El amor, definió Platón, es la motivación o impulso que lleva al conocimiento de la belleza y su contemplación, más en su forma espiritual que física, porque lo que se ama son ideas eternas, inteligibles y perfectas
Ofrecer amistad al que pide amor es como dar pan al que muere de sed.
Ovidio, poeta latino (43 A.n.e.-17 N.e.)
Platón vivió en la ciudad de Atenas en el siglo IV antes de nuestra era. Fue discípulo de Sócrates, pero a diferencia de su maestro decidió dejar por escrito sus reflexiones acerca de la naturaleza y el ser humano, sus sentimientos, actitudes y conducta social.
Según Platón, el amor es la motivación o impulso que lleva al conocimiento de la belleza y su contemplación, más en su forma espiritual que física, porque lo que se ama son ideas eternas, inteligibles y perfectas. No es el amor del dios Eros, que busca el placer sexual, sino que se dirige a la esencia trascendente de la belleza en sí y funciona como raíz de todas las virtudes y de la verdad.
Tales teorías fueron retomadas en el siglo XV por el filósofo renacentista Marsilio Ficino para ensalzar el amor espiritual, que no llega a concretarse en la carne, sino que se basa en la belleza del carácter y la inteligencia de las personas.
Esos amores surgen en la adolescencia, pero también se pueden vivir en la adultez. La cualidad que los distingue es ese ambiente de romanticismo e idealidad cargado de contención, muy distinta a la abstinencia, porque no se reniega de las prácticas sexuales, sino que dilata su inicio para dar tiempo a recrear el alma en el conocimiento del objeto amado.
Con el Modernismo el concepto de amor platónico sufrió el mismo sesgo reproductivo que se le asignó a todo lo que tuviera que ver con la pareja humana, visión que demeritaba cualquier vínculo que no diera el fruto esperado: más seres humanos para trabajar en función de los dueños de las riquezas materiales e inmateriales que endiosaba el capitalismo.
Afortunadamente esa connotación ha ido cambiando y hoy son más las parejas adolescentes que eligen dilatar esa fase platónica de la relación antes de intercambiar fluidos. No importa si uno o incluso ambos tuvieron experiencias sexuales previas: cada nueva ilusión es una oportunidad para hacer bien las cosas, y las historias enriquecidas en el plano de los sueños son mejores porque sus protagonistas no pierden el contacto con su lado poético ni vulgarizan la relación carnal.
Hay una gran diferencia en la manera de ver la vida, y en particular el erotismo, entre quienes se lanzan de cabeza a la práctica sexual para quedar bien con el grupo y quienes esperan a sentir algo especial por una persona, procuran que el sentimiento sea recíproco y lo alimentan con acciones cariñosas e inolvidables.
El primer tipo de experiencia lleva a frustraciones, aprendizajes incorrectos y traumas que trascienden en relaciones futuras: dependencia o desapego afectivo, celos enfermizos, disfunciones sexuales, infecciones…
Quien elige una adolescencia paciente y cultiva el amor platónico desarrolla mejor su personalidad, eleva su autoestima y construye su propia manera de vincularse, potenciando el lado bello de la relación con mensajes tiernos, regalos simbólicos y hasta citas en la Luna.
Puede que todo quede ahí, pero si la relación progresa y llegan a consolidarse como pareja, tendrán muchos más asideros para enfrentar las crisis naturales de cualquier proyecto, y habrá más confianza para vencer el miedo a lo que se ignora.
Cuando se toma a la ligera, el sexo es demonizado como causante de embarazos y enfermedades o banalizado como deporte repetitivo. La experiencia platónica ayuda a madurar y genera respeto, porque responde a una decisión personal, cuando más de la pareja, y no al reclamo familiar o al temor a las habladurías.
Luego, cuando lleguen a la práctica erótica, sabrán cómo agrandar con metáforas cualquier instante placentero y salvarán sus lógicas torpezas de principiantes con buen humor y una complicidad basada en el afecto, la ilusión y el conocimiento mutuo.