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Conciencia de admirables matices

Escrita y dirigida por Rudy Mora, e inspirada en hechos reales, la serie televisiva ConCiencia refleja la cotidianidad, las rutinas productivas y los apremios que provee compaginar vida profesional y personal en los espacios del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología

 

Autor:

Joel del Río

 

 

Desde la alabanza cordial al talento y consagración de los científicos cubanos está concebida ConCiencia, una obra capaz de dignificar, además, la programación dramatizada de la Televisión Cubana y, en especial, el complicado horario estelar del sábado por la noche.

Escrita y dirigida por Rudy Mora, e inspirada en hechos reales, la serie ha puesto sobre el tapete, otra vez, el debate sobre «hasta dónde debemos practicar las verdades, hasta dónde podemos…», como cantaba el poeta en los años 70. Cuatro décadas más tarde, todavía algunos confunden la realidad con su dramatización, y a esta última se le impugna espíritu crítico exacerbado, demasiado pesimismo, matices oscurísimos en personajes que debieran ser mostrados, por agradecimiento, cual ídolos inmaculados…

Era imprescindible el conflicto y la oposición con otros personajes, con el entorno, o consigo mismos, para generar drama, tragedia, interés e identificación, y si algo destaca en ConCiencia es la apuesta por la ilustración de seres humanos que anhelan respirar, con altura y potestad moral, en medio del pequeño, testarudo, conmovedor heroísmo de todos los días. Tales conceptos también constituyeron plataforma conceptual sobre la cual se edificaron series anteriores de Rudy Mora como Doble juego o Diana, destacables ambas por adentrarse en los complejos vericuetos de nuestra siquis nacional, pues ambas obras pudieran catalogarse de originales en tanto fueron capaces de enunciar lo mucho que dicen cual si nadie nunca antes lo hubiera dicho.

Once capítulos tal vez similares a los de ConCiencia pudieron ambientarse en un paradero de guaguas, una panadería o un preuniversitario, pero el director y escritor eligió esta vez la cotidianidad, las rutinas productivas y los apremios que provee compaginar vida profesional y personal en los espacios del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (donde se grabó mayormente la serie). Con los testimonios de numerosas personas que allí laboran se escribió un guion, con múltiples imperfecciones, pero innegablemente hábil a la hora de mostrar con indiscutible autenticidad no solo la desesperación, la soledad o la alevosía, sino también los momentos de satisfactoria entrega, de comunión y recompensa.

Con un elenco de 92 actores, y un gran número de personajes a interrelacionar dramáticamente, el guion intenta sortear, con menor o mayor suerte, dos grandes retos: insertar coherentemente a los personajes de anteriores capítulos en los nuevos, y naturalizar el argot científico que resultaba insoslayable para que resultara verosímil el modo en que hablan estos personajes.

Mora orquestó el espectacular retorno de Isabel Santos a la pequeña pantalla.

En cuanto al primer problema, la frecuencia semanal contribuyó a que el espectador olvidara parcialmente los episodios ya vistos, y por lo tanto pasara inadvertido el posible contenido dramático que conlleva, a veces, la presencia de un personaje ya conocido en una nueva historia. También debe decirse que ocasionalmente tal presencia se limitaba a un encuentro en un pasillo, o un saludo de paso, que muy poco contribuyó a enriquecer los conflictos ni tampoco generó nuevos núcleos de sentido, pues el entrelazado fortuito de los personajes apenas conseguía tejer una urdimbre dramática que los relacionara a todos, o a casi todos.

Por otro lado, con mayor frecuencia de la esperada se escuchaban diálogos o parlamentos demasiado extensos, que carecían de la madurez suficiente como para allanar el vocabulario, y dramatizarlo, de acuerdo con determinada función en la trama. Se precisaba resumir y poner en términos de conflicto algunas de las largas parrafadas, muchas veces carentes de suspenso e intriga, y que solo jugaban un papel de reforzamiento de la fidelidad referencial, amparada en la ética del realizador y su equipo, pero es que tal veracidad respecto al léxico especializado en algunos momentos se rebelaba contra el espontáneo desempeño de los actores y actrices, e incluso ocasionalmente aniquiló el interés dramático, o lo menguó de modo notable.

Tales imprecisiones y deslices nunca consiguen obnubilar el brillo de ConCiencia en cuanto a una visualidad naturalista y contemporánea, con movimientos de cámara muy considerables y angulaciones bizarras, dentro de un trabajo de imagen y la consecución de un ritmo narrativo muy excepcionales entre los dramatizados de nuestra televisión, tanto por el dinamismo del corte elíptico, como por la movilidad de los actores al interior del encuadre. Sin embargo, el muy profesional y orgánico trabajo de fotografía y edición (Alexander Escobar y Octavio Crespo se encargaron, respectivamente, de una y otra especialidades) actúa en algunas ocasiones como la sombra de la historia: a veces resulta más larga o poderosa que el mismo conflicto dramático, y otras se queda corta, como en los casos de aquellas escenas antes mencionadas, demasiado prolongadas y verbalistas, contemplativas e incluso vacías de acción interna o externa.

La serie evidenció el reconocido poderío de actrices como Blanca Rosa Blanco y Amarilys Núñez.

Y si las series de Rudy Mora siempre se fugaron del pelotón no solo en cuanto a su visualidad, sino también al altísimo nivel histriónico, esta vez el realizador insiste, por suerte, en recrear tales capacidades para trabajar a fondo y en serio con algunos de los mejores intérpretes de muy diversas generaciones, y así orquestó el espectacular retorno de Isabel Santos a la pequeña pantalla, el reconocido poderío de Yailene Sierra, Blanca Rosa Blanco, Nieves Riovalles y Amarilys Núñez, el agradable verismo que consiguieron Manuel Porto, Carlos Luis González o Ariana Álvarez, y la sorprendente autoridad de Carlos Gonzalvo, quien acertó en trascender, desde el registro trágico, la imagen humorística que todos teníamos de él. Los intérpretes todos, los mencionados y los nombres que ahora mismo se escapan de la memoria, contribuyeron, en gran medida, a que el resultado fuera más veraz, y por tanto más útil y emocionante.

Y si en la veracidad radica el secreto de la elocuencia y de la virtud, y en la búsqueda de la verdad reside el principio de toda autoridad moral, entonces debemos aceptar la capacidad de Rudy Mora para recrear el verismo en tanto una de las más elevadas máximas del arte. Su poderosa habilidad para recrear artísticamente la realidad conduce a que un amplio y talentoso equipo de colaboradores lo siga en cada nuevo empeño, confiando en su aptitud para trascender las trágicas precariedades que anulan a otros, y apostando por la sempiterna voluntad del director por eludir el facilismo y la complacencia.

ConCiencia pone a la vista, responsablemente, las imperfecciones, las sombras, los defectos visibles que salen a la superficie del alma, siempre al lado de lo más puro y generoso de todo lo que estos personajes son o aspiran a ser, más allá del desgaste de la vida diaria. Al espectador le queda concentrarse en las imperfecciones o en la redención.

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