Como argumento para una película de James Bond está bien: un país comunista y, por tanto, «potencialmente peligroso», se apropia de una tecnología perversa que provoca daños auditivos a diplomáticos norteamericanos y Estados Unidos, autoproclamado guardián de la galaxia, se ve obligado a intervenir. De hecho, ahora que lo pienso, la saga del Agente 007 tiene guiones mucho más sólidos que ese.
Como idea para Hollywood está bien, repito, pero como argumento serio, digno de ser tenido en cuenta en el plano de las relaciones internacionales, la trama de la sordera inducida hace agua por todas partes.
Y no lo digo porque esté «bruta, ciega y sordomuda», como la canción de Shakira; lo digo porque, incluso «desconfiando» de la versión cubana de los hechos, las autoridades estadounidenses no han aportado ni una prueba, ni un minúsculo indicio de los susodichos incidentes.
Los diplomáticos afectados y sus familiares al parecer no tienen nombres, ni direcciones, ni comparecen ante los medios. Los especialistas que han comprobado la magnitud de los síntomas, tampoco. Las fuentes que filtran información a las agencias de prensa prefieren mantener el anonimato. Hay que creer en ellos porque sí.
Por otra parte, si Cuba efectivamente hubiese instalado dispositivos de espionaje de ese tipo, ¿habrían estado defectuosos?, ¿ante la mínima sospecha de que los hubiesen detectado, su uso no habría sido detenido? Y, sin embargo, ahora se bajan las autoridades norteamericanas con que los «ataques acústicos» persistían hasta hace apenas semanas. Ofendidos deberían estar los servicios cubanos de inteligencia por lo mucho que semejante excusa los subestima.
Hay que aceptar entonces, sin demasiado estrés, que la novela de los diplomáticos sordos es solo eso: una obra de ficción, una excusa para disimular segundas intenciones que, en este caso, están más claras que el agua: llevar de regreso al congelador las relaciones entre la isla y su vecino del norte, una relación de suspicacias mutuas que no alcanzó nunca la categoría de luna de miel y que, gracias a esta nueva vuelta de tuerca, se coloca en una situación sin precedentes.
Para buscar culpables en este culebrón inverosímil, habría que analizar a quiénes beneficia.