El cuento que presentamos a los lectores de El Tintero pertenece al libro Piso de tierra, ganador del Premio David en 2012 y publicado recientemente por Ediciones Unión
—Hoy va a llover como carajo. Y nos va a coger aquí.
—Qué importa. Que yo sepa el agua no mata. ¿Estás llevando la cuenta?
—Cinco pencas. Quinta vuelta. Esto ha sido eterno.
—Para mí más. Quinta. Hoy no tengo paciencia.
—Nunca has tenido mucha que digamos.
—Eres injusto.
Nini no responde. Tiene la respiración entrecortada. Y ahora ese olor a tormenta. La pista se ha ido quedando vacía, excepto los temerarios. Algunos incluso están comenzando la carrera como si nada. El grupo de mujeres haciendo aeróbicos se mantiene todavía en su sitio. Le molestan. Se siente observado cada vez que la trayectoria circular dobla junto a ellas y sus torpes abdominales. Las risitas que siempre tienen joden bastante. En ese tramo aceleran un poco, por el instinto de orgullo masculino, y eso le cuesta recuperar despacio el aliento en la mayor parte del recorrido.
Observa de reojo a Pablo, que corre a su lado, concentrado en el camino. La boca apretada y la mirada oblicua. Se ensimisma tanto que pierde la cuenta:
—Las cinco pencas y el penacho. Sexta.
—Sexta— repite Pablo.
—¿En qué estás pensando?
—En nada.
—Ya casi oscurece.
—Esta es la hora buena.
—Vas muy rápido…
—Hay que sudar.
—Estamos empapados.
—Ni tanto.
Aminoran el paso para permitir que un mulato enorme y atlético los adelante. Cuando les ha sacado suficiente ventaja, vuelven al ritmo normal.
La hora de correr es para el más joven un momento importante del día. Cansarse tiene el efecto de una droga. Libera unas cuantas cosas de su mente y relaja el cuerpo. Disfruta también ese tipo de tarde con cielo encapotado, en las que parece anunciarse el fin del mundo. Cuando pasan el poste que marca la meta, dice él esta vez:
—Siete contra Tebas. La séptima.
—La séptima —repite Nini—. ¿Cómo te fue hoy?
—Bastante bien.
—Me alegra que tus cosas estén cogiendo forma.
—Si hablas se te va el aire.
—De todas maneras lo hará.
— ¿Y a ti cómo te fue?
—Igual. Lo sabes perfectamente.
—Es verdad.
—Estoy pesado. Perdona…
La pista no es sintética. Es molesto correr por el surco más externo, pues hay un tramo en el que la yerba ha ido cediendo y las piedras tienden a encajarse en los zapatos. En esa parte Pablo refunfuña, se aleja un poco y después espera. Pasan junto al poste:
—Ocho pulgadas. La octava —ríe Nini.
—La octava —repite Pablo con una mueca.
Adelantan a unas señoras gordas que poco menos y van caminando. Dejan pasar otra vez al mulato.
Ya es prácticamente de noche, aunque no se distingue bien si el sol se puso o la oscuridad se debe a las nubes. El clima de junio es muy inestable en este lugar.
Desaparecieron las mujeres de los aeróbicos. La respiración de Nini aumenta su ritmo, se le siente un silbido, acentuado por el cambio de tiempo. Hay un momento en el que parece ahogarse y se queda un poco rezagado; enseguida recupera el paso y vuelve junto a Pablo.
—Te dije que no hablaras tanto.
—Conseguí el disco de Aretha Franklin… ¿Lo oímos esta noche?
—No te lo puedo asegurar.
—¿Hay alguna cosa que puedas asegurar últimamente?
—Eres injusto.
Las nubes de la derecha van perdiendo cierto color rojizo. Aumenta la penumbra, y con ella la sensación de privacidad. Pablo necesita ajustarse los cordones. Nini lo espera en el poste. Cuando reanudan la marcha, decreta:
—Las nueve torres del estadio. Novena.
—Novena. En la próxima se acaba —responde Pablo. Hay en su voz un repentino entusiasmo y el otro reacciona:
—Estás acelerando…
—Sí, me voy a adelantar.
— ¿Por qué ahora?
—El cuerpo me lo pide.
—Te alcanzo.
—No alteres tu ritmo. No quiero que te sofoques por gusto.
Nini se apura con movimientos incoherentes. A lo lejos pita un tren.
—Puedo alcanzarte.
—No lo hagas —dice Pablo. Acelera la marcha y no tarda en ganar ventaja. Se han encendido las luces cálidas de la avenida. Con su paso ligero, quizás termine la décima vuelta antes de las primeras gotas de lo que se avecina.
Alexey Rodríguez Lorenzo (Las Tunas, 1982), licenciado en Comunicación Social por la Universidad de La Habana en 2006. Profesor de Teoría de la Comunicación, miembro de la Asociación Cubana de Comunicadores Sociales, egresado del onceno curso del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, donde obtuvo la beca El Caballo de Coral. Fue finalista en el concurso de minicuentos El Dinosaurio 2010, y en 2012 obtuvo el Premio David de cuento.