Mientras buscaba una protección contra el tétanos, un científico de origen hindú descubrió cierta sustancia con innovadoras aplicaciones en medicina
Existe una enfermedad infecciosa de la que poco padecemos en la actualidad, pero a la cual muchos tememos al escuchar historias contadas por nuestros ancestros: el tétanos. Durante mucho tiempo esa fue una afección que causó cuantiosas muertes, hasta que se descubrió una vacuna para prevenirla.
El mal, causado por la bacteria Clostridium tetani, que se halla con frecuencia en el suelo y en el estiércol animal, particularmente en el de los caballos, puede presentarse en cualquier lugar del mundo; sobre todo en países con climas cálidos.
Existía, sin embargo, un lugar donde los lugareños —a pesar del gran número de caballos salvajes existentes y de que los habitantes solían andar descalzos— prácticamente no padecían de tétanos: la Isla de Pascua.
Motivados por tal realidad un grupo de investigadores canadienses viajaron en 1964 hacia aquel paraje. Dividieron la isla en 67 parcelas y de cada una tomaron especímenes del suelo; y solo encontraron esporas de la bacteria causante del tétanos en una sola de las muestras.
En 1969 esas muestras fueron compartidas con científicos de la filial farmacéutica Ayerst-McKenna-Harrison en Montreal, Canadá. El fin era descubrir secretos de esas tierras que podrían aprovecharse con fines medicinales.
En aquellos laboratorios trabajaba un microbiólogo de origen hindú llamado Surendra Nath Sehgal. Después de múltiples estudios él y sus colegas lograron aislar de esas muestras una bacteria: la Streptomyces hygroscopicus.
Más tarde, en 1972, pudieron distinguir una sustancia producida por este microrganismo. Lo denominaron rapamicina en honor a Rapa Nui, nombre por el que los nativos conocían a la Isla de Pascua. Los expertos constataron, además, que la rapamicina era muy buena para inhibir el crecimiento de hongos y también fortalecía el sistema inmune.
Sehgal vio en estas propiedades una posible aplicación en la medicina. Veía, por ejemplo, cómo el compuesto —a pesar de causar marcada inmunosupresión— era muy seguro, algo de lo cual carecían los fármacos de entonces: Estos últimos poseían dosis terapéuticas muy cercanas a la aparición de eventos extremadamente tóxicos y mortales. Y había más: descubrieron que la rapamicina tenía acción anticancerígena.
En 1982 se cerraron los laboratorios de Montreal y el 95 por ciento de los trabajadores fueron despedidos. Solo unos pocos científicos continuaron trabajando en la compañía y se trasladaron a Estados Unidos; entre ellos se encontraba Surendra.
Debido a prioridades corporativas la farmacéutica no veía un beneficio lucrativo en la rapamicina y ordenó el fin del proyecto investigativo. Pero Sehgal desobedeció esa orden: ocultó y se llevó consigo muestras del cultivo de bacterias al que tanto tiempo había dedicado en sus investigaciones.
Las muestras permanecieron guardadas furtivamente en frascos de vidrio dentro del congelador de su casa. Tenían colocados letreros que decían: «¡No comer!», pues la sustancia parecía helado.
Pasaron seis años y en el mundo se apreciaba un desarrollo vertiginoso en el campo de los trasplantes de órganos. Una de las mayores limitantes de estos tratamientos era el rechazo.
Sehgal sugirió a los directivos de la nueva empresa farmacéutica Wyeth-Ayerst, para la cual trabajaba, la idea de investigar si la rapamicina podría ser la solución a problemas de rechazo que tenían los pacientes trasplantados. Al conocer sobre la existencia de muestras de cultivos bacterianos, que creían inexistentes, los regentes mostraron sorpresa.
Poco tiempo después se dio luz verde a rigurosos estudios acerca de las potencialidades de la rapamicina. Esto permitió su aprobación como inmunosupresor en 1999.
También se empezó a profundizar en sus potenciales efectos antitumorales. El compuesto causaba en los tumores malignos una suerte de «detención en el tiempo» del crecimiento y de su propagación dentro del organismo.
Varias colaboraciones científicas lograron esclarecer los fenómenos biomoleculares relativos a cómo esta nueva sustancia actuaba frente al cáncer.
En 1998 le fue diagnosticado a Sehgal un cáncer de colon en estadio muy avanzado (poseía metástasis hepática). No resistió los primeros ciclos de quimioterapia y decidió suspenderla. En su lugar optó por experimentar en él con la rapamicina, su descubrimiento.
Para sorpresa de muchos, logró vivir cuatro años con muy buena calidad de vida. Un día, en un viaje a la India para dar conferencias, le dijo a su esposa: «Me siento bien, pero nunca sabré si es la rapamicina lo que me está manteniendo vivo, a menos de que deje de tomarla». Y eso hizo. En menos de seis meses el cáncer había progresado aceleradamente y causado un claro quebranto físico.
Poco antes de fallecer, el 21 de enero de 2003, le confesó a su hijo: «Lo más estúpido que hice fue dejar de tomar mi medicina». Pero esa era su naturaleza: era un científico y necesitaba saber y transmitir sus conocimientos. Todo lo había documentado y así colaboró con el inicio de ensayos clínicos para, aparte de un trasplante de órganos, aplicar la rapamicina contra el cáncer. Esta es la historia de cómo Surendra Nath Sehgal se convirtió en unos de los mártires de la medicina moderna.
Bibliografía consultada:
Kahan BD. Discoverer of the treasure from a barren island: Suren Sehgal. Transplantation. 2003; 76(3):623-4.
Samanta D. Surendra Nath Sehgal: A pioneer in rapamycin discovery. Indian J Cancer. 2017; 54(4):697-8.
Seto B. Rapamycin and mTOR: a serendipitous discovery and implications for breast cancer. Clin Transl Med. 2012; 1(1):e29.
Ventura D. La asombrosa medicina desenterrada en Isla de Pascua que cada vez salva más vidas. BBC News Mundo.