Paciencia y distanciamiento parecen ser las cartas de triunfo que en los últimos años ha jugado Nelson Simón camino hacia una importante solidez de obra
Paciencia y distanciamiento parecen ser las cartas de triunfo que en los últimos años ha jugado Nelson Simón camino hacia una importante solidez de obra. Asumo que tal cosa se deba a un revisitado sentido de lo existencial en los tiempos que corren con él, sin echar a un lado los que han sido. Y sobre todo, a sus alternativas de hoy ante las circunstancias personales, patrias, y de apego al coto casa-refugio: esa posición suya cada vez más determinante de escritor asentado en provincia, con escapadas fuera de la Isla y vueltas a ese mismo Pinar del Río, «doliente y querido», como destino no negociable.
Nelson Simón, el maduro escritor a quien hace unos meses el ICL le dedicara su espacio El autor y su obra, ha ido progresivamente fijando un signo, una poética de escritura que descansa en el intimismo reflexivo, una veces más parco, otras harto elocuente.
Una mirada horizontal a la poesía y la prosa de Nelson destacaría al lector, por lo menos, tres rasgos claros, distintivos. El primero, la manera en que el poeta y narrador contempla la infancia con un propósito ético y estético. Téngase en cuenta que el autor ha escrito una veintena de libros para niños y adolescentes.
Una segunda característica revelaría su persistente preocupación por la circunstancia de vida, de época, dígase terruño local, país o continente, con toda la gravitación y las contradicciones que ello supone en ese viaje físico-sentimental que ha hecho por años de un espacio a otro.
Y por último, el no menos reconocido erotismo en su quehacer; la sentimentalidad del hombre que se alegra y sufre por otro de su sexo, por el cuerpo del otro, sin que necesariamente tengamos que rotular su obra lírica de homoerótica, ya que al asumir tal cosa, en ese supuesto acomodo estaríamos perdiendo de vista la original energía de un autor que hace alta poesía desde una eficacia intelectual a toda prueba.
La infancia de Nelson Simón, de padre ausente, y el niño feliz o taciturno que una imagina cuando lee su literatura hecha para niños y adolescentes, casi siempre supera la referencia que pudo haber estimulado la imaginación. Hay un débito que Nelson necesita rellenar más allá de la intención educativa, de la visión moral sobre esa etapa de la vida en la que se construye lo que seremos en un futuro cercano. El ideal de infancia se parecerá a su tiempo; un tiempo mejorado, querríamos, pide Nelson, sin maniqueísmos o arquitecturas triviales.
Deudor de Martí y Nersys Felipe, su obra para niños y jóvenes descansa en la delicadeza del lenguaje y posee un tino adecuado para elegir la actitud idónea al abordar temas tan disímiles de la condición humana como las diferencias, el desamparo, la amistad o las expectativas ante lo adverso.
Ahí están para dar fe de lo antes dicho, los Cuentos del buen y mal amor, Premio La Edad de Oro, La Rosa Blanca y de la Crítica; As de corazones, Premio de la Crítica Literaria 2010 y Premio Alcorta de Literatura infantil; o Finas hebras, Premio de la Crítica Literaria 2012.
El país: isla y provincia, amor y condena, son motivos que reinciden con mayor intensidad y desazón, sobre todo en su poesía. Las percepciones pueden verse desiguales en impulso o crudeza verbal de uno a otro cuaderno, pero se esmeran en dejarnos piezas de un sostenido tono dramático, en las que la energía de lo testifical y la revelación ilustrativas de la entereza o la desesperanza, no siempre en el curso de lo coloquial, rinden con efectividad a la figura literaria, al recurso expresivo.
Dice Nelson Simón en Para los días que vendrán, poema de su libro El humano ejercicio de las conversaciones, que comprende su poesía de entre el 2007 y el 2010: «Cada grano de arena fue isla cercada/ y cercenada. Cada palabra cavó una trinchera/ en el suelo tabicado y pasaban camiones/ hacia Playa Girón o Camarioca, con tercios de tabaco/ desde la Vueltabajo, plátanos del centro/ o cacao del verano sin tregua del Oriente./ Gente nómada buscando trasladarse./ Camiones cargados hacia la guerra, la zafra o el exilio./ Camiones transportando los días, el espíritu,/ el cuerpo del país. Generaciones/ que seguimos sosteniendo la libertad, la mesa, la familia/ con vino artesanal o Aromas del país: La isla/ Alimentada con tantas vidas aún por nombrar, / gente anónima que no fue feliz ni antes ni después/aunque no lo escribiera».
Quince años después del emblemático poemario A la sombra de los muchachos en flor, Nelson Simón vuelve con un libro de poesía en el que las inquietudes se reciclan a la entrada en los 40, casi en los 50. El poeta que publicara con 27 años, Ciudad de nadie, su primer libro, y dos años después, en 1994, El peso de la isla, completa hoy nueve cuadernos con El humano ejercicio de las conversaciones. Algo de sosiego y acatamiento, aunque no de resignación, hay en esta última poesía, más enfocada en la anécdota, la historia. Mucho de sopesado equilibrio.
Justo en el 2015, Ed. Ancoras publicó su último libro conocido, Las viles maniobras. Un año antes, en el 2014, el autor ganaría por segunda vez el Premio Julián del Casal de la Uneac, precisamente con El humano ejercicio de las conversaciones. Ya en el 2000 lo había alcanzado con A la sombra de los muchachos en flor, también distinguido por la Crítica entre los diez mejores libros editados en el 2001. Un poemario que marcaría un antes y un después en la publicación y recepción nacional de la poesía escrita desde la voz gay.
Sincero, demoledor, hermoso cuaderno sobre el deseo, el amor, las capitulaciones y el reinicio de los ciclos. En fin, sobre la vida. Erotismo, resistencias y luchas emocionales que han seguido siendo constantes en la obra de Nelson Simón.