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Innovación y progresos para retomar el paso

Cuando se hable de prótesis de caderas estaremos obligados a repasar la historia y la dedicación de los científicos que han hecho posible que muchos seres humanos vuelvan a caminar

Autor:

Julio César Hernández Perera

Caminar confiere a todo ser humano sentido de independencia y autovalía. Es una habilidad que contribuye a reafirmar la dignidad personal y hace posible continuar asistiendo activamente a la sociedad.

Por eso, en un mundo marcado por el envejecimiento poblacional y por una mayor expectativa de vida, el incremento de la artrosis limitante de la articulación coxofemoral y fracturas de caderas hacen que el remplazo quirúrgico de esa articulación sea una de las operaciones más practicadas en el mundo contemporáneo.

En tal contexto no pueden caer en el olvido las contribuciones de un ortopédico inglés que favoreció el desarrollo exitoso del remplazo total de la articulación coxofemoral —tratada también como articulación de la cadera y conocida en el mundo médico como artroplastia de cadera—. A ese artífice de la importante conquista médica se le conoce como «El padre del remplazo de caderas en la era moderna».

John Charnley

John Charnley, nacido el 29 de agosto de 1911 en Bury, Inglaterra, inició su camino en la medicina en 1929, en Manchester. Posteriormente se especializó en Ortopedia.

A mediados de la década de 1950 un paciente le comentó algo que captó su atención: Dos años después de haberle puesto una prótesis en su cadera desgastada por artrosis, cuando se inclinaba hacia adelante, su cadera operada emitía un chirrido cada vez más fuerte, al punto de que su esposa evitaba estar a su lado.

En aquel entonces ese chirrido era común en los operados de cadera. Muchos se resignaban a vivir con él. Charnley sospechaba que aquel sonido era el resultado de la fricción entre la prótesis —hecha de material acrílico— y el acetábulo —estructura ósea recubierta de cartílago, donde se aloja la cabeza femoral—. Con el tiempo aquellas prótesis se desgastaban, aflojaban, y finalmente llevaban a la pérdida de su funcionabilidad.

Charnley empezó a meditar sobre el uso de materiales de baja fricción. Realizó estudios entre varias superficies, desde los cuales demostró cómo el coeficiente de fricción más bajo se veía entre dos cartílagos. El acero pulido contra el cartílago tenía el doble de fricción, mientras que el plástico o el acero contra el hueso —como se utilizaba en la mayoría de las artroplastias de la época— podía llegar a ser 40 veces mayor.

Con estos hallazgos se imponía la necesidad de hallar un material que ofreciera un nivel de fricción similar al del cartílago. En esta búsqueda, John apostó por el teflón.

Después de varias modificaciones en la técnica quirúrgica, Charnley comenzó a usar teflón como recubrimiento de una copa de metal fijada al acetábulo, junto con una prótesis en forma de bola de metal que imitaba la cabeza femoral. En cerca de diez años había realizado 97 artroplastias totales de cadera, llamadas como de «baja fricción».

Los resultados fueron impresionantes: un desgaste insignificante de la prótesis después de diez meses; casi todos los pacientes estaban totalmente libres de dolor, y la mayoría podía caminar distancias cortas sin bastones y con solo una ligera cojera cuando eran dados de alta.

Sin embargo, después de haber realizado más de 200 intervenciones, Charnley se llevó una decepción: Con el tiempo el teflón se desgastaba y se le desprendían partículas, causando graves reacciones inflamatorias, aflojamiento de la prótesis y mucho dolor articular.

John persistió en la idea de la artroplastia de cadera y continuó experimentando. En mayo de 1962, a través de un fabricante alemán conoció fortuitamente acerca de un nuevo plástico: un polietileno de alto peso molecular.

Este nuevo material demostró ser muy superior al teflón. El próximo paso era usarlo en las prótesis, pero Charnley no quiso exponer a los pacientes a riesgos. Por esa razón implantó debajo de su piel una muestra de teflón y otra del nuevo plástico. No solo hubo una reacción sistémica inicial al implante de teflón, sino que después de varios meses se formó un nódulo firme y doloroso a su alrededor. Por el contrario, el polietileno de alto peso molecular no formó nódulos ni causó dolor. Era esa toda la evidencia que se necesitaba para continuar.

Entre noviembre de 1962 y diciembre de 1965, el experto efectuó más de 700 artroplastias totales de cadera con el uso del nuevo material. A los diez años el 90 por ciento de los pacientes no reportaron dolor alguno y más del 80 por ciento podían caminar sin la ayuda de bastones.

Nuevos logros

Tras los avances surgieron otros materiales, como la hidroxiapatita (inductor de crecimiento óseo) y la cerámica, y nuevas prótesis se desarrollaron. Resulta fascinante ver cómo los logros en la medicina y la tecnología rebasan fronteras.

En la actualidad Cuba está haciendo un esfuerzo significativo para lograr la independencia tecnológica en la producción de prótesis parcial de cadera. Ese empeño, liderado por un grupo multidisciplinario de talentosos cubanos, bajo la conducción de los ministerios de Salud Pública y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, ha logrado diseñarlas y producirlas. Se trata de un logro que es testimonio de la dedicación y la experiencia de los científicos cubanos, a pesar de las adversidades.

Sin duda es un avance particularmente relevante para Cuba, si se tiene en cuenta el envejecimiento de la población; y con ello, el incremento de la demanda de prótesis de caderas.

La producción local de esos aditamientos también es un paso importante hacia la soberanía tecnológica, en un planeta donde el costo promedio de una artroplastia parcial o total de caderas se estima que puede rondar entre los 9 000 y 15 000 euros.

Tras examinar la trayectoria de Charnley y los avances de Cuba en esta área, se destaca un punto en común: la capacidad de la innovación y la dedicación para superar obstáculos y ofrecer soluciones significativas. Estos esfuerzos mejoran la calidad de vida de los seres humanos, porque significan brindar la esperanza y la posibilidad de recuperar la habilidad de andar, literalmente, por los caminos de la vida.

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