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El tesoro de la inteligencia múltiple

El grado que alcanza cada una de las inteligencias depende de nuestra herencia genética, pero también de la historia de vida y el énfasis que pone en cada una de ellas el contexto histórico y cultural al que pertenecemos

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila
Si queremos un mundo de paz y de justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor.
Antoine de Saint-Exupery

Cuando se afirma que cada persona es un mundo, lo que decimos en realidad es que cada ser humano tiene su propia manera de aprehender el mundo, de ubicarse en él y por ende de relacionarse con los demás.

Esa cualidad se la debemos a nuestras inteligencias, dicho así en plural, pues según el neurosicólogo estadounidense Howard Gardner, existen ocho tipos de habilidades cognoscitivas pero todas «trabajan» juntas para facilitarnos la comprensión del entorno, motivarnos a resolver problemas y estimular nuestra creatividad.

La teoría de Gardner distinguía inicialmente siete tipos de inteligencias: la lingüística, la espacial, la lógico-matemática, la cinético-corporal, la musical, la interpersonal y la intrapersonal. Posteriormente sumó una octava: la naturalista.

El grado que alcanza cada una depende de nuestra herencia genética, pero también de la historia de vida y el énfasis que pone en cada una de ellas el contexto histórico y cultural al que pertenecemos. En ese camino, algunas experiencias cristalizan mejor ciertas capacidades y otras resultan paralizantes.

Por eso si una tarea no «se nos da» tan fácilmente no significa que nos falte inteligencia, sino que tal vez nos estamos enfocando con la menos entrenada, o que las combinamos de modo ineficiente.

Lo ideal sería entrenarlas todas desde el nacimiento con métodos flexibles e individualizados, pero si una se desarrolla más que las otras no es para preocuparse: no importa cómo llegamos al conocimiento, siempre que nos ayude a ser personas más preparadas y a usar a gusto nuestros «divinos poderes» en bien de los demás.

Leer emociones, calcular los sustos

La inteligencia lingüística y la lógico-matemática son las más estimuladas desde la infancia. La familia y el sistema educativo tradicional vuelcan hacia ellas el mayor peso de sus acciones, pero muchas veces el entrenamiento se limita a fomentar habilidades como la lectura, la escritura y el cálculo, dejando fuera otras potencialidades.

En materia de relaciones amorosas, de la inteligencia lingüística depende la expresión de nuestras emociones, deseos, preocupaciones y sueños, tanto en forma oral como escrita. El acercamiento a otras personas, la habilidad de persuadir o inspirar, el manejo de los recuerdos y la solución de conflictos le deben mucho al uso de la palabra.

También la inteligencia lógico-matemática contribuye a la felicidad familiar: ciertas situaciones exigen un análisis concienzudo para estimar la probabilidad de que algo bueno o malo suceda, inferir resultados de nuestras acciones y despejar los factores que acrecientan o entorpecen las ecuaciones del amor.

Del mismo modo, hablar de inteligencia intrapersonal e interpersonal en materia de relaciones humanas casi parece una verdad de Perogrullo, pero muchos conflictos responden a un pobre desarrollo de estos dones. Una baja autoestima y autocomprensión genera errores de comportamiento que afectan a quienes nos aman, tanto como resulta perjudicial la incapacidad para captar señales de sufrimiento o bienestar en otras personas, o la dificultad para imponer respeto y disciplina en el escenario hogareño.

Un pasito aquí, un cantico allá

El papel de la inteligencia naturalista en el hogar es básico: de esta dependen nuestras habilidades para reconocer y respetar las potencialidades y limitaciones de cada miembro de la familia de acuerdo con su edad o etapa de vida, e incluso con los ciclos biológicos que se suceden.

Discutir con una mujer durante la menstruación, por ejemplo, molestarse porque el deseo sexual disminuye con la edad o arriesgarse a un embarazo teniendo sexo desprotegido resultan comportamientos muy poco inteligentes, tanto como forzar una «orgía» cuando el cuerpo está indispuesto o consumir sustancias que a la larga afectan la salud mental y provocan sufrimiento físico y social.

Inteligencia naturalista significa también facilidad de «comunicarnos» con la naturaleza, distinguir y clasificar especies, prever fenómenos y cuidar de los seres vivos, incluyendo a otras personas, la flora y la fauna.

Cuánto influyen en las relaciones íntimas la inteligencia cinético-corporal, la musical y la espacial no siempre resulta tan obvio. A las consultas de sexología llegan parejas quejándose de las proporciones de sus cuerpos o la incompatibilidad en sus gustos y en la manera de «moverse», mientras otras se mortifican porque difieren en el modo de organizar sus tiempos.

En el fondo se trata de una cuestión de perspectiva, ritmo y sentido común. Si ya han conversado hasta el cansancio, han agotado las soluciones lógicas y no tienen dudas sobre el cariño y la consideración mutuas, lo «inteligente» para esas parejas, apoyado en el tesoro de su inteligencia múltiple, puede ser explorar otros caminos: transformar el ambiente, probar nuevos espacios, tentar colores, aromas, melodías y texturas afines a ambos, tapar (o destapar) espejos, cantar en vez de gritar, hacer el amor bailando, rodearse de imágenes inspiradoras… y dejar que sus cuerpos construyan ese puente que por momentos resulta tan lejano a sus almas.

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