A estas alturas del campeonato —no el nacional de béisbol, sino el de la Revolución Cubana—, hay quien se pone reflexivo y le asalta una pregunta: ¿para qué sirve un sindicato?
«Para recoger dinero, claro está», puede ser la respuesta de un pragmático. «Para organizar nuestras reuniones», diría otro. «Para representarnos, chico, para representarnos», podría responder quien conserva la fe en aquel que, sentado o no delante de un auditorio, ha sabido ganarse la confianza de sus compañeros de labor a golpe de ejemplo y sensibilidad humana.
Esa podría ser, en resumen, otra de las definiciones del «sindicato»: asociación de trabajadores representada por un líder sensible que no tema a decir lo que piensa delante de cualquier concurrencia, en defensa de los derechos económico-laborales de sus colegas.
Habrá quien se eche a reír, quien suspire de nostalgia o, incluso, quien señale con un dedo lo que podría ser y ya no es. Habrá quien dude, pero también quien tenga certezas y ejemplos, sobre todo de cuando tuvo que ir al centro mismo del corazón del sindicato —y no precisamente para pagar su cuota— con el fin de que le ayudasen a resolver algún problema, algún malentendido, alguna decisión injusta…
Ahora que los preparativos para la inminente zafra azucarera en Holguín ocupan a los obreros de las diferentes áreas industriales, de corte y tiro de la caña, y las principales labores en las fábricas se concentran en poner «al quilo» las calderas de los ingenios (hasta donde lo permita la tecnología), mientras se precisan detalles en los medios dedicados a la cosecha y la transportación de la gramínea, un nombre se hace inspiración, no solo para los hombres del azúcar, sino también para sus sindicatos: Ursinio Rojas Santiesteban, quien inició su vida laboral tan precozmente que es posible que no hubiese conocido mejor juego, en sus siete años, que el trabajo honesto, aunque no siempre bien remunerado.
Cuando este 9 de noviembre una nutrida representación de holguineros se junta en simbólico acto de recordación al líder obrero, quien fuera sustituto de Jesús Menéndez luego de su asesinato y ostentó el mérito de haberse entrevistado con Fidel en la Sierra Maestra para organizar la Huelga del 9 de abril, no solo estarán recordando el aniversario 105 de su natalicio, sino también su impronta como líder sindicalista, durante casi toda su vida.
El joven que conoció la zafra azucarera por dentro —siendo auxiliar de limpieza, cortador de caña, empleado en la casa de bagazo—, fraguaría su convicción de luchar en favor de la clase trabajadora, entre el sudor de cada jornada, allí donde abunda el sacrificio y la ternura.
Quizá porque sus padres —ambos analfabetos— le enseñaron el valor del trabajo en la finca El Mamey Tacajó —en el actual Báguanos—, a Ursinio no hubo quien «le hiciera cuentos» acerca del control y uso de los recursos del movimiento sindical. Una anécdota narrada al periódico Trabajadores por Luis Simeón Salinas, subalterno suyo en la dirección del Sindicato Nacional de Trabajadores Agrícolas, descubre su posición ante el despilfarro:
«Un día llegó a una oficinita, en un municipio, y le preguntó al compañero: “¿Y ese bombillo de 100 watts?” Aquel le respondió que le estaba comiendo la vista, y él le dijo: “La vista no, ¡el presupuesto es lo que se está comiendo!”», contó Simeón Salinas.
Pero el ejemplo de Ursinio ha quedado en la memoria de sus compañeros por su preocupación y sus constantes visitas al trabajador enfermo, por su exigencia para que se obtuviesen mayores resultados productivos, por su determinación de no callar cuando había un problema que afectaba, al menos, a uno de sus compañeros.
Según Simeón Salinas, cuando había que plantear una dificultad «no se sometía a nadie y, como dirigente sindical, se enfrentaba a quien fuera necesario. Veía el sindicato como un baluarte de la Revolución».
Mientras en el municipio holguinero de Báguanos se celebran los 105 años del nacimiento de uno de sus hijos, que constituye un paradigma de lo que es ser un líder sindical, en todo el país se desarrollan las conferencias provinciales a propósito del 21er. Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba, impostergable ocasión para volvernos a preguntar, entre otras muchas cuestiones, qué papel deben asumir los sindicatos y cómo vamos a hacer para lograrlo.