De cada cien escolares del país, cinco presentan discalculia o dislexia, nueve muestran un trastorno de atención e hiperactividad, y otros siete tienen dificultades en el aprendizaje asociadas a factores socioambientales. Cuba trabaja en un paquete tecnológico que contribuya a un programa nacional de protección al neurodesarrollo escolar y, a largo plazo, al cuidado de su «capital mental»
Las operaciones se suceden en la pizarra: 13 más 2, 17 menos 5, 10 por 10… el grupo copia y resuelve sin mayores dificultades, menos un niño que se va quedando atrás. Cuando la maestra borra, en su libreta faltan la mitad de los ejercicios y él se echa a llorar.
Más tarde, una niña sostiene nerviosa su libro en medio de las risitas burlonas de los demás. Al leer salta oraciones, confunde letras, tartamudea en las sílabas dobles. Mientras, el «Pepito» del grupo no resiste la tentación de revolver el cesto de basura o rayar la libreta que ¡por tercera vez! le han forrado en casa.
La jornada termina y la maestra reflexiona. Sus tres alumnos más «difíciles» no vencerán el período y ya no sabe qué hacer para ayudarlos. Las familias cooperan, pero ni estímulos, ni gritos y castigos marcan un avance.
Reiteradas consultas han descartado retraso mental. Los pequeños ven y escuchan perfectamente, duermen bien y su vida social y hogareña es satisfactoria para su edad… ¿Qué los hace entonces tan especiales?
Aunque no estemos conscientes de ello, la vida moderna obliga al cerebro a procesar cada día decenas de miles de palabras y números que controlan nuestros horarios, guían nuestros pasos e involucran operaciones comerciales simples, el contacto con otras personas, la información sobre el mundo, las canciones y hasta el desempeño de nuestro equipo deportivo favorito.
Según advierte la doctora Vivian Reigosa, jefa del Departamento de Neurocognición Escolar del Centro de Neurociencias de Cuba (CNEURO), buena parte de la población mundial no logra dominar nunca habilidades tan básicas como comparar magnitudes, calcular o leer correctamente, a veces por factores socioculturales como el pobre acceso a la educación de calidad, disfunciones familiares o trastornos emocionales recurrentes, pero hasta un 15 por ciento de estos casos responden a un desorden de aprendizaje o de conducta de origen biológico, agravado por un ambiente desfavorecedor.
Estas personas muestran desde su infancia y adolescencia una autoestima muy baja y altas tasas de fracaso escolar; son más propensas a trastornos emocionales y conductuales significativos como agresividad, ansiedad, depresión, vagabundeo y conductas delictivas o antisociales.
También aumenta su riesgo de iniciar relaciones sexuales muy tempranas, padecer una Infección de Trasmisión Sexual (ITS) o asumir una paternidad o maternidad precoz e indeseada; tienen tres veces más probabilidades de abusar del alcohol, el cigarro u otras sustancias adictivas, y sus oportunidades laborales son a la larga de menor calidad.
El sustrato material de nuestra psiquis es el cerebro, y por tanto sus peculiaridades biológicas condicionan en buena medida nuestro comportamiento, tal como se ha demostrado en las últimas décadas gracias al salto tecnológico en materia de neuroimágenes.
«Entrar» al cerebro y fotografiarlo en pleno funcionamiento ha permitido descubrir sus neuronales y correlacionar el mayor o menor consumo de energía de estas redes con conductas específicas asociadas a procesos sensoriales y cognitivos que tienen lugar cotidianamente.
De ese modo también resaltan las diferencias en la estructura o funcionamiento del cerebro entre personas que pueden realizar dichos procesos y las que se ven limitadas para ello, lo cual constituye un gran paso de avance en la búsqueda de soluciones compensatorias a estos déficits, sobre todo en las primeras etapas de la vida, cuando el cerebro tiene aún gran plasticidad y es capaz de crear nuevas estrategias para aprender.
Un trastorno en el aprendizaje, aún como condición de origen biológico, no implica retraso mental, aclara la doctora Reigosa. Algunas personas pueden ser muy inteligentes y aprender rápido en muchas áreas, pero una hipoactividad en ciertas zonas del lóbulo temporal izquierdo de su cerebro indica un déficit selectivo en las estrategias fonológicas y/o lexicales de decodificación de la palabra escrita, lo cual genera una dislexia o dificultad para aprender a leer.
Esto se manifiesta en una pobre comprensión de los textos, lectura lenta y con errores frecuentes, o muy rápida, como «adivinando» las palabras, y también al seguir el texto con el dedo, cambiar letras y enredarse en vocablos nuevos o con cierta complejidad fonética con mucha frecuencia.
Señales de alarma durante la etapa preescolar (antes de los seis años) pueden ser las dificultades para recordar el nombre de las letras o algunas canciones, e incluso no saber jugar con sonidos y palabras, como las rimas y los trabalenguas.
En algunos casos la dificultad se presenta en el área de la escritura (disgrafía) y puede implicar desde escritura en bloque (uniendo o separando palabras arbitrariamente) hasta caligrafía ilegible, mala ortografía a pesar de los esfuerzos por mejorarla, confusión de letras parecidas (p, b, d, q) y redacción incoherente o no ajustada al tema, entre otros aspectos. Sobre este trastorno hay pocos avances aún en el mundo, confiesa la doctora Reigosa. Es asignatura pendiente en la que deberán profundizar futuros estudios.
Gran preocupación en cambio despierta la representación mental defectuosa de las cantidades, que se manifiesta en incapacidad para el manejo adecuado de la información numérica y las magnitudes, conocida como discalculia, un trastorno asociado a cambios tales como menor densidad de materia gris en niños prematuros o menor longitud y profundidad del segmento horizontal del surco situado en el lóbulo parietal en otros casos, describe la doctora Reigosa.
Esto explica los apuros infantiles —y también de muchos adultos— a la hora de subitizar (estimar cantidades pequeñas a golpe de vista) y comparar conjuntos de modo aproximado (sistema numérico primitivo presente incluso en muchos animales), o al usar números exactos para relacionar cantidades de objetos con el símbolo adecuado, ya sea en palabras o numerales (diez y 10, por ejemplo).
También se manifiesta al confundir dígitos parecidos o símbolos operativos, mala memoria para los hechos matemáticos (tablas de sumar y multiplicar y reglas básicas), escribir los números al revés o confundir antecesores y sucesores, entre otros errores frecuentes.
En este análisis se tiene en cuenta tanto la corrección como la rapidez en la respuesta, pues algunas personas llegan al resultado adecuado siguiendo estrategias inadecuadas y poco eficientes, como contar conjuntos en lugar de sumarlos simbólicamente, lo cual también es síntoma de discalculia.
Sin embargo, usar los dedos para contar, sobre todo en las primeras etapas del aprendizaje formal de las matemáticas, pudiera ser muy útil porque el «mapa» cerebral de las manos está muy cerca del centro de procesamiento de cálculo, por lo que usarlas en operaciones matemáticas puede ser un estímulo natural para desarrollar las redes neuronales y el área de la memoria involucradas en esta habilidad.
Las señales de dislexia y discalculia suelen ser detectadas bien pronto por la familia o el personal docente en la Primaria, mas en muchos casos se afrontan como malacrianza del menor o vagancia para estudiar, y hay quienes incluso acuden a la violencia física o psicológica para «hacerlos reaccionar», pero el problema se vuelve recurrente de curso en curso y queda como un estigma que se agrava en la adultez.
Saber que esta condición no depende de la voluntad del menor, que incluso puede existir una predisposición genética (estudios de familias y gemelos así lo demuestran) y además entender la existencia de mecanismos compensatorios que bien podrían aplicarse dentro del sistema de enseñanza general para potenciar fortalezas y compensar déficits en el cerebro, es un hallazgo importante para las familias y una esperanza, afirma la doctora Reigosa.
De cada cien escolares en Cuba, cinco presentan discalculia o dislexia, nueve muestran un trastorno de atención e hiperactividad, y otros siete tienen dificultades en el aprendizaje que se potencian cuando los factores ambientales son adversos.
Tales cifras se corresponden con las estimadas en otros países (sobre todo desarrollados, donde más se estudia el fenómeno) y están avaladas por dos investigaciones que involucraron en total a casi 30 000 escolares de primaria, representativos de todo el país, hecho científico sin precedente en el mundo por su magnitud en materia de investigaciones sobre trastornos del aprendizaje.
El primero fue un pesquisaje integral y universal aplicado en el curso 2003- 2004 a toda la población escolar entre segundo y noveno grado (11 836 niños y niñas) del municipio de Centro Habana, en el que colaboraron especialistas del Grupo Nacional de Discapacidad, los ministerios de Salud y Educación, el Instituto Nacional de Higiene y Epidemiología, el Instituto Central de Ciencias Pedagógicas y los trabajadores sociales del municipio.
El segundo estudio, en el año 2006, abarcó a más de 16 000 escolares de tercero a sexto grado en 270 escuelas de los 169 municipios del país, y confirmó los rangos de prevalencia obtenidos en 2004.
Estos estudios epidemiológicos avalan la necesidad de destinar recursos al fomento de un programa nacional de protección al neurodesarrollo escolar, proyecto en el que CNEURO trabaja intensamente para ofrecer al país (y a otras naciones, sobre todo las vinculadas con el ALBA), un paquete tecnológico integral que detecte y evalúe estos trastornos y además contemple acciones de prevención para toda la población escolar y terapéuticas para los casos en riesgo.
Ese es un sueño de países desarrollados, aclara la doctora Reigosa. Las grandes potencias son hoy las más interesadas en proteger su «capital mental», un concepto que va cobrando auge en esta era de la información, cuando ninguna riqueza es tan segura y constante como la capacidad humana de aprender, adaptarse y crear en todas las etapas de la vida.
Entre las naciones pobres, solo Cuba puede darse el lujo de diseñar un programa así y asumir su aplicación con tecnología propia hasta el último rincón de la Isla, estima la doctora Reigosa, quien agrega que ya lo hemos probado en el pesquisaje activo para la detección temprana de enfermedades metabólicas, que luego se traduce en acciones para garantizar una mejor calidad de vida a los casos positivos.
Algunos países reportan avances en la elaboración de instrumentos para el diagnóstico y la evaluación de los trastornos y otros se enfocan en la producción de software o equipos de estimulación cognitiva (como el proyecto de laptops escolares que se impulsa en Venezuela, Uruguay y otras naciones), pero el paquete tecnológico de CNEURO es pionero en el mundo por su enfoque integrador, que va desde la detección hasta la intervención, precisa la experta.
Hasta la fecha, OptimA (Óptimo Aprendizaje) ya ha vencido las primeras dos fases (estandarización de instrumentos para el pesquisaje y evaluación de riesgo en las tres áreas básicas: funciones ejecutivas, procesamiento numérico y lectura), productos cuya calidad quedó probada en los estudios mencionados.
Ahora el equipo al mando de la doctora Reigoso trabaja en la tercera fase, la de desarrollar un sistema de entrenamiento computarizado, que usa tareas atractivas recreando un algoritmo adaptativo que funcione de modo personalizado, lo cual se traduce en su capacidad de evaluar de forma permanente y automática la zona de aprendizaje de cada usuario, organizar tareas que impliquen reto y no frustración para mantener su interés en el «juego» y hacer reportes sobre su avance o retroceso para medir su impacto real en el rendimiento académico.
Gracias al avance de las nuevas tecnologías de la información, en el mundo se estima que el soporte para este paquete tecnológico llegue a ser muy variado: desde computadoras, PDA (dispositivos de asistencia personal), consolas como las que se utilizan para juegos electrónicos, y en un futuro sistemas interactivos de televisión digital terrestre, una alternativa que para Cuba es casi ciencia ficción, pero que en el mundo desarrollado será pan comido a la vuelta de un lustro.
Además del fin terapéutico para guiar a quienes necesitan entrenar su cerebro en rutas de aprendizaje alternativas, OptimA ha sido diseñado para potenciar en cualquier niño o niña sus capacidades cognitivas de una manera divertida e interesante, algo básico cuando se trata con criaturas de poca edad, aun cuando sean parte de esta nueva hornada de humanos que algunos califican como nativos digitales (y yo les llamo generación de los botones).
Esta versatilidad del paquete (multiplicidad de funciones, alta eficiencia diagnóstica, capacidad de almacenaje digital de datos individuales y amigabilidad en el manejo), responde también a la estrategia de CNEURO —y de todas las instituciones del polo científico habanero— de oxigenar su carpeta de productos para la exportación como vía esencial para financiar nuevas líneas del trabajo científico en el país.