Poeta, investigador, promotor literario, escritor para niños, guionista radial y humorista, Ronel González tiene un obra que luce mundos propios
Nació en Cacocum, Holguín, en 1971. Poeta, investigador, promotor literario, escritor para niños, guionista radial y humorista. Ha publicado, entre otros, los libros Desterrado de asombros, Zona franca, La furiosa eternidad, La sucesión sumergida. Estudio de la creación en décimas de José Lezama Lima, El Arca de no sé, Zoológico, En compañía de adultos y Una pizca de amor. Recibió la Distinción por la Cultura Nacional en 2001. Gracias a ¿Cómo se manda un campamento?, ganó la beca de creación del concurso literario Ciudad del Che 2019, en el que también conquistó el premio de poesía por Diálogo del héroe y el asesino. El Tintero presenta estos poemas que pertenecen a un libro en proceso de escritura, de título provisional: Desnudar la Res pública.
En la noche sin luna/noche de Olofi y las deidades que ocasionan o resguardan la muerte/ la mujer con sus blancos atuendos marcha hacia el Este de La Habana/ acompañada por los ojos ávidos del poeta/ cuya única relación con el trópico son los cabellos impacientes y los ojos del hijo de un general mambí.
Ella conoce bien a las criaturas que rondan los altares. Sabe cómo mirar la mpaka y consultar el diloggun para obtener respuesta y aspira a que el amigo de ascendencia mozárabe de su diestra reciba la protección de Orula.
Para el poeta todo reviste inefables grafías/ como las que aturdieron a Picasso cuando Henry Matisse y André Derain le pusieron delante los misterios de África/ por eso observa atónito a los danzantes en un solar de vértigo/ esgrimir sus machetes/ garabatos y cintas al amparo de la enviada del monte.
La mujer de los atuendos blancos le revela en voz baja el porqué del boato de la ceiba/ la grandeza de ser hijo de Obatalá y Oshun que visten de amarillo y blanco y se unifican con la Virgen de las Mercedes y la de la Caridad del Cobre
mientras el poeta apretuja una llave en el nombre de Eleguá para abrir todas las puertas camino de la Alameda de Santiago y los teatros bonaerenses hasta extraviarla en los sangrantes recovecos de Víznar.
La mujer de blanco y el poeta recorren la ciudad en la última noche sin luna del Caribe.
Al fondo/ en cuatro esquinas del vacío/ un babalawo estrella un coco contra la acera lúgubre.
Ser espíritu en tránsito no es fatal incoherencia. Afiliarse a insurgentes ritmos de circunstancias y alinear el propósito con estructuras de similar sistema emplazado en su antípoda/ responde a un devenir de estirpe y fiel anárquicos/ aunque detente su ración de lógica. Es de incurrir entonces en su desembarazo a través de sus propios exabruptos/ disyuntivas y énfasis.
Comprender a Varona/ Mella/ Mañach/ tres puntos de la eclíptica/ no es fijar en José de la Luz/ Varela o Martí los caduceos. Las formas en que ocurre el supuesto equilibrio de lo aparente en sintonía son vericuetos por sondear/ estribaciones a uno y otro lado de las altiplanicies en que devienen los signos epocales.
Un espíritu en tránsito puede adoptar francos desvíos hacia lo paradójico/ lo imprevisible de un fluir que encuentra sus fronteras donde jamás las hubo/ por eso han de juzgarse los altozanos con la imparcialidad que permite la confluencia de sentidos reacios/ no permitir que la hoz siegue los parentescos de todo monolito con su sombra.
Más allá de cualquier fundación lo creado reproduce conductas en fermento/ doctrinas y apetitos que bordean la mímesis. No restringirse al delirio del cambio remueve la zozobra.