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Ya sé que te vas, pero no se te olvida

¿Fiestero, jaranero, bailador, enamoradizo…? Sí, como cualquiera. También exigente, profesional, disciplinado en su trabajo musical, osado, perfeccionista… Paulo Fernández Gallo era talentoso, pero sin que la fama lograda le nublara la vista. Como un cubano más

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Recuerdo perfectamente aquel día de 2015 cuando, tras conversar casi dos horas, le confesé a Paulito que mi opinión sobre él había cambiado. «Ya no te veo como el sofocador de la salsa, el especulador de La Habana, el que pone a bailar a la gente y se tira pa’l piso», le dije. Él sonrió y me advirtió que no me dejara llevar por las apariencias, «que no te engañe mi pinta ni mis locuras en los escenarios».

Recién se estrenaba la película Vuelos prohibidos, dirigida por Rigoberto López, y encarnar a Mario le supuso grandes retos, «sobre todo porque pensaba en otros públicos que no me conocen, ya sabía que en Cuba me querrían igual porque siempre me han consentido». Entonces hablamos de esa experiencia y del cine en general, del proyecto Sonando en Cuba que pronto se transmitiría —y en el que posteriormente fui testigo de su empeño—, de su disco Otras cosas, y debatimos sobre el poder de la poesía en la vida. Me contó de su madre, del profundo orgullo de saberse su hijo… percibí su noble sensibilidad y el respeto inmenso por quienes son sabios.

¿Fiestero, jaranero, bailador, enamoradizo…? Sí, como cualquiera. También exigente, profesional, disciplinado en su trabajo musical, osado, perfeccionista… Paulo Fernández Gallo era talentoso, pero sin que la fama lograda le nublara la vista. Como un cubano más.

Me gustaría saber si llegó a recopilar toda la poesía de su madre para hacerle aquel libro del que me habló, Carigal: voz y luz de poesía. Quisiera enterarme de cuánto su hijo saxofonista, miembro de su agrupación, aprendió de su ímpetu y su pasión por la música cubana. Ojalá pudiera conocer cuáles fueron sus últimos pensamientos creativos, el último suceso que le provocó sonreír a carcajadas o la melodía que días antes del fatídico 1ro. de marzo le daba vueltas en la cabeza.

¿A quién le dio el último beso? Después de su multitudinaria presentación en el Festival de la Salsa, ¿quiénes le vieron bailar antes de sentarse en su carro? ¿Le habrá dado el abrazo tantas veces deseado a sus seres más queridos? Fue tan repentina su muerte, que ninguna respuesta posible a tales interrogantes pudiera siquiera pensarse en este instante.

Escribo ahora luego de controlar la consternación y reposar la tristeza, luego de haber visto los videos tomados en las afueras de la funeraria —donde tantas personas cantaron juntas su Te deseo suerte (Ya sé que te vas, ya sé que me olvidas…). He leído todo cuanto han publicado sus amigos, colegas, periodistas, fans... y el pecho se mantiene apretado.

«Pegar» un tema musical no fue su única ganancia. Paulito marcó un estilo, un sello auténtico. Genuina siempre fue su proyección escénica, su imagen, su manera de acercarse al público. Desbordante su carisma, innegable su gracia para seducir, y no ya a quienes llevamos faldas, sino a cuanta persona quisiera él convencer de una idea, un proyecto, un desafío.

De futuro clarinetista, sus cualidades vocales lo catapultaron a lo que luego fue, sin ignorar sus dotes como compositor. Los Yakos, Galaxia, la agrupación de Adalberto Álvarez, Dan Den, Opus 13 y desde 1992, su Élite, le permitieron desarrollarse como artista, y más allá de premios y reconocimientos en su espacio artístico, la popularidad inmensa que le agasajaba, le hacía pensar que valía la pena cualquier esfuerzo.

Paulito no podía engañar

Quienes más cerca de él estuvieron deben, aún, estar «en shock». No obstante, una amiga también periodista, que a su lado trabajó buen tiempo, accedió a hablarme desde el corazón. «La relación laboral trascendió, visitaba mi casa, conocía a mi familia, cultivamos una bonita amistad. Se sentaba a conversar tranquilamente de todo, se ofrecía a apoyar en lo que hiciera falta y si sabía que alguien se ausentaba del trabajo por estar enfermo, ahí acudía él para interesarse y saber.

«Cualquier canción que pensaba o grababa la compartía, hasta con quienes podían estar trabajando en su casa, o con un vecino, o con mi mamá. Le importaba saber lo que provocaba en la gente lo que él hacía, y cada reacción le otorgaba un valor.

«Un tipo muy familiar, de esos que adora tener a toda la familia reunida. La distancia geográfica con dos de sus hijos lo tenía un poco triste, porque si por él fuera, siempre juntos. Eso sí, a cada uno le enseñó el camino para que solos lo transitaran. Nada de facilismos ni de empujones, porque entendía que debían crecerse, superarse, madurar y abrirse su propia ruta.

«¿Sabes a cuántas personas vi agradecerle su esfuerzo y dedicación en Sonando en Cuba? A todos esos jóvenes les dio oportunidades porque realmente lo creía necesario. ¿Sabes cuántas veces escuché que hablaran mal de él y después se retractaran por ello? Conocerlo era lo mejor que podían hacer, Paulito no podía engañar. Jamás lo vi con altanerías, conductas de rechazo a alguien o actitudes de inmodestia».

Mi amiga ha quedado impactada con la noticia, aún no la cree. Como ella, muchos. Admirarlo era fácil, porque incluso sin conocerlo en el ámbito personal, ahí están las letras de sus canciones que revelan una inteligente y elegante manera de decir las cosas, sin que ello demeritara el hecho de ser composiciones destinadas a la música popular bailable.

Cualquiera de sus discos evidencia su respeto a la cultura cubana, a nuestra música, a las buenas prácticas en el arte de crear. Sus atrevidas improvisaciones, su tino para reinventarse en la música y mantener seguidores leales. «Su impronta es real, dudo que alguien no sepa quién es Paulito FG si se aventura a conocer la música de este país».

Hoy reposan sus restos junto a los del Caballero del Son y El Tosco. Ninguno de los tres debe estar tranquilo en esos predios. Juntos deben estar inventándose melodías y estribillos que sigan siendo bailadas y cantadas por nuestro pueblo y allende los mares. Prefiero imaginarlo así, o con su inconfundible «tirada pa’l piso» dispuesto a provocar al más pinto del auditorio.

Me resisto a aquellas terribles imágenes que circularon por las redes. Ojalá ese semáforo le hubiera encandilado la vista a tal punto de que no hubiera podido acelerar. Ojalá estuviera ahora sentado en la sala de su casa, mirando el cuadro que Michel Mirabal le regaló, donde puede verse la bandera de la tierra que tanto lo amó.

Paulo FG y su Élite dejó canciones que revelan una inteligente y elegante manera de decir las cosas, sin que ello demeritara el hecho de ser composiciones destinadas a la música popular bailable. Foto: Calixto N. Llanes

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