La frente que más amó Martí. Autor: Adán Iglesias Publicado: 03/03/2025 | 09:18 pm
Él tenía 24 años, ella estaba por cumplir 17. Se conocieron en abril de 1877, en Guatemala, durante un baile de trajes, y al parecer no pasó mucho tiempo para que naciera una «chispa eléctrica» entre ambos, como escribió un intelectual de la época.
«¿Quién es esa niña vestida de egipcia?», preguntaría José Julián Martí Pérez. Le contestaron que era María Cristina García Granados Saborío, hija del expresidente guatemalteco Miguel García Granados, anfitrión de aquella velada.
Lo cierto es que, a partir de ese momento, Pepe y María conversarían en varias ocasiones. Él le escribió más de un poema: en uno la llamó «novia del sol»; en otro llegó a comentarle: «Amo el bello desorden, muy más bello/ Desde que tú, la espléndida María,/ Tendiste en tus espaldas el cabello,/ ¡Como una palma al destocarse haría!».
Ella le mostró su álbum de fotos y hasta le regaló una de estas. Al dorso le escribió: «Tu niña, Guatemala, 1877».
El bayamés José María Izaguirre (1828-1905), quien recibió a Martí en la tierra del quetzal y lo incluyó en el claustro de profesores de la escuela que dirigía, describiría a María García Granados como una joven alta, esbelta y airosa, con cabello muy negro, crespo y suave. «Su rostro, sin ser soberanamente bello era dulce y simpático», plasmaría en sus memorias.
Pero quizá fueron otras virtudes las que más llamaron la atención del poeta: ella tocaba el piano admirablemente, gustaba de la literatura, defendía sus ideas con pasión y era inteligente, extrovertida y dada a luchar por la emancipación de las mujeres en una sociedad machista.
Lo que pasó entre ambos, quién lo sabe. Tampoco sería menester descubrirlo. Los historiadores han contado que el hijo de Leonor y Mariano visitó la casa de los García Granados hasta que, entendiendo que María se había enamorado, comenzó a alejarse, pues ya él estaba comprometido con su futura esposa, Carmen Zayas Bazán (1853-1928).
El sentimiento de ella «fue creciendo hasta tomar los caracteres de una verdadera pasión y, aunque lo disimulaba, por el recato propio de una joven educada en el amor a la honra, bien comprendió Martí lo que le sucedía. Caballero ante todo, y ligado por igual sentimiento a otra mujer a quien había jurado ser su esposo, se abstuvo de fomentar con sus galanterías o con demostraciones de afecto aquella pasión que parecía próxima a tomar las proporciones de un incendio.
«Su papel se limitó, desde entonces, a tratarla simplemente como amigo, y fue separándose de la casa, poco a poco, para que María comprendiera que no debía entregarse al sentimiento que la dominaba, pues por más que él reconociese sus merecimientos y simpatizase con ella, no podría corresponderle», contó Izaguirre.
Finalmente Martí partió a México a casarse con Carmen (20 de diciembre de 1877) y el hecho de retornar a Guatemala, tomado del brazo de ella, provocó una profunda tristeza en María Cristina. «Él volvió, volvió casado», narró el propio José Julián en sus Versos Sencillos.
«Hace seis días que llegaste a Guatemala, y no has venido a verme. ¿Por qué eludes tu visita? Yo no tengo resentimiento contigo, porque tú siempre me hablaste con sinceridad respecto a tu situación moral de compromiso de matrimonio con la señorita Zayas Bazán. Te suplico que vengas pronto. Tu niña», le escribió María.
Pero Pepe no acudió a su llamado, acaso para no lastimarla más. Sin embargo, un mal día, en el colegio donde impartía clases, se enteró de la terrible noticia: su «niña» había muerto. Era el 10 de mayo de 1878.
Se ha narrado que un baño en un lago o en río empeoró una enfermedad pulmonar prexistente y sucedió lo lamentable. Pero Martí sabía que, al margen de ese padecimiento, María Cristina estaba sufriendo muchísimo.
Con el corazón roto se fue al entierro, en el que participó una indescriptible y conmocionada multitud. José María Izaguirre, José Joaquín Palma (otro bayamés exiliado en Guatemala) y José Martí estarían entre los últimos en irse del cementerio.
Aquel momento conmovedor fue retratado así por Izaguirre en el libro Yo conocí a Martí: «Cuando el albañil dio la última mano a la losa que la cubría, los tres miramos involuntariamente; una lágrima rodó de nuestros ojos, nos estrechamos las manos en silencio y los tres salimos tristes y doloridos de aquella mansión oscura donde quedaban sepultados para siempre los restos inanimados de aquella infortunada joven, digna de mejor suerte».
Caló tan hondo en el alma de nuestro Apóstol la joven que 13 años después de la muerte de María, en el verano de 1891, al publicar el poema IX de sus Versos Sencillos, conocido hoy como La Niña de Guatemala, no anduvo reparando en lo que podía pensar Carmen, con quien ya tenía serias desavenencias, ni se anduvo con medias tintas: «Como de bronce candente/ Al beso de despedida/Era su frente ¡la frente/ Que más he amado en la vida!».