M.R.: Llevo 15 años de casada y he sido feliz. Desde hace unos meses no podemos conversar. Es cierto que estamos confrontados a tomar decisiones respecto a las cuales no nos ponemos de acuerdo. Pero me pone muy triste cada vez que acabamos discutiendo. ¿Qué puedo hacer?
Ayuda buscar puntos de encuentro y después valorar qué les impide el lazo que antes lograron. Puede que haya dolor, decepción, expectativas y otros obstáculos al diálogo. Quizá deban hablar de eso y dar tiempo al proceso, hasta encontrar soluciones.
Una condición necesaria para conversar es aceptar diferencias. Reconocer que nadie, ni siquiera nosotros mismos, es del todo como conviene. Se requiere apelar a lo que se disfruta y permite la unión, sin necesidad de que se actúe como si fueran uno, borrando el deseo propio.
Conversar implica poder decir y escuchar lo que piensa cada uno, ser capaz de plantear argumentos polémicos hasta llegar a puntos de confluencia que pueden ser diferentes a los que preferíamos en un primer momento. Una buena charla conlleva aceptar que no hay acuerdo en determinados puntos y convivir sin que haya que odiarse por eso. Si gana el doloroso silencio, suele aparecer la violencia y el distanciamiento. Conversar es posible si en lugar de ofuscarse en ganar o ceder, nos disponemos a escuchar y decir hasta encontrar opciones.
En nombre de los ideales se ha discriminado a otros o se ha renunciado a la identidad por acordar con quienes suponemos superiores. Hay parejas que se unen, devaluando a miembros de la propia familia por entrar en otra que creen más educada o exitosa. No sorprende que terminen separándose cuando, tiempo después, descubren que tampoco son tan parecidos a su ideal.
Mariela Rodríguez Méndez, máster en Sicología clínica