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«Extraño» cuidador en casa

Desde el 2003 ya no solo la madre cubana puede solicitar la licencia para cuidar al bebé, también lo puede hacer el padre luego de los tres primeros meses de lactancia materna. Sin embargo, estereotipos, patrones socioculturales, falta de educación familiar y otros factores impiden que muchos se beneficien del Decreto-Ley 234

Autores:

Ana María Domínguez Cruz
Yuniel Labacena Romero

Con la bebé en sus brazos, no fue otro el pensamiento. Aprenderé a cuidarte bien y nunca te faltará nada, le dijo. La arropó y la miró mientras dormía. Ni siquiera pensó cuán difícil era ser más que un padre como lo fue el suyo, porque lo único que le preocupaba era que su hija creciera sana y feliz, aunque su madre no estuviera.

«Loco», le llamaron todos, incluso las abuelas. «¿Quién ha visto que un hombre asuma completamente el cuidado de un bebé?», le dijeron. «Para eso están las mujeres, y con tu ayuda de vez en cuando será suficiente», pretendieron convencerlo. «No seré ni el primero ni el último. Más complicado es ir a la Luna y ya otros lo han hecho».

Las 24 horas del día parecían no alcanzarle… Esterilizar y preparar los biberones, hervir y lavar los pañales, ocuparse del hijo mayor de seis años y sus tareas de la escuela, cocinar, fregar, mantener la ropa y la casa limpias… «Hacer todo lo que es necesario cuando tienes un hogar e hijos que atender», explica.

En su centro de trabajo muchos se asombraron cuando solicitó la licencia para cuidar a su pequeña, y todavía en el barrio bromean con el tema, asegura. Sin embargo, «la novatada, la falta de sueño, la carencia de habilidades… Todo puede soportarse si se piensa que esa criatura que vino al mundo será la beneficiada».

En estos días se prepara para celebrar el primer cumpleaños de su niña. ¡Qué rápido pasa el tiempo!, dice. También  espera por la respuesta a su solicitud para el ingreso de la pequeña en el círculo infantil, y reanudar así su jornada laboral. «Las cosas cambiarán un poco, pero sigo siendo el padre y la madre de estos dos niños, a quienes no les faltará nunca mi amor».

Se nos conmueve el corazón al ver a la niña andar con pasos seguros mientras su hermano se mantiene atento, «por si resbala o se cae». Tienen un padre extraordinario que supo marcar la diferencia y que gozó, desde el punto de vista jurídico, del disfrute de un derecho.

Como él, han sido 125 los hombres que en el país se han acogido desde el 2006 al Decreto-Ley 234 De la maternidad de la trabajadora, tres años después de la entrada en vigor de la legislación, la cual brinda también la oportunidad a los padres de solicitar la prestación social, un paso importante en la integración de todos los miembros de la familia.

Las estadísticas del Instituto Nacional de Asistencia y Seguridad Social (Inass) adscripto al Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS) revelan que el año pasado la solicitud fue realizada por dos hombres en La Habana, dos en Granma, tres en Holguín y uno en Mayabeque, Sancti Spíritus y Santiago de Cuba.

Las causas que inciden en que estas cifras no sean mayores, aun cuando existe un Decreto-Ley que ampara el cuidado de los hijos no solo por las madres sino también por los padres, motivaron a estos reporteros a indagar sobre el tema, como regalo especial a los lectores en este tercer domingo de junio.

Derechos, demandas, deberes…

Fue en el III Congreso de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), en 1985, cuando se planteó la necesidad de reconocer el papel de los padres en la educación de los hijos y su derecho a participar en el cuidado del bebé, demanda lograda el 13 de agosto de 2003.

Se trataba de un reclamo por reconocer la igualdad entre mujeres y hombres en el cuidado de sus hijos, lo que quedó refrendado en la primera norma jurídica cubana que no tiene un lenguaje sexista, apunta Yamila González Ferrer, miembro de la Junta Directiva Nacional de la Unión de Juristas de Cuba, quien integró la comisión redactora de la legislación junto a Mercedes Garrudo Marañón, asesora jurídica de la FMC.

«En el artículo 16 de la 234 se establece que es una decisión de la pareja determinar quién asumirá el cuidado del bebé en el período de prestación social, es decir, después de los primeros tres meses de nacido, momento en el que se recomienda propiciar la lactancia materna. Es un acuerdo que debe tomarse de conjunto y que puede variar en caso de que la madre fallezca en esos primeros meses, razón por la que le asiste el derecho al padre, si es trabajador, a acogerse al Decreto-Ley», agrega.

La también profesora asistente de Derecho de Familia de la Facultad de esa especialidad en la Universidad de La Habana, insiste en que la existencia de un cuerpo legal no garantiza que se echen por tierra prejuicios y pensamientos en torno a este tema.

«En muchos casos prima el desconocimiento sobre la existencia de la norma y, por otra parte, es importante destacar que los verdaderos cambios deben operarse en la subjetividad de las personas. Tanto en hombres como en mujeres está arraigada la idea de que nosotras podemos hacerlo mejor.

«La familia es la que, en muchas ocasiones, refuerza esa idea, aun cuando la mujer devengue el mayor salario de los dos y sea el cuidado del bebé por el padre la mejor opción para gozar de los beneficios económicos», apunta la reconocida jurista, quien además destaca que Cuba es ejemplo en el mundo en lo concerniente a este tema.

Ellas sí, ellos no

Ingrid tiene 34 años e igual número de semanas de embarazo. Estoy a punto de dar a luz, comenta, y su otra hija, Camila, de siete años, sonríe y le acaricia la barriga con su manita.

Sentados en la sala, esperamos a que Yadiel, su esposo, prepare el café que gentilmente ofreció al llegar. Mientras tanto, desde la cocina, bromea con que «soy el que lo hace todo en la casa, porque Ingrid le ha sacado provecho a su estado».

Es verdad que me ayuda en todo, y no solo ahora que estoy barrigona, afirma ella.

—¿Conocen el Decreto-Ley 234 De la maternidad de la trabajadora?

—Todo el mundo sabe que a la madre se le paga un porcentaje de su salario cada mes y no pierde su plaza laboral, porque la licencia es respetada, dice él.

—¿Saben que la norma también establece que los padres pueden acogerse a ese beneficio?

Reina el silencio por unos minutos hasta que Ingrid y Yadiel estallan de la risa. Les explicamos y él toma las riendas del asunto.

«Si la cosa es así, entonces puedo hacerlo. Muchas veces le he dicho a Ingrid que como este es mi primer hijo, no quiero perderme ni un detalle de su cuidado. Después de los primeros meses de la lactancia, puedo quedarme en la casa. Ingrid tiene un mejor salario que yo, recibe propinas con frecuencia, sería mejor para nuestra economía… Además, sería divertido».

La diversión no le agrada mucho a Ingrid: «Tú puedes ayudarme en las cosas de la casa, pero a mí me tocan las del bebé porque ya sé hacerlo y además soy la madre», y él muestra su desacuerdo. «¿Ustedes ven, periodistas? Me quitan el impulso y luego dicen que con uno no se puede contar».

¿Quién dijo que ella puede hacerlo mejor o de la manera perfecta? La experiencia de su primera hija le ofrece ventajas, pero ¿acaso no partió desde cero cuando ella nació? ¿Por qué asume que el cuidado directo en el primer año de vida de su bebé le «toca» mientras que Yadiel solo puede ser su facilitador en las labores hogareñas?

Por fortuna, opina de una manera diferente la veinteañera Maite López, quien conversa con JR mientras su pequeña Vida duerme y el padre elabora su puré. «La maternidad no es una camisa de fuerza. Cada cual la asume como cree pero compartirla con el padre es, además de un derecho, una experiencia vital. No pocas veces he bromeado con mi esposo, pidiéndole que se acoja a este Decreto Ley».

¿Solo se trata de bromas?, inquirimos. «Sí, claro, porque aposté por la lactancia materna exclusiva en los primeros seis meses de la existencia de mi hija. En ese caso es necesario que sea yo la que me quede a su cargo a tiempo completo, aunque no por eso considero que lo hago mejor».

Comprobamos que los padres de Vida comparten no solo las faenas del hogar sino aquellas relacionadas con el cuidado de la bebé. «La bañamos juntos, nos turnamos para prepararle su puré, compartimos el lavado de su ropa y el momento de vestirla o cambiarle el pañal.

«Él la duerme todas las noches, me acompaña a las consultas, y los doctores y las otras madres se asombran de que así sea porque no es lo común. Sin embargo, si ambos somos primerizos en estas cuestiones, debemos aprender a la par».

Aboga Maite por la maternidad y la paternidad participante, sin temer que la niña se atore si el padre le da la comida o que se caiga de sus brazos. «Somos muy machistas, y al serlo condenamos a los hombres a la falta de confianza en ellos y acuñamos su “incapacidad” para realizar las actividades relacionadas con los hijos. Así nos cargamos más nosotras y ello le hace mucho mal a todos».

Una paternidad ¿diferente?

La forma de pensar de Ingrid, como puede ser la de otras madres, no es más que el resultado de siglos de un modelo hegemónico de masculinidad, reproducido también por las mujeres, en el que la paternidad se asocia con la garantía del sustento económico, la autoridad y, en ocasiones, con la no demostración de emociones y afectos, refiere el Doctor Julio César González Pagés.

«La paternidad se obra hoy de una manera diferente pues podemos hablar de hombres que están presentes y participan en todos los aspectos relacionados con la crianza de sus hijos, dan apoyo y comprensión a las necesidades emotivas y educativas, comparten sin recelo la responsabilidad económica con la madre y se sienten identificados con el ejercicio responsable de la paternidad; pero se privilegia la posición de la mujer, signada por el cuidado directo, la comprensión, el cariño, el sustento emotivo y el contacto físico, entre otros», añade González Pagés.

Un factor adicional que incide en el «asombro» de Ingrid y en sus respuestas tiene que ver con el desconocimiento de la legislación existente en lo concerniente a la igualdad de derechos del hombre y la mujer para solicitar la prestación social en el primer año de vida.

María Elena Castillo y Giselle Fernández dieron a luz recientemente en el hospital Manuel Ramón González Coro de la capital, y reconocieron a estos reporteros que no saben que en la ley se privilegiara también al padre.

No pocas piensan, como Mariana Méndez, de 40 años, con dos niños: «El padre debe apoyar a la madre, aunque se debe pensar que, en caso necesario, este asumiría el cuidado de los hijos. Si se trata de poder, los hombres también pueden hacerlo a su manera, que no tiene que ser la misma que la nuestra».

Amalay Lam Pérez, especialista del Inass, considera que si se valoran las cifras de padres que se han acogido a la posibilidad que brinda el Decreto-Ley, se concluye que falta divulgación.

«Las estadísticas de hombres acogidos a este Decreto-Ley no son significativas todavía, pero evidencian una arista poco común a nivel internacional, y es novedosa si tomamos en cuenta que antes los hombres no tenían refrendada esa posibilidad en la Ley».

Según expone Lam Pérez, la mencionada legislación tiene el propósito de favorecer la responsabilidad compartida de la madre y el padre en el cuidado y atención de los hijos. Además, posee acápites especiales que se aplican en casos tales como el fallecimiento de la madre tras el parto, entre otras situaciones.

«Los trabajadores acogidos al Decreto-Ley están alejados de su puesto laboral hasta que el niño o la niña cumplan el primer año de vida, y en ese período reciben el 60 por ciento del salario que devengan, como usualmente se hace en el caso de las madres».

La joven especialista explica que la atención de los hijos es una tarea que requiere tiempo, dedicación, esfuerzo y un infinito amor, y puede lograrse tanto desde la madre como desde el padre. «Muchas veces le quitamos el impulso, porque nos da miedo que no se ocupe igual que uno del niño, o por la cultura machista que aún nos acompaña».

Lo ya refrendado legalmente no fue una demanda de los hombres, precisa Raynier Hernández Arencibia, sociólogo e investigador del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas. «Si estos no asocian la paternidad desde este punto de vista como una necesidad de disfrute, es muy difícil que luego la asuman. No obstante, la existencia de esta oportunidad debe ser más divulgada».

Destaca que se ve a las mujeres como las «perfectas» para esta labor luego del nacimiento del niño porque los roles de género que se continúan consolidando en nuestra sociedad desde edades tempranas son aquellos en los que se naturaliza a las mujeres en el rol de cuidadoras y a los hombres desde su misión de apoyo o facilitadores.

«No solo en el seno de la familia, durante la educación de los hijos, es donde pueden darse los grandes cambios en este sentido. El ámbito laboral es esencial también en lo concerniente a la sensibilización con la importancia de la paternidad. Cuando un padre pide permiso para ausentarse del trabajo para llevar a su hijo al médico o para ir a buscarlo al círculo infantil o a la escuela, lo primero que le preguntan es por qué no lo hace la madre.

«Es más complicado todo si este padre solicita de pronto acogerse al Decreto-Ley 234, porque sin dudas a su alrededor las conductas serán de burlas, choteo, y quizá hasta de incomprensiones», agrega el sociólogo, quien integra el Equipo de Estudios sobre Salud y Familia del Departamento de Sociología de la Universidad de La Habana.

«Los hijos son quienes, a la postre, llevan la peor parte, pues al crecer ven la balanza de atención espiritual hacia el lado materno. Lo que más se afecta es la relación padre-hijo, pues se restringe solo a un grupo de acciones. Si el progenitor asume un cuidado directo, se funda un lazo que nunca se romperá, aunque los padres se divorcien».

Iguales en responsabilidades

Existen varios derechos sexuales y reproductivos que reconocen la maternidad y la paternidad como igualdad de oportunidades para las familias. Sin embargo, persisten fenómenos que afectan la realización de estos, precisa Ramón Rivero Pino, jefe del departamento Científico del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex).

El especialista apunta también que más de medio siglo de políticas públicas a favor de la mujer no ha logrado eliminar la arraigada cultura machista cubana, con su carga de estereotipos de lo que significa ser padre o madre. Además, mientras prolifera la labor social para avanzar en la transformación femenina, son pocas las iniciativas para promover el cambio masculino.

«Igualmente influye que se inician temprano las relaciones sexuales desprotegidas, no se utilizan métodos anticonceptivos, existe una escasa preparación para la maternidad y la paternidad, elevada tasa de fecundidad en la adolescencia así como una insuficiente educación integral de la salud.

«Todos estos factores determinan que no se lleve la maternidad y la paternidad de acuerdo con la sociedad a que aspiramos. Partiendo de ese contexto decidimos celebrar este año, por vez primera, la jornada Maternidad y paternidad: igualdad de derechos y responsabilidades».

Según el especialista, el propósito de estas acciones relacionadas con estos elementos es que se cumpla el programa de Maternidad y paternidad elaborado por el Ministerio de Salud Pública (Minsap), que a lo largo de estos años ha afrontado diversas debilidades.

Las actividades de la jornada, que iniciaron en mayo, están dirigidas a las familias, con énfasis en las madres y los padres para que cumplan satisfactoriamente el ejercicio de sus funciones y tienen el propósito de capacitar, prevenir, promover, atender y rehabilitar a las familias en situaciones cotidianas relacionadas con sus hijos.

Rivero Pino expone que las acciones involucran a numerosos organismos e instituciones, sobre todo a aquellos que inciden en el cumplimiento de ese programa del Minsap, a los cuales el Cenesex como centro asesor les brinda actividades de formación y capacitación.

«Las tareas van más allá de una fecha y una provincia, para extenderse por todo el país y el año completo. Se trata de llegar también a las comunidades y a los barrios para explicar y comprender cuáles compromisos contraemos al decidir ser madres o padres, pues existen muchas brechas en estos temas.

«Hay diversos proyectos, talleres, paneles, conferencias… Se divulgan las características del ciclo vital por las cuales atraviesan los hijos, se explica la etapa preconcepcional y la planificación de la familia, hasta el embarazo, la atención al recién nacido, y se estimula la participación del hombre desde la atención primaria, porque esa práctica propicia no solo felicidad familiar, sino también una paternidad más comprometida».

Sobre el Decreto-Ley 234, el especialista coincide en que falta divulgación y menos resistencia, así como darle mayor importancia a los procesos de maternidad o de paternidad. «Pensemos solo cómo se celebran estos días en nuestras familias… no es de la misma forma. Hay que alejar la idea de que los padres no tienen el mismo papel en el proceso de crianza y desarrollo de los hijos como lo hace una madre.

«Tenemos que trabajar en divulgar los derechos, en educar a la población y conseguir que estos temas lleguen al currículo escolar y enseñar a los niños desde la primaria que existe el rol de padre y madre. En fin, que se establezca una cooperación de todas las partes para avanzar mucho más».

Julio César González Pagés asevera que urge incentivar en los hombres la asunción de un modelo de padre responsable, dialogante, signado por el disfrute, la compartimentación de roles y el enriquecimiento mutuo. «Un primer paso es  lograr que los hombres identifiquen cuáles son las pérdidas vividas al desempeñar los modelos actuales de paternidad. Hablamos de que reconozcan las experiencias gratas, reconfortantes y lúdicas de que se están privando, al no cuestionar o subvertir dichos modelos».

Una mayor participación de ellos en el cuidado de los hijos podrá dinamizar las relaciones de género. Contribuir a revertir esta situación no es fácil, aun cuando exista la posibilidad desde la legalidad, acota. «Debemos empezar a incentivar tales cambios desde el núcleo familiar, porque depende de cada uno de nosotros la reproducción o no de estereotipos y patrones de conducta socialmente establecidos que, en definitiva, nos privan más tarde de goces inigualables».

¿Cuánto para quién?

En casi todos los países europeos los varones disponen de un permiso por paternidad muy inferior al que disfrutan las mujeres. Incluso, en algunos países como Grecia se estipulan 119 días para la madre y ninguno para el padre, o Irlanda (182 días, de los cuales 112 se pueden compartir con la madre) y todavía hoy los hombres no disponen de ningún día para estar con sus hijas e hijos recién nacidos.

Sin embargo, existen naciones más adelantadas en lo que se refiere a estas políticas de igualdad, como Finlandia (para la madre 105 días más 158 compartidos con el padre; este último también tiene 18 días posteriores al parto) o Alemania (un año para ambos), en los que los permisos de paternidad son superiores. El caso de Islandia es el más notorio, pues las mujeres y los hombres pueden disfrutar de los mismos días de permiso (180 días).

En América Latina la situación es otra, dado que no solo hay una gran diferencia por género en las políticas de cada país sino que, además, las mujeres trabajadoras cuentan con un promedio inferior al mínimo de las 14 semanas establecido en el Convenio sobre la Protección de la Maternidad de la Organización Internacional del Trabajo, muy por debajo de los 45 días aprobados en Europa.

Los únicos países que ocupan una posición relevante en la región sobre este tema son Trinidad y Tobago (13 semanas para la madre y hasta cuatro para el padre), Venezuela (18 semanas para la madre y 14 días para el padre) y Ecuador (12 semanas para la madre y 25 días a compartir con el padre, en caso de que el hijo esté hospitalizado o con una enfermedad grave). Otras naciones del área privilegian hasta 14 semanas para las progenitoras y hasta cinco días para los padres, y en la mayoría de los países, ninguna.

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