Una desigualdad de poder a la que los infantes no pueden responder y muchas veces ni siquiera comunicar, debe estar en la mira de familiares y tutores
Se puede prever el movimiento de los cuerpos celestes, pero no la locura de las personas.
Isaac Newton
El abuso sexual infantil es el maltrato que involucra a menores de 16 años en actividades sexuales no acordes al desarrollo emocional, cognitivo y social esperado para su edad, según concepto de la Doctora Laura Alvaré, sicóloga del Centro de Investigaciones Médico-Quirúrgicas, Cimeq.
Es, además, el ejercicio de una desigualdad de poder a la que un menor no puede responder del modo adecuado, y el más oculto de los abusos. Se estima que el 50 por ciento de las víctimas no reconocen haber sido abusadas aun cuando el hecho aparezca de modo fortuito y solo tendrían que confirmarlo, no delatarlo.
En Cuba son más comunes los abusos prolongados durante meses o años que no dejan secuelas físicas aparentes. El abusador se aprovecha de su cercanía como familiar, vecino o amigo que se hace cargo de la criatura mientras la madre cumple otras funciones. En ese clima de confianza persuade al niño, niña o adolescente para que acepte y retribuya sus muestras de «afecto» a cambio de regalos, golosinas o el protagonismo que a veces le falta en su propio hogar.
Es más frecuente en niñas, pero también lo sufren varones e intersexuales. La ley es más severa cuando el varón tiene menos de 14 y la niña menos de 12, desequilibrio anacrónico que responde a patrones culturales superados y, por ende, en revisión para leyes futuras.
No siempre el abusador es un adulto: en el 20 por ciento de los casos es un adolescente u otro menor quien refleja por esa vía su propia condición de abusado (no solo en lo sexual), o de sentirse humillado y abandonado, y trata de recuperar jerarquía validando esos patrones abusivos de interacción.
Los daños pueden aparecer a corto plazo en el 70 por ciento de los casos y mucho después en el resto, precisa la Doctora Alvaré. Por eso la familia y el personal docente deben interesarse por cualquier cambio inesperado en la conducta de sus menores y pedir consejo en las consultas de Pediatría o de Salud mental para actuar de modo que aparezca el responsable sin afectar más al sobreviviente.
El abordaje debe ser multidisciplinario, pues rara vez las víctimas expresan su temor o sus dudas con palabras, porque temen que no les crean o recibir castigos, elemento que el abusador aprovecha para presionarle si siente que lo puede delatar. Sin embargo, hay signos que apuntan al abuso en cualquier edad: trastornos del sueño, enuresis (orinarse en la cama), temores nocturnos, aislamiento, melancolía, rechazo al propio cuerpo e incluso consumo de drogas o alcohol e instinto suicida.
De la misma manera se afecta su rendimiento escolar, el juego, las relaciones de confianza con el grupo de su edad y con adultos, los hábitos alimentarios y de higiene… y en lo sexual puede manifestar curiosidad no adecuada a su tiempo, masturbación compulsiva, lesiones o infecciones genitales a veces reiteradas, trastornos de identidad, exhibicionismo…
Las conductas abusivas incluyen contacto físico (genital, anal o bucal), o usar al menor como objeto de estimulación sexual del agresor (exhibicionismo o voyerismo) e incluso de terceras personas si se involucra la producción de pornografía o el uso de expresiones obscenas.
Varios estudios asocian el abuso intrafamiliar más frecuente a niñas entre siete y ocho años, al menos en su edad de inicio. Este acto tipifica como incesto si hay relaciones consanguíneas. Además de sus consecuencias sicológicas, morales y legales suele derivar en un problema mayor si en la pubertad queda embarazada del abusador.
El abuso infantil no es cosa de mala suerte. Varias circunstancias sociales facilitan su aparición y sobre estas debe trabajar la comunidad para evitar un fenómeno que marca la vida de todo el barrio, no solo de la víctima.
Desde 1995 los investigadores norteamericanos Elliott, Browne y Kilcoyne denunciaron como factores desencadenantes el no vivir con sus padres biológicos, la prostitución en casa, las muestras de alcoholismo y otras adicciones en la familia, la discapacidad física o mental de la víctima y la permanencia temporal de visitas o familiares ajenos al núcleo. Uno solo de estos factores llevó la incidencia en los casos estudiados al nueve por ciento; dos factores lo elevaron a 26 y ascendió al 68 con tres o más factores presentes.
El abuso de extraños suele ser un hecho aislado y casi siempre en lugares públicos. Puede estar ligado a conductas violentas o amenazas, pero rara vez un menor ofrece una resistencia física que conduzca a una golpiza. La probabilidad de que cuente lo ocurrido es más alta si el hecho no pasó de palabras o exhibiciones, pero también si sabe que su familia le va a creer y proteger de inmediato.
El Síndrome de Estocolmo es un cuadro sicológico en que la víctima establece lazos emocionales con su victimario y decide protegerlo a pesar del daño recibido. Se da sobre todo cuando el ejercicio de poder se prolonga mucho tiempo y el agresor hace ver que es una víctima necesitada de compasión. Como son «iguales» deben apoyarse.
A veces la niña o niño decide ocultar los detalles porque ha aprendido a obtener ventajas adicionales o piensa que esa persona es más importante para su familia. Puede, asimismo, tener miedo de que su madre, tía o abuela quede sin pareja, o que su papá vaya preso (si no es el abusador, puede reaccionar con violencia hacia este), y en general que toda la familia quede sin sustento económico «por su culpa».
Pasa principalmente si es una niña, porque la cultura machista enseña que tarde o temprano están destinadas a «eso» y deberán complacer a un hombre para cuidar una familia, así que bien pueden empezar por la de origen. Si además resulta que la madre lo sabe y no actúa por pánico o por temor al desprestigio social o a no ser capaz de sacar adelante por sí sola a la familia, la víctima se siente comprometida a ser solidaria y proteger a su «benefactor» colectivo.
Otro elemento alarmante en ese abuso intrafamiliar es que el agresor se justifica diciendo que la niña está sana: el solo dio muestras de su cariño y si no hubo resistencia es porque todo esta bien entre ellos… Nada, que ese es su «estilo» de enseñanza sexual.
Lo que no sabe, tal vez, es que las personas abusadas sexualmente en la infancia sufren efectos a largo plazo no solo en su conducta social, sino también en las funciones y estructuras de su sistema nervioso central, según precisa la experta cubana.