Por mucho que nos gustaría permanecer en la etapa del amor obsesivo, nuestro cerebro está programado para salir de ella en un plazo de entre seis meses y dos años
La ternura es la pasión del reposo. (Joseph Joubert)
En páginas pasadas describimos las fases de atracción e infatuación del amor, que transcurren hasta los 24 meses de una relación. Hoy hablaremos de la siguiente, el compromiso, cuya duración depende de factores bioquímicos y elementos culturales, pues todas las personas mantenemos un sinnúmero de relaciones interpersonales, con capacidad para influenciar unas en otras según nuestras matrices sicológicas y sociales.
Por mucho que nos gustaría permanecer en la etapa del amor obsesivo, nuestro cerebro está programado para salir de ella en un plazo de entre seis meses y dos años, afirma el neurosiquiatra norteamericano Daniel G. Amen: sin «bajar el volumen» a ese canto de amor, colapsamos.
Eso no significa que el interés sexual desaparezca o se rompa el vínculo porque «ya no es como el primer día». Lo natural en un buen amor es fluir hacia una etapa de compromiso reposado, en la que nuestras decisiones se basan en el gusto y el cariño, sí, pero pensamos de manera más objetiva en el bienestar de ambos, conocemos virtudes y manías, consolidamos planes y experimentamos encuentros sexuales a veces menos intensos, pero más gratificantes y memorables.
Dos hormonas participan activamente en esa transformación de los sentimientos: la oxitocina y la vasopresina. La primera se genera en la glándula pituitaria (el tercer ojo) y en los ovarios y testículos, y su rol está muy asociado a la capacidad de generar vínculos intuitivos.
Se ha demostrado que si la madre no alimenta a su bebé con cariño (preferiblemente del pecho), este crece escaso de empatía, con problemas para relacionarse.
Los abrazos, mimos y caricias hacen que se libere más oxitocina; ese ritual romántico y socialmente afectivo entre familiares y amistades. La COVID-19 ha puesto a prueba esa capacidad de compromiso, pero es tan fuerte la necesidad de ternura que muchas personas abrazan mascotas y árboles para no perder su cuota de complicidad afectiva.
La oxitocina no solo se genera con el roce entre personas, sino incluso con la anticipación de ese momento. Hablar antes y después del coito y mirarse a los ojos con auténtica gratitud, eleva sus niveles y te ayuda a sentirte capaz de superar cualquier obstáculo.
La vasopresina, por su parte, es la hormona que regula nuestra capacidad de persistencia, asertividad, control de la situación y necesidad de marcar nuestra zona de confort. Es lo que nos da ese sentido de pertenecer a un sitio, una relación, una familia, un proyecto, y seguir a equipos o a líderes.
Cuando se habla de fidelidad innata, de compromiso puesto a prueba más allá de cualquier tentación, es la vasopresina la responsable de lograrlo. ¡Y de exigirlo! Sus niveles son más altos en los varones (también en otras especies). De ahí que tiendan a marcar «territorio» y sufran la competencia, emoción intuitiva que convierten en pasión con los deportes.
Un efecto de esas hormonas bien «alimentadas» con pensamientos y acciones amables, es producir confianza hacia ti y hacia el resto de las personas, lo cual es clave para comprometerte a fondo en tu vida afectiva y consolidarte en otros roles sociales y económicos, dentro y fuera de casa.
A medida que el compromiso aumenta, la pasión es menos fuerte. Al subir los niveles de vasopresina y oxitocina, bajan la dopamina y la norepinefrina, explica el doctor Amen. El antídoto para retomar la pasión es hacer cosas nuevas juntos, que les produzcan entusiasmo y desafíen la comodidad habitual.
Aunque no sea consciente, el placer que genera abrazar, pertenecer, confiar en alguien, y sentir que el cariño y el gusto por estar juntos es recíproco, es más poderoso a largo plazo que un orgasmo, cuyo efecto dura unos minutos.
Lo perfecto, claro está, es procurarse dosis exactas de todo eso, para lo cual hace falta aprender a soltar lo que amamos; tema con el que concluiremos esta serie la próxima semana.