La vida útil programada de muchos equipos es actualmente un tema de debate a nivel mundial. Juventud Rebelde se acerca a este desde la opinión de los lectores a partir de un trabajo sobre el tema publicado en sus páginas
¿Cuánto puede durar un equipo? O, mejor dicho, ¿cuánto debe durar? Ambas son interrogantes que muchas personas se hacen cotidianamente, y que han suscitado un amplio debate a raíz de la publicación en esta página, el jueves 16 de mayo, del trabajo Obsolescencia programada, de la colaboradora Dunnia Castillo Galán, profesora de la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI).
El tema de cómo los grandes fabricantes planifican el fin de la vida útil de un producto o servicio, y lo que sucede de forma similar con las llamadas «modas», suscitó innumerables comentarios de nuestros lectores, quienes los hicieron llegar por vía electrónica o a través de nuestra página web www.juventudrebelde.cu.
Los puntos de vista de los foristas no siempre son coincidentes —incluso, en la mayoría de los casos son dispares entre sí— pues las posiciones van desde los que enjuician esta práctica dañina si es llevada al extremo, hasta los que se sientan en el otro bando y creen que ella puede impulsar el «lado bueno» del consumismo.
Uno de los primeros en opinar a través de nuestra web fue un comentarista identificado como Toyo, quien afirma: «Gracias a lo que Ud. llama consumismo, los obreros y empleados tienen empleo permanente y la tecnología se renueva, fabricándose cada vez mejores productos...».
¿Qué pasaría —se preguntaba— con los empleados de fábricas modernas de bombillas con gas, (tecnología) LED y programable, si todas duraran tanto como las de 1901? ¿Y si eso mismo sucediera con la ropa, los zapatos y todo lo demás?, cuestionaba.
Sin embargo, esa opinión defendiendo de cierta forma la llamada obsolescencia tecnológica, suscitó un fuerte debate, en el cual opinaron de forma divergente otros como Aaron, quien preguntó si se ha meditado en qué pasará con el planeta si se continúa contaminando al ritmo actual, producto de ese consumismo impuesto.
Reflexionando también desde la historia, Carlos Gutiérrez aseguraba que «el asunto no es tan simple. La durabilidad de las cosas es una línea que ha venido descendiendo desde cierto punto en la antigüedad hasta nuestros días.
«Me parece que todo eso tiene que ver además con la disponibilidad de tiempo y recursos, las nuevas técnicas, la relación costo-durabilidad y la masificación de la producción. No digo que no exista la obsolescencia programada, pero no es solo un invento de los maléficos empresarios capitalistas para ganar más dinero. Como yo veo las cosas, la misma escasez de recursos y el avance de la ciencia irá eliminando el llamado “consumismo” y las cosas volverán a ser baratas y duraderas», analizaba Carlos de forma optimista.
Sin embargo otro lector, acaso menos confiado en el futuro, subrayaba que «con el consumo excesivo que realizamos, los recursos de la Tierra se están agotando, aunque parezca algo irreal. Es decir, estamos teniendo pan para hoy pero hambre para mañana».
Otro cibernauta, apedillado Rojas, es de los que creen que «lograr algún equilibrio entre la producción y el consumo, que tenga en cuenta los intereses económicos sustentables de las sociedades humanas, es casi una utopía. Por el momento estamos obligados a soportar la obsolescencia programada y en todo caso, para atenuar sus efectos, consumir lo imprescindible».
Gualterio Nuñez Estrada, desde Florida (EE.UU.), considera que actualmente prima en la vida útil de muchos artículos la intención de más ganancias del mercado, como ocurre —añadió— en el campo de la informática.
Otros lectores reflexionaron de forma similar, y acaso pensando más en la manera en que ciertas conductas son esclavizadas por el mercado, pusieron como ejemplos a quienes tienen más de 500 pares de zapatos mientras un niño pobre no tiene ninguno. De este modo llamaron no a negar el desarrollo, sino a evitar el despilfarro premeditado.
En ese sentido, Elio aseguraba: «No es lo mismo comprarme infinidad de cosas porque creo que las necesito para vivir, que tener que vivir en el mercado para poder vivir. Esto es insostenible para nosotros y para nuestro planeta, porque yo no sé exactamente las estadísticas, pero se habla de que nuestros recursos naturales tienen los días contados y no son muchos años. Y si a eso le sumas que muchos países no han logrado tener una verdadera conciencia sobre el reciclaje y que, además, este siempre tiene un porcentaje de pérdidas, cabe la pregunta: ¿A dónde vamos a llegar?».
Aunque muchos lectores reconocen que la obsolescencia programada es un fenómeno mundial, el cual influye decisivamente en la conformación actual del mercado global de productos y servicios, otros prefieren traer esa realidad al plano de Cuba y analizar cómo influye este fenómeno en nuestra realidad.
Así, por ejemplo, una forista que se identifica como Ele reconoce que «el consumismo promueve la evolución de los equipos materiales de los que disfrutamos en la actualidad, a la vez que impulsa la creación de nuevas y mejores tecnologías de avanzada, pero esa es solo una cara de la moneda…»
La otra, afirma Ele, atañe a aquellos cuyo salario solo les permite comprar un par de zapatos a sabiendas de que solo durará un mes, por su baja calidad, impulsada por el consumismo, o a quienes tienen que ahorrar para comprar un artículo de primera necesidad que no dure lo suficiente como para compensar el tiempo y el dinero invertido.
Sobre ello, la lectora Emilia proponía una serie de elementos interesantes para el debate, al asegurar que «una economía planificada parte del imprescindible equilibrio entre producción, reciclaje, posibilidades económicas del país y poder adquisitivo de la población, sobre la base de la voluntad de reducir importaciones y alcanzar una soberanía tecnológica, a la vez que satisface las necesidades siempre crecientes de la población. Este es un principio del socialismo: las necesidades son siempre crecientes».
Por ello, llamaba a promover más alternativas como el reciclaje, o la posibilidad de reparar e incluso modernizar equipos existentes, como se puede hacer en el campo de la informática, algo que —manifestó— se ha ido perdiendo en el país, como mismo sucede «con muchos talleres para la reparación y mantenimiento de equipos electrodomésticos en toda la isla, los cuales en gran medida han desaparecido».
En cambio, el lector identificado como DLuiso es de los que piensan que «si nuestro país estuviera medianamente a la par de las nuevas tecnologías, se vería obligado a renovar su parque muy rápidamente (…), porque el desarrollo impone estándares y hay que estar a la altura de ellos para poder recibir los beneficios».
Lo cierto es que, más allá de opiniones divergentes o coincidentes, el debate sobre la obsolescencia tecnológica expresa la preocupación que existe hoy en el mundo y en Cuba sobre este fenómeno.
Más allá del consumismo, de cómo este estimule o retrase el desarrollo, resulta indudable que en el mundo fenómenos como la contaminación ambiental, el agotamiento de los recursos materiales y la cada vez más grande brecha entre ricos y pobres no pueden soslayarse.
En la realidad cubana, como lo demuestran muchas de las opiniones, también están presentes estos problemas, y cada vez es más evidente la necesidad de aumentar la calidad y durabilidad de los productos, tanto los hechos en el patio como los importados, así como aprovechar mejor los recursos y estimular el reciclaje.
No se trata —y en ello coincido con los lectores— de negar el desarrollo, sino de darle una nueva dimensión a esta palabra… en todos los sentidos.