Fernando Sánchez. Autor: Juan Moreno Publicado: 21/09/2017 | 05:05 pm
Hace algunos años —ni tantos, ni tan pocos—, era yo un muchacho que dejaba las fiestas de Secundaria por ver la pelota en el televisor. Así descubrí un día a Fernando Sánchez, quien me impresionó por su tremendo sistema de bateo.
Ahora, por esas cosas mágicas que tiene la vida, conversamos a la sombra en un rincón del legendario Palmar de Junco. Allí radica la Academia del béisbol yumurino.
—Desde que pasó la generación de Fernando Sánchez, Matanzas nunca más ha podido levantar cabeza en el béisbol. ¿Qué ha pasado?
—La provincia no estaba preparada para enfrentar de un tiro el retiro de nosotros. En esa época Matanzas tuvo hasta 14 atletas en los diferentes equipos Cuba, desde el A hasta el D.
«El relevo no estaba listo. Teníamos a un tremendo receptor como Juan Manrique, o a dos gigantes en primera base como Juan Luis Baró y Julio Germán Fernández. Todavía no ha salido ninguno que se parezca a ellos.
«En tercera estaba Eduardo Cárdenas y tampoco ha llegado el sustituto. Tenemos un gran futuro ahora con Gracial, pero es un muchacho joven, que no pasó por la EIDE ni la ESPA, y le falta un poco.
«Además, la Academia donde estamos hoy estuvo cerrada alrededor de 18 o 19 años. Ahora estamos trabajando con atletas jóvenes, que captamos en la calle. Hay buenos prospectos. En estos momentos tenemos tres jardineros que están casi listos para subir al equipo de Matanzas.
«Los jardineros siempre han sido la fortaleza del bateo en la provincia. Por aquí pasaron hombres como el difunto Lázaro Contreras, tenemos a Lázaro Junco, a Pablo Hernández, a Guillermo Heredia y a mi hermano Wilfredo. Pero ahora carecemos de fuerza al bate y debemos trabajar en eso».
—¿A usted le pidieron que se retirara?
—Fue una orientación de la Comisión Nacional. A ningún atleta le gusta retirarse y menos cuando se siente en forma. En el mismo caso estuvieron Lázaro Junco, Eduardo Cárdenas, Armando Dueñas, José Estrada y otros. En esa última serie bateé 353, impulsé casi 90 carreras y podía seguir rindiendo para la provincia.
—¿De dónde viene la tradición de la familia Sánchez en la pelota?
—Nuestro padre, Pedro René Sánchez, ya fallecido, jugó en la liga de Pedro Betancourt. Fue receptor y un bateador de fuerza.
«Nosotros somos de Elizalde, un poblado situado a 11 kilómetros de Jovellanos. Ahí, entre los mismos vecinos, habilitamos un terreno de pelota que todavía existe. Nuestro equipo se llamaba La Estrella de Elizalde y teníamos tremenda rivalidad con la selección de La Isabel, otro pueblo vecino.
«En el centro de Elizalde había un Círculo Social y los fines de semana se daban fiestas ahí. Como siempre había refresco o cerveza, nosotros recogíamos las chapas, llenábamos uno o dos sacos, y las llevábamos para la casa.
«Luego nos podíamos a batear con un palo de escoba. Las chapas no son como si fuera una recta, sino tienen su movimiento en el aire. Wilfredo siempre era quien más conectaba y de ahí viene su tacto. Después buscamos un foco grande y jugábamos hasta las nueve o diez de la noche. Por eso los Sánchez llevamos la pelota en la sangre».
—¿Cómo llegó a las series nacionales?
—En la familia, el único que pasó por la EIDE y la ESPA fue Arturo. El resto de los Sánchez salimos al bruto de Elizalde.
«En el año 69 fueron a Elizalde el compañero Juan Bregio y Abelardo Castellanos, que era el comisionado en la provincia. Allí conversaron con nuestro padre y él enseguida dijo que sí. La vieja era quien no quería que nosotros nos separáramos tanto. De todas formas, a los tres días estuve aquí en el Palmar de Junco.
«Vine como torpedero, pero el entrenador Juan Bregio me dijo que fuera para los jardines por mi fuerza al bate.
«Luego, en el año 70 ingresé en el servicio militar y me llevaron para Las Villas. Entonces se celebraron los juegos CDR-MININT y pude colarme en una selección con los atletas más jóvenes de Las Villas.
«En el primer juego nos enfrentamos a José Antonio Huelga. Aquello me impresionó mucho. El primer lanzamiento que me tiró vino directo para la cabeza y tuve que tirarme. Ya a él le habían dicho que yo era hermano de Wilfredo y quiso probarme.
«Yo pensé: si me la tiró para la cabeza ahora viene con recta al medio. Me preparé y conecté un batazo que todavía se comenta en el estadio Sandino. Dio en la pizarra, en la H que marca los hits. Entonces me dije: si yo le di ese batazo a José Antonio Huelga, puedo ser un gran pelotero como mi hermano Wilfredo».
—¿En qué momento se consagró como bateador dentro de la pelota cubana?
—Me costó trabajo, porque salí directamente del campo. Bateaba rectas nada más, pero no los rompimientos. Los entrenadores Juan Bregio y Luis Menéndez me ayudaron mucho. También Asdrúbal Baró.
«Entrenaba mucho. Cuando se acababa la práctica, a las dos horas volvía otra vez para el terreno. Yo vine para la temporada de 1971-1972 y al año siguiente estaba en la preselección Cuba, con tremendo esfuerzo.
«Llegué a la preselección y me encontré jardineros de la talla de Armando Capiró, Rigoberto Rosique, Sandalio Hernández, el propio Wilfredo, Eusebio Cruz. Mi objetivo era coger experiencia, pero también luchar con todos ellos. Ese mismo año integré el equipo B»
—¿Cuándo llegó al Cuba grande?
—En el año 1975, para los Juegos Panamericanos de México. Después me mantuve hasta 1985.
—Dicen que un buen día no lo llamaron más. ¿Cómo fue eso?
—Fui bajado de la preselección sin motivos, porque ese año bateé 393 y 348 en la Selectiva. No me dieron explicaciones. Pero como la pelota es mi pasión, seguí jugando para la provincia hasta 1994.
— ¿Por qué hoy vemos tantos jonrones?
—Con toda esa cantidad de equipos, tenemos un pitcheo muy noble. Súmale a eso las pelotas mizuno y los bates especiales. En la etapa nuestra, no era fácil imponerse con menos equipos. No me gusta comparar, pero entonces se jugaba un gran béisbol.
—He oído que usted no se lesionaba. ¿Cuál es el secreto?
—Una preparación consciente. Los lunes había descanso y yo venía por la tarde con nueve o diez muchachos del barrio. Ellos lanzaban y yo bateaba.
«Corría mucho. A veces hacía diez tramos en velocidad y cinco de home a primera base, sin tanta técnica. Yo nunca levanté pesas. Ahora veo que los peloteros son modelos, para lucir la chaqueta. Pero la chaqueta se luce dando líneas en el terreno. En el béisbol no hay que hacer tantas cosas. Ya todo está inventado».
—¿Nunca se ha interesado por dirigir?
—Bueno, llevo trabajando 16 años aquí en la Academia y jamás me han llamado para dirigir al equipo de Matanzas. Por aquí ha pasado mucha gente, con resultados y sin resultados. Pero el mejor de todos ha sido Sile Junco. No hay que ser científico para dirigir, sino saber de béisbol.
«A mí siempre me ha gustado la disciplina. Estoy preparado para dirigir y espero que me toque en algún momento».
—¿Su mejor momento en el béisbol?
—Cuando alcancé a Wilfredo con 2174 hits. Ese día mi hermano estaba en el banco. Muchos aficionados me pedían que no rompiera su récord, pero el béisbol es así. Al final, viene otro y nos pasa a los dos.
«Otro gran momento fue la decisión del campeonato del año 1990 en el estadio Guillermón Moncada. Ahí siempre me gustó jugar, porque la afición es muy caliente.
«Vine a batear con bases llenas, estaba lanzando Alemán y lo cambiaron para traer al relevista estelar de ellos, Wilson Hawthorne. Entonces Sile Junco me llamó y me dijo: ese que viene ahí está por debajo de ti. Le pedí confianza.
«Wilson llegó, tiró dos pelotas de calentamiento y enseguida hizo señas de que estaba listo. Me tiró dos rompimientos hacia la esquina de afuera que fueron bolas y ahí se complicó. Sabía que vendría con la recta y me preparé. Le di un batazo tremendo, por encima del techo, entre left y center field. Henequeneros fue campeón.
—¿Cómo le va después del retiro?
—Enseguida me incorporé a la academia y aquí sigo. Dirigí la categoría 15-16 años y estuve con los juveniles. En estos 16 años solo he sido invitado a trabajar con la preselección de Matanzas en dos ocasiones. No lo entiendo. Pero si no te invitan a la fiesta, pues no vas.
«Tengo tres hijos: dos hembras y un varón. También tres nietos, igual dos hembras y un varón. Espero que el nieto mantenga la tradición de los Sánchez».
—¿Qué cambiaría del béisbol cubano?
—La mentalidad de los peloteros. Muchos atletas no respetan su camiseta. Se necesita corazón y coraje. También mucha disciplina. Ahora tiran el casco o el bate y no pasa nada. Las sanciones han sido flojas. Al árbitro hay que respetarlo.
—¿Lo expulsaron del terreno alguna vez?
—Solo una vez y no fue por protestar. Estaba buscando un batazo de foul por la raya del jardín izquierdo, me tiré contra la pared, casi me lesioné el codo y un aficionado se metió conmigo groseramente.
«Antes no había colchones, choqué contra la pared y el impacto me tumbó la pelota. Ahí el aficionado me insultó y tuve que reaccionar. Entonces los árbitros me llamaron apenados y me dijeron: Fernando, tenemos que sacarte del juego, aunque sabemos lo que sucedió.
«Yo nunca le protesté un strike a ningún árbitro. Muchas veces un bateador se va con tres y cuatro bolas malas, así que no tiene sentido reclamar un lanzamiento».
Sentido común, precisamente eso hace falta para enderezar muchas cosas que se torcieron por el camino. Parece sencillo, pero es tan difícil como tocar bien la bola.