José Martí Autor: Ernesto García Peña Publicado: 04/01/2020 | 08:51 pm
En lo más alto y sagrado de Cuba, allí donde nada impuro puede tocarlo, está José Martí. En él habitan las claves de nuestro crecimiento, del afán liberador, del desprendimiento y de la entrega en pos de los demás. Son las claves para el encuentro con nosotros mismos.
Desde que cada cubano tiene noción del mundo, el Apóstol toca su alma: se acerca suavemente, desde sus contornos en un busto, desde versos tiernos y luminosos; lo hace en el lenguaje de todos los hombres, pidiendo, en acto de sinceridad total, morir de cara al sol porque es bueno, contando que una mariposa ha visto desde un rosal, guardados en un cristal, los zapaticos de una niña que se ha ido para siempre… —vaya modo, solo posible en él, de contar a otros niños sobre la muerte…—; se nos acerca desde una belleza que parece simple.
Pero un día esa belleza estalla y se multiplica; se vuelve indescifrable —con su sabor de siglos en tan solo una línea de palabras, con la coherencia de cada sacrificio sin queja—. Ese día lloramos, y entendiendo mejor la entrega del Maestro solo atinamos a decir: ¿Cómo pudo ser él, tan único, tan adolorido y enorme? ¿Qué milagro obró su salto desde las duras condiciones de un ser «más», hasta la trascendencia que nos encandila y atraviesa? Lloramos como cuentan lloró un cubano inmenso mientras lamentaba el tiro que, afirman, le partió la lengua.
Después del día del descubrimiento, Martí nos acompaña sin que nada pueda disminuirlo o negarlo, porque en él habita la hondísima verdad de que la Patria, como ha dicho el poeta Cintio Vitier, «es ese misterio clarísimo e intocable (…). Clarísimo misterio digo, porque no necesita de ningún análisis; intocable, porque ningún “oprobio” ni “afrenta” puede mancharlo».
Martí, motivo de orgullo, está ahí para salvarnos. Ya para siempre.