Cuando comienza una relación, cada quien trae un estilo de vida y costumbres de la familia de origen, pero es preciso negociar una forma de cohabitar
La libertad / nació sin dueño,
/ y yo quién soy para robarle
/ cada sueño. Silvio Rodríguez
Una pareja suele ser el núcleo de la familia. A su alrededor gira un mundo de sentimientos que entrelazan a sus miembros con un interés común: fortalecer el hogar. El requisito fundamental para que esa estructura se desarrolle con tranquilidad es la libertad de sus miembros.
El poeta nacional de la India, Rabindranath Tagore escribió: «El matrimonio es como las dos columnas de un templo, están en lugares diferentes, pero sostienen el mismo techo».
Cuando comienza una relación, cada quien trae un estilo de vida y costumbres de la familia de origen. Es preciso negociar una forma de cohabitar con elementos de experiencias anteriores, pues las expectativas sobre cómo debería comportarse el otro tienden a complicar la convivencia y provocar discusiones.
Nadie es como se espera que sea. El respeto a esa diversidad es la base de la coexistencia, e implica tener presente, valorar, estimar la dignidad, los derechos y privilegios de alguien.
Cuando la familia crece, la pareja suele quedar relegada a un segundo plano porque están constantemente ejerciendo el rol de padre o madre, sobre todo en los dos primeros años, explica la terapeuta belga Esther Perel.
Si se acumula esa falta de tiempo o de privacidad para estar juntos, conversar y compartir experiencias agradables se afecta la vida sexual, y esas disfunciones terminan afectando a toda la familia, a menos que se aprenda a descansar del rol paternal para volver a ese núcleo de pasión y remanso que es la pareja de origen. Repartir el tiempo con sabiduría reduce esos conflictos
Decidir de conjunto es un aspecto clave para lograr una convivencia armónica prolongada. El amor permite ceder ante las discrepancias y admitir costumbres o conductas que antes ni soñabas aceptar… pero quererse es solo el principio de un largo camino.
Según la sicóloga española Laura García, durante el período de enamoramiento el otro nos parece perfecto y minimizamos sus defectos, pero cuando la magia inicial se ha diluido, la realidad cotidiana tiene que lidiar muchas batallas.
La vida en pareja involucra necesariamente otros espacios personales en los que cada uno se desarrolla y aporta nuevos elementos que deberían enriquecer la relación. A veces surge el temor de perder a la pareja si intenta cultivar su plenitud y defiende con sólidos argumentos la libertad de dedicarse tiempo a solas, o en otro círculo de amistades y colegas.
Ese miedo desaparece a medida que se establecen lazos más profundos, de total transparencia, sobre todo si ambos evolucionan a la par (juntos o por su cuenta) para evitar resentimientos emanados de una innecesaria desigualdad de oportunidades.
Las claves para asegurar estabilidad y armonía al negociar esos espacios son muy sencillas: esforzarse por comprender la postura ajena, no generalizar de manera injustificada y tener en cuenta que la otra persona también siempre tiene su parte de razón.
Para discutir, conviene saber qué piensa y cómo se siente ahora, procurar escucharle, no precipitarse a descalificar lo que hace o dice y sobre todo aclarar las discrepancias sin predisponerse. Al final, si no te gusta cómo se proyecta, dilo con franqueza: nadie puede saber tus expectativas si no las has mencionado en algún momento.
Educa tu capacidad de demostrarle cuánto te interesa cuidar sus costumbres y espacios, haciéndole saber que tienes los tuyos y agradecerás mucho un trato similar. Diferencias siempre habrá, pero esa riqueza es el punto de partida para seguir sosteniendo, desde lugares distintos, el mismo amoroso techo.