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Sinfonía «extraña» para cuerdas

Uno de los tantos dilemas en que ahora se debate la economía cubana: mientras la fábrica de violines de Minas, en Camagüey, los produce, el país continúa importando cientos de estos instrumentos, entre otras necesidades, para el sistema de la Enseñanza Artística

Autor:

Yahily Hernández Porto

CAMAGÜEY.— En el último quinquenio, Cuba ha importado, desde el mercado internacional asiático, más de medio millar de violines para satisfacer la demanda del sistema de la Enseñanza Artística.

Paradójicamente, la única fábrica de violines en Cuba y Latinoamérica, ubicada en la provincia de Camagüey, está a punto de colapsar, mientras cada ejemplar importado le ha costado al Estado cubano alrededor de 200 dólares.

«El país ha desembolsado más de 100 000 dólares por la compra de este instrumento durante los últimos cinco años. Solamente este año las escuelas de arte recibirán cerca de cien violines que fueron comprados en China», aseguró Antonio Bergues Ferrer, director de Inversiones en el Instituto Cubano de la Música.

«El tema de la fábrica de Camagüey no es exactamente de mercado, sino de cultura y de fomento de una tradición que no solo debe ser con el violín, porque allí se producen —produjeron— otros instrumentos. Es un asunto de carácter organizativo para contribuir a las prioridades cubanas de instrumentos musicales, aunque no se satisfaga toda la demanda», explicó, por correo electrónico, Abel Acosta Damas, presidente del Instituto Cubano de la Música (ICM).

El funcionario precisó que es necesario que despegue una industria de instrumentos, sobre todo para los cubanos, y que urge aprovechar el momento, porque en Camagüey se creará una empresa de la música, a la que se integrará dicha institución.

Tradición a punto de extinción

Corría el año 1949 cuando, en calle Pintó, en Minas, número 149, nació el lugareño Álvaro Suárez Ravinol, quien dos décadas más tarde inició un oficio que muy pocos en Cuba sabían hacer: construir violines y guitarras.

El ebanista y autodidacta Suárez Ravinol muy pronto logró construir los originarios violines cubanos, que con el decursar del tiempo abrieron paso a una tradición que quedó sellada con la apertura de la primera y única fábrica de violines del país y de Latinoamérica, visitada el 23 de diciembre de 1976 por el desaparecido Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque.

«Aunque nuestra fábrica es la única como tal de toda Latinoamérica, existen otros lugares como las escuelas de luthier, ubicadas en México y Colombia, donde el trabajo de clase de los estudiantes es confeccionar un violín», afirmó el prestigioso violinista y director del Centro Nacional de Música de Concierto, Juan Alfredo Muñoz Fernández.

La apertura de esta «sensible» industria inscribió a Minas en la historia mundial como uno de los lugares venerables de la cultura, porque desde entonces la impronta de este oficio ha sido uno de los distintivos de ese pueblo.

«El centro se fue deteriorando. Cada día hubo menos atención, hasta llegar al actual estado, que le exprime el corazón a uno», aseveró Álvaro Suárez Velazco, hijo del fundador, quien laboró 30 años en la fábrica.

La apariencia del inmueble en nada sugiere que sea un sitio donde una vez se confeccionaron tres, laúdes, guitarras y violines, y en el que se respiró cultura por doquier.

«Entristece ver que solo producimos algunas guitarras y cinco violines por mes. La falta de recursos, de herramientas y de trabajadores especializados pone en riesgo la tradición. Queremos enseñar, pero ¿a quién le preocupa lo que viene ocurriendo aquí?», apuntó Manuel Betancourt León, quien trabaja en este centro desde 1977.

El criterio del veterano coincide con el de varios trabajadores, quienes alegaron que había que pensar profundamente en este asunto, porque «a la vuelta de unos años la fábrica, junto al oficio, se esfumarían».

Reynaldo Loyola Agüero, tallador de tapas de violines, insistió en una arista polémica: «Tenemos lo más importante: el oficio, la experiencia y el sentido de pertenencia. Incluso los jóvenes desean sumarse».

Sin embargo, a pesar de lo descrito, la fábrica ha hecho esfuerzos para revitalizar un oficio casi en el olvido.

«Hace unos años se proyectó una capacitación que fue presentada a la Industria Nacional de Instrumentos Musicales (INIM) —algo que nunca se creó—; pero la idea no fructificó por problemas relacionados con el pago a quienes impartirían las clases», comentó Zoraida Vernon Grenidge, quien atiende la comercialización y producción en la fábrica.

«La propuesta —recuerda Zoraida— fue aceptada por el pueblo, que escuchó la convocatoria por la emisora local y se presentaron más de 50 jóvenes».

Y mientras este colectivo se creció en el período especial, en el que se impusieron, como las vías de empleo más prácticas para no cerrar la fábrica, el integrarse al campo y el confeccionar miniaturas —labor que continúan realizando— para ser vendidas como suvenires, muchos aspiran a que llegue el momento en que la institución salga de la inmovilidad.

Relevantes artistas nacionales y del patio, como Norberto Puente Quintana, director de la orquesta Maravillas de Florida y presidente del Consejo Técnico Asesor del Centro Provincial de la Música (CPM), piensan que perder la fábrica de violines de Minas sería algo muy doloroso.

«Es una institución emblemática para la cultura de Camagüey, del país y de Latinoamérica, y para la enseñanza de la música en Cuba, porque una fábrica de violines es como un tesoro de valores culturales. Quienes cultiven el oficio se distinguirán en todo el mundo, porque son muy pocas las naciones que lo han logrado».

«Durante años ha faltado una propuesta que posibilite formar nuevos creadores de violines. El municipio carece de un estudio que permita conocer las posibilidades que ofrece la fábrica», explicó Roberto González Betancourt, quien atiende la Enseñanza Técnica y Profesional (ETP) en Minas.

Pero el estudio, como sugiere el directivo de la ETP, no debe limitarse al municipio y sus posibilidades reales de promover nuevos productores de violines. El asunto trasciende las fronteras de Minas.

«Cualquier escuela del país posee un almacén de violines rotos, y seguimos comprándolos, incluso sin tener la mejor calidad. Si hubiera especialistas que los restaurasen no se importarían tantos violines», explicó Alfredo Muñoz, quien es profesor del Instituto Superior de Arte.

Un mercado por estudiar

¿Dónde esta el luthier?, es la pregunta de los músicos cubanos, después que poseen su instrumento musical. ¿Debe un país subdesarrollado, bloqueado y en medio de una crisis económica, continuar importando violines? ¿Cuánto se ahorraría la nación por concepto de reparación de violines rotos que permanecen en las escuelas? ¿Cuántos dejarían de importarse si se potenciara la fábrica camagüeyana? ¿Qué mercados similares al interno —enseñanza artística— existen en la región, a los que Cuba podría exportar sus violines?

Lo esencial para crear violines se ha preservado: «El oficio, por más de 30 años, que tuvo como origen la formación, en Alemania, de varios de los obreros de Minas», recordó el profesor Alfredo Muñoz e insistió en la necesidad de retomar esta respetable especialidad por la importancia que encierra.

El músico valoró que, con el apoyo de otros especialistas internacionales que ya han visitado la escuela taller de instrumentos musicales ubicada en La Habana Vieja, se puede no solo revitalizar el oficio en el poblado de Minas, sino mejorar los patrones de calidad de sus instrumentos, para ubicarlos en el sector del mercado internacional similar al interno, y diversificar la producción de la fábrica con la recuperación de los que están rotos».

Iniciar una producción que resuelva los problemas de los violinistas cubanos en formación y de sus homólogos en la región, y que también aporte valores a la economía del país, pudiera ser la tesis de un estudio de mercado.

En tierra de nadie

Si existe el conocimiento, el deseo y la voluntad de los creadores de violines, junto a una fábrica en condiciones de revitalizarse, otra debería ser la historia en bien de la economía doméstica y el desarrollo de la cultura.

Javier Latamendi Gómez, uno de los obreros del centro, describió cómo, cuando llueve, el deterioro de los techos ha detenido no pocas veces la producción, por las goteras, y algunos locales están clausurados desde el paso del ciclón Ike.

El director de la institución, Graviel Otamendi López, considera que la doble subordinación que ha tenido el centro, por cerca de una década, constituye una de las causas que han favorecido su mal funcionamiento.

«La fábrica se ha estado desempeñando en tierra de nadie. A partir del año 2002 el Centro Provincial de la Música nos atendió en el pago del salario y en la documentación de recursos humanos, a la vez que la naciente INIM (Industria Nacional de Instrumentos Musicales) comenzó a proporcionarnos las materias primas para la producción, que respondía a sus planes de producción y administración de recursos.

«La escasez de máquinas, herramientas, recursos y apoyo institucional son las causas fundamentales que han desencadenado el mal funcionamiento de este centro», subraya el directivo.

Actualmente la fábrica de violines se encuentra en un reordenamiento, en el que se deben implementar mecanismos que revitalicen su funcionamiento integral.

«La institución se reorganiza, pero aún pertenece a la Industria Nacional de Instrumentos Musicales. Es decisión del Instituto Cubano de la Música, como parte también de su reordenamiento, trasladarla hacia Cultura y el Centro Provincial de la Música en el territorio», informó Homero Carrión Carvajal, director de esa institución en Camagüey.

Este funcionario reconoce que el desabastecimiento de la fábrica ha entorpecido la obtención de mejores resultados. Es un elemento a tener presente en el futuro. «Las materias primas son importadas, y otras de difícil adquisición en el país».

Producción en caída

En 1987, la fábrica dejó de producir. En aquel entonces se confeccionaron 500 guitarras y 250 violines, que pasaron a la historia como su mayor producción. Pero aquellos años de prosperidad nunca regresaron a sus talleres, porque de 25 violines que se construían por mes, ahora solo se producen cinco.

«La disminución de la producción ha sido porque solo tenemos  siete creadores de violines y también por la falta de recursos», explicó Zoraida Vernon.

—¿Cómo mantiene la fábrica su pequeña producción?

—Porque el INIM nos abastece de algunos recursos, por la reserva de pino abeto que tenemos desde 1973, y por la recuperación de los equipos y herramientas.

Para Miguel Espallargas Ruiz, subdirector técnico productivo de la Fábrica de Instrumentos Musicales de la capital, que suministra recursos a la fábrica de Minas, la situación productiva de este centro puede contraerse más.

«Solo queda reserva de pino abeto para unos 50 violines. Esta  es la madera especial para la construcción de las tapas, el fondo y el aro del violín», afirmó.

A lo anterior sumó el criterio de que necesariamente hay que importar este pino para continuar dicha producción, aunque ya se use madera cubana para tallar el aro, el fondo y el brazo.

Agregó que la madera que se importa es de la familia del cedro, y cuesta alrededor de 750 dólares el metro cúbico. Su similar en la nación se comercializa en alrededor de 400, es decir, que utilizar madera nacional reduciría el costo de producción del violín cubano porque es más económica su adquisición, y porque con un metro cúbico de madera se pueden confeccionar 50 violines.

Estudiar nuevas opciones de mercado, que faciliten la venta de piezas de violines, reduciría los costos en la confección de uno cubano, y así no se perdería la tradición, sugirió Espallargas Ruiz.

Sin justificación

Otra arista del problema son los 94 violines amontonados desde el 2006 en el almacén de esta fábrica. «El problema se ha planteado, pero no hay una solución. La última vez que se comercializaron fue hace cuatro años, con la Sinfónica de Holguín», dijo Zoraida Vernon.

Harol Ricardo Dorella, director de esa sinfónica, confirmó vía telefónica que, aunque los 16 violines llegaron a territorio holguinero, nunca se tocaron, porque siempre les faltó la barbilla.

«No son solo los violines de la Sinfónica de Holguín los que presentan una situación similar, los almacenados en la fábrica de Minas tienen problemas en su acabado, lo que complejiza su comercialización», informó Antonio Bergues Ferrer, director de inversiones en el ICM.

Es mucho lo que han hecho los trabajadores por su fábrica, quienes, al decir de Zoraida Vernon, han creado aditamentos para las máquinas y realizado investigaciones que sustituyen la cerda (hecha con la crin del caballo) por otra confeccionada con la cola del animal.

Al cierre de este reportaje, había 94 violines a los que les faltaba el arco, porque estos ya no se producen en la fábrica por no tener los recursos que exige esta pieza, y a diez, además, les faltaban las cuerdas, según explicó Zoraida.

Si estos 94 violines se completaran, en vez de permanecer en el almacén, podrían paliar el déficit que existe en la enseñanza artística del país.

«Toqué con los violines mineños, y conozco de su sobrada calidad. La solución para quienes se inician en el instrumento está en esa fábrica, que le ahorra a la economía familiar y al país miles de pesos», valoró el prestigioso violinista, con más de 60 años de experiencia musical, Emil Marino Castillo.

Mucho queda por reseñar de la única fábrica de violines de Latinoamérica: momentos de su historia, los diferentes eventos culturales nacidos en ella, la acumulada creación artística de sus trabajadores y el espontáneo oficio del arreglo de violines extendido a familiares y amigos, labor que bien podría incorporarse a su objeto social.

Oportuno sería reflexionar acerca de las palabras del prestigioso músico Alfredo Muñoz Fernández: «Sería una pérdida lamentable la de este oficio. Es necesario potenciarlo desde la profesionalidad. El país puede abastecer su propio mercado, a partir de esa calidad, y de un estudio que le permita conocer cada detalle».

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