Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Claves de continuidad

Autor:

Graziella Pogolotti

En el criollo surgió la conciencia de la cubanía cuando inició los primeros sueños de hacer un país. Los aires de la independencia se manifestaron en América Latina y el influjo del Iluminismo había llegado a nuestras costas. El dominio de la metrópoli española extraía los bienes de la Isla. A diferencia de sus mayores, el criollo se abrió a los más anchos horizontes del mundo. Había accedido a la información y a la cultura. Se sentía dotado de la capacidad para dirigir nuestros destinos. Fracasados los esfuerzos por obtener ventajas a través de los «lobbies» que operaban en la corte, para traducir los sueños en realidades concretas resultaba indispensable formular una plataforma de ideas.

El primer paso reclamaba el socavamiento de las ataduras del dogmatismo, el tránsito se produjo con los empeños del padre José Agustín Caballero y, sobre todo, con la visión precursora de Félix Varela, desde su acción en la cátedra, sus planteamientos radicales como representante de la colonia en el breve período constitucional en la península y se mantuvo en tanto prédica ininterrumpida hasta su muerte en el exilio. Al mismo tiempo, las voces de los escritores y la obra de los artistas iban forjando las imágenes de nuestra identidad y de nuestro universo simbólico. Agotados los empeños reformistas, se impuso la necesidad de la insurgencia. La Guerra de los Diez Años dio continuidad a la lucha por la independencia política y económica. Dotó a la noción de soberanía de nuevos contenidos. Para configurar el perfil de la nación había que proceder a liquidar la infame institución de la esclavitud. La verdadera liberación nacional incluía la justicia social. Libertos y antiguos esclavos se incorporaron al combate y alcanzaron altos grados en el Ejército Libertador.

Privilegio singular, con visión de futuro, el organizador de la Guerra Necesaria fue un poeta. Los sueños de José Martí surgieron en las aulas de su maestro Mendive, quien tuvo la perspicacia de advertir las cualidades excepcionales de su discípulo. La atroz experiencia del presidio político llevó al adolescente a descubrir en carne propia los «horrores del mundo moral» del coloniaje, según el decir de otro poeta, José María Heredia, y a conocer de cerca lo más soterrado de la sociedad de la época. El exilio fue un largo proceso de aprendizaje. Supo de la España profunda y de las artimañas de la política en la península. Su trabajo cotidiano en varios países de América Latina lo condujo a detectar los males que pesaban sobre las nuevas repúblicas, pendientes todavía de una segunda y definitiva independencia, aherrojadas por tanto a un destino común. Radicado en Estados Unidos, se despojó de la mirada ingenua que dominaba entonces el pensamiento político. Detectó con perspectiva precursora los peligros que anidaban en el imperialismo naciente. Con esa experiencia acumulada, pensó en el diseño de la Cuba futura mientras batallaba por hacerla. Analizó las causas de la derrota de la Guerra de los Diez Años. Se entregó a la tarea de consolidar la unidad con paciencia infinita, apeló a los combatientes de ayer. Venció reservas y resquemores. Comprendió que había que trabajar también con los de abajo, con la base popular, que habría de ser el más sólido sostén de la nación. Mediante la prédica y la acción personal directa, se    vinculó a los obreros de Tampa y Cayo Hueso que le ofrecieron hospedaje y apoyo solidario en las horas difíciles. Para soslayar tentaciones de caudillismo, fundó el Partido Revolucionario Cubano. El concepto de soberanía había adquirido mayor dimensión y densidad. Había que conquistar la independencia política y económica en un empeño justiciero por la plena emancipación humana. Para garantizar el sostén de una república independiente en lo político y en lo económico, había que conjurar las amenazas del imperio naciente y asumir el ligamen con el destino de Nuestra América. Por eso, José Martí incluyó, en un mismo proyecto, la independencia de Cuba y Puerto Rico.

Convertida en el primer laboratorio de un experimento neocolonial a partir de la intervención norteamericana en la guerra, marginada de las negociaciones para el tratado de paz entre el vecino del norte y el Gobierno de España, Cuba preservó el sueño de conquistar plena soberanía. Lo reivindicó por distintos medios, en lucha frontal contra las dictaduras de Machado y Batista, en el rescate de una memoria histórica, en la investigación de los valores de una cultura nacional integradora de sus distintas fuentes, incluida la afrocubana, en el repensar la nación y en el significativo aporte de la creación artístico-literaria en diálogo fecundo entre lo culto y lo popular, todo ello atenido a los contextos de la contemporaneidad. Era la argamasa sobre la cual, de manera orgánica, habría de construirse el radical proceso transformador de la Revolución. Bajo la        conducción de Fidel, una vez más, el concepto de soberanía gana en profundidad. Del antinjerencismo, se pasaba al antimperialismo. El vínculo con el destino de Nuestra América se extendía a un Tercer Mundo lastrado por el coloniaje y el subdesarrollo. De modo consecuente, la noción abstracta de solidaridad internacional se traducía en acciones concretas. El concepto de soberanía se expandió al reconocimiento del imperativo de analizar con cabeza propia nuestra realidad y la del mundo que nos rodea, de impulsar un desarrollo científico en beneficio del crecimiento económico. Cuando todavía se combatía el analfabetismo se renovaba la enseñanza universitaria y se fundaban los primeros centros de investigación. En medio de la precariedad del período especial, se impulsó el trabajo en el campo de la biotecnología. No podíamos renunciar a apoderarnos del saber más avanzado.

Siempre hemos articulado el mirar hacia fuera con el mirar hacia dentro. En un planeta cada vez más interdependiente, las prácticas de dominación apelan a un variado espectro de recursos. No descartan el empleo de las armas. Organizan la subversión mediante el uso de distintas formas de golpes de Estado, por la vía tradicional de ejércitos entrenados a su servicio, por la vía de parlamentos doblegados a sus intereses, por el control de los medios de información a escala universal, por la utilización de fundamentalismos religiosos, por la demonización de las corrientes progresistas y mediante la inoculación sutil de falsas expectativas de vida. Construyen ilusorias aspiraciones de futuro que inducen a los incautos a votar contra sus intereses más legítimos. En el mirar hacia dentro, hay que hurgar en lo profundo de una sociedad compleja que ha mostrado, sin embargo, una admirable capacidad de resistencia en medio de las dificultades del vivir cotidiano. Se impone eliminar el lastre de la mentalidad burocrática, enfermedad que se reproduce a pesar de los reiterados esfuerzos por desterrarla desde la década del sesenta. En ello se refugia el apego a la rutina, el ocultamiento de la verdad en informes complacientes y triunfalistas, el cumplimiento formal de las tareas. Es inminente priorizar la sistemática capacitación y superación de los recursos humanos existentes. Pensar y hacer un país seguirá siendo tarea de todos mientras exista el imperialismo con su implacable voluntad de revancha.

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