Y. E.: Fui madre soltera a los 18 años y aprendí a abrirme camino solo con la ayuda de mi mamá. Pedí muchas veces a la vida que me diera la oportunidad de conocer a un hombre que facilitara la vida de mi hijo y así retribuirle a mi madre todo el apoyo que me dio, aunque no hubiese amor. Hace cinco años que lo tengo, pero la situación se torna cada vez peor. Él dice que me ama, pero me traicionó. Le da todo a mi hijo, pero lo maltrata sin ponerle la mano encima, y por consecuencia, el niño lo rechaza. Lo peor es que nunca floreció un sentimiento fuerte de mi parte hacia él, excepto lástima por sus conflictos familiares. Me da miedo dejarlo y volver al pasado difícil para mí. Tengo miedo de dañarlo, y me siento una persona mala porque creo que lo he utilizado. A pesar de todo lo trato bien, pero me cuesta tener sexo y nunca tuve un orgasmo con él. Tampoco he tenido el valor de serle infiel, pues creo que le debo algo y esta es la forma que tengo de retribuirle. Él es 18 años mayor, yo tengo 27.
Dado tu relato sería fácil sugerirte que busques otro modo de solventar tu economía, sin renunciar a tanto a cambio. Pero, según trasluce, tiendes a elegir lo más «difícil», lo peor para ti a favor del otro (madre, esposo o hijo) a quien le «debes» y le «retribuyes». La elección parece ser vivir sacrificada como pagando deudas (en tanto mujer, hija o madre). La pareja actual entra dentro de este estilo que te condena. Afortunadamente, empiezas a percibir tus contradicciones, pero el problema va más allá.
Sugiero tomar en serio el análisis de estas elecciones tan sacrificadas con un profesional. Habría que empezar a preguntarse por qué quedar como culpable, deudora, la mala; cuál es la satisfacción que experimentas al suponerte administradora de la vida y el bien de quienes te rodean; qué tipo de dificultad prefieres, pues todas las elecciones implican alguna.