Lecturas
El segundo domingo de mayo se celebra en buena parte del mundo el Día de las Madres.
No en todos los países se festeja en la misma fecha y en algunos se llama Día de la Madre a esa fiesta, pero en todos tiene el mismo significado. Aunque se trata de un amor que se manifiesta o debe manifestarse durante el año entero, en esa ocasión se destina un momento especial para honrarlas. Cuando el escribidor era niño, en esa jornada salíamos a la calle llevando un clavel rojo o blanco, según tuviésemos a la madre viva o muerta. Los hombres, en la solapa, y las mujeres, en la blusa.
Esos claveles, al menos en Cuba, dejaron de verse en las últimas décadas. En los años 60 se puso aquí de moda el cake de las madres que, normado, llegaba puntualmente a las bodegas en los primeros días de cada mes de mayo, valía diez pesos y la propia madre lo compraba pues era ella, por lo general, la que hacía los mandados. Era como si se congratulara ella misma en una época en que las tiendas no tenían casi nada que vender y aquel cake, concebido para picarse y comerse en familia, hacía las delicias de todos.
El cake desapareció, sin aviso previo y sin explicaciones de ningún tipo, y dio paso a las tarjetas postales con motivos alegóricos que, pese a las veleidades del correo, la destinataria recibe puntualmente en la fecha. Es la llamada tarjeta de las madres que cada mayo se vende por miles y con las que muchos se limpian el pecho a falta de un presente mejor.
El amor a la madre sigue manifestándose y, más allá de la madre propia, se extiende a todas las mujeres que amamos o a las que nos unen lazos de gratitud, tengan hijos o no. Es como otro Día de la Mujer, pero más íntimo.
En los días previos, las tiendas hacen su agosto, pues nadie quiere homenajear a su progenitora con las manos vacías, aunque a ella le baste de regalo solo un beso. Y los que la tenemos muerta, acudimos al cementerio. En esa fecha, las flores se agotan, se abarrotan los restaurantes, se lleva a cabo al fin aquella visita siempre pospuesta a la tía vieja y lejana y el transporte se hace insufrible.
La celebración del Día de las Madres surgió en Estados Unidos. La norteamericana Anna Jarvis creó en Filadelfia una asociación para impulsarla. Al comienzo, la nueva organización apenas fue advertida y su propósito, ignorado; pero no pasó mucho tiempo para que se anotara algunos éxitos parciales, pues ya en 1914 varios Estados de la Unión, siguiendo sus recomendaciones, hicieron fiesta local el día y la Cámara de Representantes recomendó que fuera observado por los miembros de los dos cuerpos colegisladores del Congreso, así como por el primer mandatario de la nación. En tres o cuatro años más la iniciativa se generalizaba.
Llegó muy temprano a Cuba. Y aquí se hace imprescindible la mención de aquel periodista proteico e incansable que fue Víctor Muñoz, porque él abogó antes que nadie porque el Día de las Madres comenzara a celebrarse en la Isla. Lo hizo en su columna Junto al Capitolio que, con el seudónimo de Attaché, publicaba en el periódico El Mundo, de La Habana. Tituló esa página Mi clavel blanco.
Muñoz era dueño de una veta humorística extraordinaria y reseñaba los juegos de béisbol entre Cuba y Estados Unidos como una competición en que la naciente República justificaba su derecho a la vida. Alentaba en sus comentarios el triunfo cubano como una cuestión de soberanía nacional.
Con el seudónimo de Frangipane, Muñoz fue el creador de la crónica deportiva cubana. Su columna La Semana, en la edición dominical de El Mundo, fue leidísima, al igual que la ya aludida Junto al Capitolio.
El Capitolio junto al cual escribía Víctor Muñoz era supuestamente el de Washington. Eso creían los lectores ante aquella página tan lúcida y espontánea, llena de informaciones novedosas que parecía escrita desde las orillas del Potomac. En realidad, el cronista, con la ayuda del cable y de las publicaciones norteamericanas que allegaba, escribía su sección en la propia redacción de El Mundo, en la esquina de Virtudes y Águila. Allí, en atención a su gordura desmedida que lo hacía sudar a mares, el director del diario había dispuesto para él una habitación privada, ubicada en la azotea, donde Víctor Muñoz hacía su trabajo en calzoncillos.
De Muñoz diría don Manuel Sanguily —«don Manuel de los Manueles», como le llamara José Martí: «El estilo de Víctor Muñoz cuando escribe, revela la facilidad y gracia picaresca de cuando habla, y en todo caso es claro, fácil, sobre todo preciso, que es lo que más maravilla».
Víctor Muñoz Riera nació en La Habana, el 1ro. de enero de 1873. Su padre, rico comerciante, se empeñó en que tuviera una educación esmerada, pero la quiebra de los negocios paternos hizo que abandonara los estudios en el bachillerato. Viajó entonces a Estados Unidos y en Florida fue lector en grandes tabaquerías de Cayo Hueso y Tampa, y se inició en el periodismo, que es la profesión de los que se quedaron sin profesión.
Casado ya con una cubana, se incorporó a una expedición que lo trajo a Cuba Libre. Terminada la contienda libertadora trabajó en las redacciones de El Cubano, La Discusión, El Mundo y La República Cubana. Esta última, se lee en el libro Periodistas cubanos de la República, 1902-1958 (Eds. Temas, 2015) «fue protagonista de sus éxitos periodísticos, en especial sus informaciones deportivas, sus trabajos de corte humorístico, así como crónicas sobre diversos aspectos de la vida mundana».
En La Discusión «cubrió» la información del palacio de gobierno, y en El Mundo se anotó un éxito sensacional con su crónica sobre la toma de posesión de don Tomás Estrada Palma, primer presidente de la República nacida en 1902. Había comenzado en esa publicación como traductor de cables y reportero de incendios. Los fuegos estaban entonces a la orden del día, eran un suceso cotidiano, y constituían una de las mayores fuentes de información de La Habana, dada la importancia de los siniestros. Su vinculación con el béisbol llevó a Muñoz a vincularse directamente en la Liga Profesional en tiempos del mítico Abel Linares, que legó a su esposa las franquicias de los clubes Habana y Almendares, que valían una fortuna, y que la buena señora, con ánimo de comprarse una casa, vendió por una bobería.
«Su estilo marcó un cambio en la forma de concebir las informaciones beisboleras. José Manuel Govín, fundador y director de El Mundo, deseaba que las páginas deportivas del diario tuvieran un enfoque diferente y para eso contrató a Muñoz.
«En poco tiempo Vitoque, como era popularmente conocido, terminó con el uso de los términos ingleses en el béisbol y en su lugar introdujo las versiones al español, como jonrón en lugar de homerun o corrido y bateo por hit and run. Además, su talento se puso a prueba al variar los clásicos leads informativos por variantes más frescas de enfrentar la pelota».
Fue Vitoque quien bautizó a José Caridad Méndez como «el diamante negro». El más grande serpentinero, junto con Adolfo Luque, de la pelota cubana antes de 1959 y a quien el color de su piel tachó la entrada en Grandes Ligas, haría exclamar a un mentor de las Ligas Mayores, que no disimuló el tufo racista del elogio: «¡Lástima que este negro no se pueda pintar de blanco!».
Sintetiza Jiménez Perdomo en La crónica deportiva en el periodismo cubano, publicada en el Álbum del cincuentenario de la Asociación de Reporters de La Habana; Ed. Lex, 1952: «Govín, fundador y editor del periódico El Mundo, tuvo de la crónica deportiva, como de otros aspectos del periodismo ágil e informativo de la época, un acertado concepto. Y así como instaló a Manuel Márquez Sterling en las funciones de redactor político, llevó a su diario —donde se produjo la gran evolución modernizadora de nuestro periodismo— al notable costumbrista y humorista que era Víctor Muñoz.
«Y aquel laborioso y entusiasta escritor supo dar a su sección un colorido, una personalidad, un rumbo original e interesante, que, con las ilustraciones acertadas de Conrado Massaguer, fue uno de los factores determinantes en el rápido encumbramiento de esa publicación». Añade que sus crónicas deportivas eran crónicas literarias. «Creó lo que Manuel Sanguily llamó “la jerga de la pelota” que muchas décadas después de muerto Muñoz seguían utilizando los cronistas deportivos y los fanáticos del béisbol y del jai alai».
Fue en 1919 cuando Víctor Muñoz abogó por primeva vez porque se instituyera en Cuba un día para las madres. Su idea no cayó en el vacío, y ya en 1920, impulsado por un grupo de jóvenes se celebraba la fiesta en Cuba por primera vez. Fue en Santiago de las Vegas. De manera que si a Víctor Muñoz correspondió la iniciativa, fueron jóvenes de esa localidad habanera los primeros que hicieron realidad el propósito.
Meses más tarde, en las elecciones del 1ro. de noviembre de 1920, Muñoz fue electo concejal por el Ayuntamiento de La Habana y, en esa Cámara, el recién estrenado edil propuso, el 22 de abril de 1921, que la fiesta se instituyera en el municipio habanero. No es hasta 1928 cuando la Cámara de Representantes aprueba, con carácter de ley, su celebración nacional.
Ya Víctor Muñoz había muerto, en Nueva York, el 30 de julio de 1922. Una sala del hospital América Arias, la llamada Maternidad de Línea, en El Vedado, lleva su nombre. Oportuna manera de recordar a aquel gran periodista que impulsó entre nosotros el Día de las Madres, y de quien Enrique José Varona escribió: «Su fisonomía era tan plácida como excelente su corazón, como flexible su talento, como sutil su ingenio. Fue solo un hombre de buen humor, que no puso hiel ninguna en sus cuadros policromados de la vida coetánea».