo particularidades y problemas de cada familia; no buscando el sitio más alejado de las viviendas para respetar la paz y el sosiego del prójimo.
Como siempre sucede con esos regodeos escandalosos, muchas de las puertas de las casas amanecen con los residuos de los excesos, al extremo de que algunos dejan allí hasta los restos de sus necesidades fisiológicas.
Y todo ello en una Ciudad Monumento, donde tanto se ha hecho en los últimos años por dignificarla, en un sitio tan céntrico, en una calle que lleva un nombre ilustre del pensamiento, la cultura y la inteligencia tempranas del cubano.
Lo peor de todo es que tal problema no ha sido neutralizado por las autoridades, quizá, supone Manuel, porque es una minoría la que lo sufre. Pero el respeto a las personas no puede medirse a partir de porcentajes y cuentas matemáticas. Una sola familia afectada ya es suficiente para medir los excesos sonoros.