«Puso a disposición de los hombres lo que tenía de inteligencia // […] Les entregó lo que tenía de coraje // […] Hizo su parte, llegado el momento // […] al final, declaró que volvería a empezar si lo dejaran». Así se expresaba el poeta en los versos titulados «Sería bueno merecer este epitafio», y así lo recordamos.
La muerte de Roberto Fernández Retamar es una pérdida irreparable para la cultura cubana. Desde que se dio a conocer en 1950 con el poemario Elegía como un himno, su obra fue abriendo cauces y marcando hitos en la poesía de lengua española, a la que legó textos que quedarán para siempre como «Felices los normales», «¿Y Fernández?» o «Con las mismas manos».
No menos relevantes son sus penetrantes y esclarecidos ensayos, que ponen en evidencia la vastedad de su pensamiento y la magnitud de su labor intelectual, tanto si recordamos ese clásico de la reflexión latinoamericana y caribeña, «Caliban», como si pensamos en Para una teoría de la literatura hispanoamericana, en su fervorosa pasión por la obra martiana, o en sus lúcidos ensayos sobre el papel del intelectual y los procesos de descolonización cultural en nuestra América.
Es imposible disociar su nombre de la historia de la Revolución cubana, separarlo de un fenómeno que ha sido asunto e inquietud permanente, tanto como escenario vital y caja de resonancia de su figura y su obra.
Sería mucho, ya, si ese fuera el legado de Roberto, pero a su obra literaria habría que añadir su labor docente y su inigualable faceta de editor, que lo llevó a dirigir diversas revistas antes de asumir en 1965 la dirección de Casa de las Américas, para consolidarla como uno de los más importantes referentes culturales de nuestra América.
Pero aún haría más, al frente de la Casa de las Américas toda desde 1986, como continuador de la heroína y fundadora, Haydee Santamaría, y del gran pintor Mariano Rodríguez. El privilegio de que Roberto presidiera en las últimas décadas esta Casa contribuyó a que –bajo su conducción– ella apostara por el riesgo sin dejar de ser fiel a sí misma, al espíritu que la vio nacer en la descomunal e inconclusa tarea de la integración cultural de la América Latina y el Caribe.
En ocasión de la dolorosa pérdida de Haydee, la Casa de las Américas dio a conocer una declaración –en la cual se transparenta la escritura de Roberto– que concluía afirmando: «Es necesario decir que estará con nosotros, en nosotros. […] Pero desde ahora somos más pobres, aunque nos acompaña para siempre el honor de haber trabajado bajo su guía, bajo su aliento, que seguimos sintiendo, orgullosos y entrañablemente conmovidos, a nuestro lado». Esas palabras siguen siendo válidas para Haydee, tanto como lo son para este entrañable hermano suyo que acaba de dejarnos. Las hacemos nuestras para ti, en este momento de infinita tristeza, querido Roberto.