No hay símbolo más entrañable para cualquier pueblo o nación que su bandera nacional; ella representa, por lo general, una dilatada historia de heroísmos y sacrificios vinculados a un largo martirologio —en ocasiones varias veces milenario—, y expresa mediante su diseño y colores la idea de patria que sus creadores tuvieron en cada caso y, por tanto, las diversas interpretaciones que le otorgaron en cada ocasión original o fueron surgiendo posteriormente, a lo largo de la historia.
Por eso el profundo significado de las enseñas nacionales va mucho más allá de lo ornamental, e incluso, más allá de lo jurídico. Esto explica claramente por qué las recientes ceremonias de izamiento de las respectivas banderas nacionales en las embajadas de Cuba y Estados Unidos en Washington y La Habana, respectivamente, hayan representado acontecimientos de vasta conmoción y repercusión a nivel mundial.
En ambos casos son símbolos que pueden decir y dicen muchas cosas, y son acompañados de las más diversas interpretaciones, acorde con la historia pero también con las realidades del mundo de hoy, a partir de muy diferentes visiones que no excluyen —como se ha reiterado por la parte cubana— la posibilidad de una convivencia pacífica, civilizada y mutuamente ventajosa.
Siguiendo por los caminos del simbolismo, diríamos que con el izamiento de las dos banderas se cierra una etapa de más de medio siglo y se inicia otra de distinta naturaleza, pero que también podrá ser larga y compleja hasta lograr la plena normalización de las relaciones entre nuestros pueblos y países.
El Gobierno cubano ha expresado también —mucho más de una vez y en la voz de sus máximos dirigentes— que está pleno de buena voluntad y que ha adoptado esa decisión para andar exitosamente el largo camino que aún resta por recorrer, siempre que se respeten escrupulosamente los principios de independencia nacional, igualdad jurídica entre los Estados y no interferencia en los asuntos internos, tal como se reconocen en la Carta de las Naciones Unidas y en las Convenciones de Viena sobre relaciones diplomáticas y consulares.
En cuanto a nuestro símbolo nacional, es oportuno recordar lo que expresó José Martí en su artículo conmemorativo del 10 de abril de 1892 en el periódico Patria, en ocasión del aniversario de la Asamblea de Guáimaro: «El jefe del gobierno provisional de Oriente acudía al abrazo de la Asamblea de Representantes del Centro (en la Asamblea de Guáimaro). El pabellón nuevo de Yara cedía por la antigüedad y la historia, al pabellón, saneado por la muerte, de López y Agüero».
Ese que fue izado en nuestra misión en Washington, victorioso y digno, ha sido, es y será nuestro más elevado símbolo y nos seguirá conduciendo ante las más duras realidades; símbolos y realidades se unen así en la gloriosa bandera, la de la estrella solitaria.