La intimidad es uno de los componentes básicos de la pareja humana, cualquiera que sea su modelo de relación, su edad y cultura de origen, y aunque está conectada con el intercambio sexual, no son tales prácticas las que la garantizan
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedo.
José Saramago
La intimidad es uno de los componentes básicos de la pareja humana, cualquiera que sea su modelo de relación, el género de sus integrantes, su edad y cultura de origen, y aunque está conectada con el intercambio sexual (coito, caricias, besos, desnudez), no son tales prácticas las que la garantizan.
Suele haber una gran intimidad en parejas distantes que se cuentan todo y tratan de cumplir sus fantasías eróticas por diversos medios, y en otras que han pasado mucho tiempo juntos y ya adivinan sus necesidades, estados de ánimo y reacciones hasta por una mirada o un suspiro.
En cambio, ese conocimiento del alma ajena, esa empatía sublimizada con el roce cotidiano, rara vez se alcanza en relaciones donde el sexo es transaccional, así sea reiterativo con la misma persona.
Se trata entonces de un vínculo emocional con un alto valor subjetivo, que se refleja en nuestra biología e impacta la calidad de vida en otras esferas sociales y materiales. De hecho, hay una hormona, la oxitocina, cuyo nivel revela ese grado de afinidad, confianza, comodidad y placer que nos genera cierta compañía, en los buenos y malos momentos.
Los estudios en ese sentido demuestran que la cercanía de la pareja es uno de los desencadenantes más poderosos de tal hormona, cuya función es dar refuerzo positivo para hacernos más agradables a su vista y a la vez compensar nuestros miedos y malestares físicos, porque el cariño alivia, literalmente, y consuela cuerpo, mente y espíritu.
Un detalle curioso: gracias a la oxitocina las mujeres se identifican de inmediato con sus criaturas, y esa lluvia de intimidad alcanza al padre o la madre acompañante, y despliega el potencial de afecto y unidad de la familia en crecimiento.
A medida que aumenta la edad, la conducta sexual varía en función de las expectativas individuales, las condiciones de salud, el rendimiento físico y las emociones. Pero nada afecta más la capacidad erótica en la adultez que la ausencia de ese espacio íntimo, intangible, sagrado.
En su libro Amores y desamores en la vejez (Editorial Científico-Técnica, 2013), la sicóloga cubana María Elena Real se refiere a la intimidad como uno de los componentes de la tríada del amor, que completan el compromiso y la pasión, según la teoría desarrollada por el sexólogo Robert Stenrberg a partir de postulados muy antiguos.
Diez sentimientos definen la calidad de una relación íntima significativa: deseo de promover el bienestar de la persona amada, felicidad, gran respeto, capacidad de contar con esa persona, entendimiento mutuo, entrega de tus posesiones y tu tiempo, comunicación, valoración, recepción y entrega de apoyo emocional.
La profesora Real explica que tales sentimientos no se experimentan de forma aislada, sino como una sensación global que crece gradualmente, pero puede perderse si no se equilibra con autonomía.
Intimidad no equivale a fusión o dependencia, porque estos modelos atentan contra su solidez. Tampoco hay una receta única. Al decir de un lector de este espacio con más de 30 años de matrimonio, los cambios paulatinos de la edad y el devenir de la familia imponen nuevas formas de entendimiento que la pareja incorpora con naturalidad.
En la antigua cultura grecolatina llamaban ágape a ese estado de íntima satisfacción, que tiene sus cimientos en la etapa del eros (esa embriaguez erótica e idealización del otro). Pero si la autoestima se confunde con la complacencia del ego y el sentido de pertenencia con dominio, en lugar de una sana complicidad se desarrolla un apego enfermizo, en el que la violencia encuentra cauces para envenenar el vínculo en nombre del amor.
Sin embargo, no siempre intimidad equivale a armonía. Algunas parejas evolucionan como enemigos íntimos cuya relación es altamente tóxica, pero no se animan a perder esa sinergia, pilar de su existencia durante mucho tiempo.
Las parejas que permanecen felizmente unidas por décadas saben que la pasión dialoga con el compromiso, y ambas se nutren para consolidar esa quietud de lago que alcanzan las relaciones emocionalmente maduras, incluso en la juventud.
Pero la falta de privacidad puede dañar ese frágil tesoro. Por tanto, es deber de la familia y/o personas a cargo de parejas de mayor edad proteger esa intimidad, que en muchos casos es la mayor fuente de energía para mantenerse alegres, vitales y activas… hasta que la muerte los separe.